Capítulo 7.

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Cerró la puerta dando un portazo y entró corriendo al baño. Se paró frente al espejo, se miró y negó con la cabeza. Se echó agua en la cara mientras se miraba en el espejo sorprendida y avergonzada por aquella forma de actuar que había tenido. 

- Hola chico - le dijo con un hilo de voz cuando notó que Romeo se acercó a ella. 

Romeo movió el rabo, ver a Mar siempre era motivo de felicidad para él, pero sabía que algo no iba bien. Decían que los perros podían sentir el dolor de los amos, y en este caso, Romeo era de ese tipo de perros.

Un par de gemidos hicieron que Mar se pusiera a la altura de su amigo peludo y le acariciara la cabeza.

- ¿Qué te pasa? ¿Ya estás notando que no estoy bien no? -  dijo ella mientras abrazaba a su perro.

Mar trataba a Romeo como si fuera una persona. Le contaba cuando le pasaba algo, se desahogaba con él, podía llevarse horas explicándole algo que sabía que no iba a obtener respuesta, pero que a ella le valía.

- La he liado ¿Lo sabes? - Dijo mientras el perro la miraba con cara de circunstancia -  Me he enfadado cuando me he dado cuenta que aquella chica que estaba a mi lado hablándome de su vida, me gustaba. Si, no me mires así, me gusta, y me enfada que me guste, y como soy una inmadura he salido pitando como si me hubieran hecho algo. Si en algún momento he llegado a pensar que con esa chica podría tener algo, me lo acabo de cargar, porque no creo que quiera tener ni siquiera a una amiga tan desequilibrada como yo.

No había acabado de hablar cuando el timbre de la puerta sonó. Mar se asustó, era tarde, y en las circunstancias que estaba no le apetecía nada que fueran sus amigas. Se acercó hasta la puerta y miró por la mirilla por la que no vio a nadie. Preguntó hasta en un par de ocasiones que quién estaba detrás de la puerta pero no recibió contestación, así que decidió abrir. 

En la puerta había una pequeña caja de color azul, su color favorito, acompañada de un sobre en el que ponía su nombre. Se asomó para ver si había alguien cerca, pero nada, ni rastro de vida humana. Cogió el paquete y cerró la puerta rápidamente. Se sentó en el sofá con las piernas cruzadas y lo primero que hizo fue abrir aquella pequeña cajita. En ella había un collar de perro en tonos amarillos y azules del que le colgaba una chapa en forma de hueso en la que se podía leer "Romeo". Le pareció precioso, su perro estaría guapísimo con ese collar pero ¿Quién habría dejado eso ahí? Soltó la caja con el collar dentro y abrió el sobre que contenía una pequeña carta.

" El primer día que llegué a este pueblo mi perra le partió el collar a tu perro, desde entonces estuve en deuda contigo. Anoche cuando la curaste sin pedirme nada a cambio me di cuenta que eras de ese tipo de personas que quería tener en mi vida y por eso compré esta mañana ese detalle. Sabía que cualquier regalo para Romeo sería mucho mejor que un regalo para ti. Ahora ya no lo sé si es lo correcto, no sé si he hecho o dicho algo que haya provocado que hayas salido de mi casa como un toro de miura. Te juro que por más que pienso no encuentro la explicación. Sea como fuere, necesitaba que lo tuvieras tú, que lo luciera Romeo ya que le hace juego con sus ojos azules. Si he dicho o hecho algo mal, lo siento, te juro que no era mi intención. De todos modos quiero que sepas que no voy a molestarte, que lo último que yo quiero es que tú te sientas incómoda. Así que lo dicho, me faltaran vidas para agradecerte lo que hiciste por Cristal, si necesitas cualquier cosa solo tienes que llamar a la puerta de al lado. 

Loreto."

Mar se sintió fatal al cerrar aquel sobre. Sabía que había actuado fatal, que Loreto para su sorpresa era mucho mejor de lo que ella llegó a pensar. Fue tanta la sorpresa para ella que sentir que aquella chica estaba despertando algo en ella que no entendía, la hizo enfadarse, porque ella no era así, ella era fría, calculadora, metódica. Ella sabía cuando dejaba a alguien entrar en su vida, porque lo tenía que tener todo controlado, pero aquello se le iba de control y no entendía porqué, pero claro esa explicación no podía dársela a la profesora. 

Pensó en llamar al timbre, pedirle disculpas e inventarse cualquier excusa para quedar bien, pero no podía hacer eso, no podía engañarla, pero tampoco quería decirle la verdad. Aquella chica había despertado en Mar un interés que le asustaba, así que aunque le doliese parecer la mala de la película pensó que lo mejor era dejarlo todo así. Que aquello quedara en una anécdota era lo mejor que podía pasarle, porque Mar no podía permitirse pensar en alguien que no fuera ella, al menos no de la forma en la que estaba empezando a pensar. 

Chica nueva en el puebloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora