LA CHICA QUE ESCRIBÍA EN UN MUELLE

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CAPÍTULO 2


CINCO MESES DESPUÉS


Finalmente conseguí componer la letra que el otro día me había dejado en blanco. Últimamente me ocurría muy a menudo, me quedaba en blanco cuando comenzaba a componer.

Sabía que necesitaba concentrarme, y si en mí habitación no había surtido efecto, en ninguna otra parte podría hacerlo.

Eran altas horas de la noche, y el muelle estaba desierto. Solo estaba yo, mí cuaderno, mí lapicero y la farola que me alumbraba. Mis piernas colgaban.

Este se podría considerar mi lugar favorito del mundo, nada me gusta más que ir allí. Es esa sensación de sentirse en casa sin estar realmente en ella. Muchas personas tienen esa sensación con otra gente, yo... No me gustan mucho las personas. Para mí, esa sensación era mi padre. Ahora, desde que no está, es ese muelle, al que iba con él todos los días al salir de la escuela. Daba igual que tuviera clase de guitarra, de idiomas... Siempre teníamos que sacar un hueco de tiempo después de clase para mí, o de trabajar para él, y acercarnos allí.

Mi padre era el mar. Tranquilo y sereno la mayor parte del tiempo, y una terrible tempestad con oleaje cuando se enfadaba. Él adoraba pasar tiempo allí. Y se puede decir que yo he heredado parte de eso.

Recuerdo que había días que pasaba tanto tiempo en el agua —ya fuera buceando, o haciendo cualquier otra actividad—, que le tenía que obligar a salir.

"Algún día te van a salir aletas, agallas, y tu pelo se va a convertir en algas" le decía y se reía.

"Pues entonces, sería el rey de las sirenas" me contestaba.

"¿Un tritón?"

"No, un sireno, me gusta más" y se reía.

Inspiro hondo, el olor del mar, e intento despejar el pensamiento de mi mente.

Sinceramente, no lo consigo cuando una ola rompe un poco más fuerte que el resto, contra las rocas que se encuentran a escasos metros, y me salpica un poco.

Adoro el mar, no voy a mentir, pero desde que mi padre se fue, no he sido capaz de volver a meter un pie allí. Puedo observarlo, pero no tocarlo. Supongo que serán manías mías.

El recuerdo de la guardia costera sacando el cuerpo inerte de mi padre del agua, me golpea, y me distrae de la revisión que estoy haciendo de la letra de la canción.

Noté como el pecho se me comprimía, y luche contra mí misma para no llorar.

Me recuesto sobre el suelo de madera en el que estoy sentada, y aferro el cuaderno contra mí. Vuelvo a revisar la letra. Mañana la practicaría por la mañana junto a la melodía, y si quedaba bien y me la aprendía, la cantaría por la tarde en el bar. Tal vez luego iba al paseo marítimo un rato a cantar.

Cansada de escribir, cojo mi IPod, le conecto los cascos, y pulso un aleatorio. Comienza sonando Sweetest Pie, de Megan Thee Stallion y Dua Lipa.

Cierro los ojos, inspiro el aroma a mar, y me relajo. Tengo un poco de frío, estamos en febrero. Si que es cierto que aquí el invierno no es como en otros lugares. Con que salgas con una chaqueta y unos vaqueros largos, vas más que abrigado. Tal vez me relajo demasiado.

Alguien me zarandea el hombro y abro los ojos, muy sobresaltada.

Es de día y quien me ha despertado ha sido un agente de policía. Joder, anoche me quedé dormida.

Cántame y dime que me odiasWhere stories live. Discover now