EL CHICO QUE TUVO QUE RELAJAR A SU AMIGUITO

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CAPÍTULO VEINTIÚNO


Saco la llave de mi pantalón trasero y abro la puerta. Entro y comienzo a subir las escaleras, oigo como ella cierra la puerta detrás suya y oigo como comienza a subir las escaleras. Abro la siguiente puerta y entonces veo el estudio, el cual huele raro.

Misha entre corriendo y lo primero que hace, antes de quitarse si quiera el abrigo, es tirarse en plancha al sofá. Se da media vuelta y se estira.

—Madre mía, cómo echaba de menos este sofá. Me trae tan buenos recuerdos.

—¿Buenos recuerdos? —yo solo recuerdo uno, pero he de decir que sí que fue bueno—. ¿La noche que dormimos juntos?

—No. Las siestas que me echo mientras tú estás componiendo con el piano o la guitarra.

Uf, eso ha herido tu orgullo, ¿verdad, machote?

Pongo en blanco los ojos y me dirijo a las ventanas. No es que haya muchas, pero este lugar necesita un poco de ventilación. Cuando abro la primera y una corriente de aire frío entra, Misha se retuerce en el sofá y pone una mueca de desagrado.

—¿Por qué abres las ventanas? ¿Estás loco?

—Misha, llevamos casi seis meses sin pasar por aquí, huele tan mal que parece que tenemos a un cadáver encerrado en el armario —señalo con los ojos las dos puertas que están junto al baño.

—Pero estamos casi en febrero. Hace frío.

—Pero huele mal.

—Pero hace frío.

—Misha, no pienso discutir, si las quieres cerrar, levanta tu precioso culo del sofá y ciérralas tú.

Me hace burla con la lengua y no tarda en darse media vuelta en el sofá y darme de espaldas.

—Al menos dame una manta del armario.

—Tenemos que trabajar, Misha.

No me responde y decido no ignorarla. Me acerco hacia ella y me paro delante suya. Como está de espaldas y al haber ido sigilosamente, no se da cuenta de dónde estoy y cuando me agacho para agarrarla por las costillas y por la parte de debajo de las rodillas, ya es demasiado tarde como para que pueda retorcerse para intentar escapar.

—¡Eh! ¡Bájame ahora mismo!

Niego con la cabeza y la llevo a la cabina de grabación. La dejo de malas maneras en el suelo, pero sin hacerla daño, y le tiro su cuaderno junto a un bolígrafo.

—No sales de ahí hasta que reúnas varias ideas —cierro la puerta, y con una silla bloqueo el pomo para que no pueda salir.

Comienza a golpear el cristal, pero la ignoro. Tomo de mi mochila unos cascos y se los enseño para demostrar que voy a estar totalmente insonorizado. Los conecto al móvil y no tardo en escuchar una canción de Michael Jackson. Abro mi ordenador y me siento en el sofá, después abro un documento y comienzo a escribir distintas ideas.

Casi una hora después de comenzar, sentí que ya me estaba quedando vacío, sin ideas, por lo que decidí abrir a Misha.

—Gracias —dice con cierto tono burlón y con la cabeza bien alta—. ¿Ya te has cansado del frío?

Ha debido de notar que las ventanas llevan un buen rato cerradas y que la estancia está calentita gracias a la calefacción.

Se sienta en el sofá, justamente en el sitio en el que estaba yo, y me siento al lado de ella.

Cántame y dime que me odiasWhere stories live. Discover now