3 - Caleidoscopio: Espinas

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La tienda se llamaba Caleidoscopio. Lo había elegido Ángel, recordando cómo se sentía cuando perdió a Julia. Si la tienda funcionaba bien, Álex abriría más en otras ciudades, todas con un nombre propio pero agrupadas bajo la denominación Rosas. La tienda tenía dos pisos y un techo de cristal por el que entraba la luz del Sol y por el que se veían las estrellas. El suelo eran tablones de madera con espacios de césped, donde crecían los rosales. Las paredes eran blancas y, en algunas, colgaban enredaderas. Los muebles eran de madera clara. Los libros y los objetos estaban distribuidos como si fuese un museo, para poder apreciar cada pieza y colección. Había sillones chéster repartidos y, en el centro, una gran mesa donde se podía leer o trabajar. Aquel día esa mesa estaba llena de comida, en un fino catering con motivo de la inauguración y de la celebración de Sant Jordi.

Ángel, Sofía y Álex esperaban a los primeros invitados. Natalia, la famosa escritora, fue la primera en llegar y se colocó en un espacio reservado para firmar libros. Sam y Catalina, los actores que encarnaban a los personajes del libro de Natalia, se sentaron a su lado. Sofía sonrió, orgullosa. Ella, a través de una vieja amiga del colegio llamada Claudia, había conseguido tener unos invitados de tal talla. Poco a poco, llegaron más personas y se fueron formando corros que admiraban la tienda.

Cuando entró Julia, Ángel sintió un nudo en el estómago.

No había perdido ni un ápice de su elegancia: subida en unos impresionantes tacones y enfundada en un mono de flores, apareció por la puerta, mirando a un lado y a otro. Sofía rozó la mano de Ángel. No sabía si para infundirle ánimos o para recordarle que ella estaba ahí.

Ángel, Sofía y Álex dieron un breve discurso de inauguración y se repartieron por la tienda, para atender a los distintos grupos. Ángel echaba de vez en cuando un vistazo a Julia, pero ella, con sus miles de encantos ensayados, sabía desenvolverse perfectamente bien. Sus movimientos entre los invitados le acercaban cada vez más a ella. Cuando apenas le quedaban cinco invitados entre medias con los que hablar, Sofía apareció a su lado.

Julia les vio y les saludó con la mano.

—¿Por esa zorra no pasan los años? —preguntó Sofía, que conocía a Julia de cuando empezó con Ángel. Levantó la mano y sonrió, saludando a Julia— ¿Es mi sonrisa suficientemente falsa? Voy a acercarme a hablar con ella.

Ángel sonrió y atendió al siguiente invitado. Cuando Sofía se alejó de Julia, le miró, hizo una mueca y Ángel volvió a sonreír. Él se acercó a la mesa con los cócteles y, con uno en cada mano, fue a hablar con Julia:

—Un Cosmopolitan... y... —se inclinó por detrás de ella para coger una rosa de las que tenían preparadas para los invitados—. Una rosa.

Ella rió y él se estremeció al recordar los tonos de su risa.

—Gracias, Ángel —dijo, aceptando la copa y la rosa. Sus dedos se rozaron—. Y no solo por esto, me alegro de que me hayas invitado. ¿El vino os ha ido bien?

—Parece que sí —contestó Ángel, mirando a su alrededor. Cuando volvió a posar su mirada en ella, Julia tenía sus grandes ojos castaños clavados en él.

Ángel se estremeció. Se hipnotizó. Conocía esa mirada. Era la de la Julia decidida, la que quiere algo. La mirada de la Julia enfadada, pero también la mirada de la Julia que le tiraba al sofá y le quitaba la ropa. Era la mirada de la Julia desafiante y valiente.

—¿Te enseño la tienda completa? —preguntó Ángel para romper el hechizo de sus ojos.

Ella asintió y él le hizo un pequeño tour por la tienda. Intentó dilatarse lo más posible, pero sabía que tendría que enfrentarse a lo inevitable. Cuando terminó de enseñarle el último rincón, el silencio se impuso entre ellos y Julia volvió a clavarle su mirada.

TrirrelatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora