3 - Los Gondoleros: El fin del verano

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Martina tragó saliva mientras miraba hacia abajo. ¿Por qué había accedido a participar en aquella estúpida competición? Sí, por sus amigos. Esos mismos que la miraban de reojo mientras calentaban.

—¡Señoras y señores, estamos ante la última prueba! —el rimbombante presentador del concurso se dispuso a explicar las normas a los participantes. Se encontraban frente a la escalera interminable del acertijo, que descendía al mar desde una altura que superaba el control de Martina—. El primer grupo de cada equipo que ha llegado aquí hoy es el que competirá —Martina gruñó, pues ellos habían sido los primeros de su equipo—. Cuando suenen las campanas, debéis bajar las 147 escaleras hasta el mar. Abajo os están esperando unas tablas de paddle surf —Tommy les miró con ilusión, no había nadie mejor que él en ese deporte—, con las que tenéis que llegar a una estructura flotante que hay en el mar —señaló con el dedo hacia un punto en el horizonte—, donde tendréis la Copa de Campeones. El primer grupo que la consiga, gana. ¡Ah! Y casi se me olvida, aunque las escaleras debéis bajarlas todos los miembros del grupo, valdrá con que solo uno llegue a la copa en la tabla.

Las campanas sonaron y todos los competidores corrieron hacia las escaleras. Quien llegase primero tendría una gran ventaja, pues las escaleras eran tan estrechas e inestables que cualquier adelantamiento en ellas quedaba fuera de lugar. Por desgracia, Los Piratas llegaron los primeros y ellos quedaron los terceros. Mientras ponía el pie en el primer escalón, Martina se preguntó si esa prueba no sería demasiado peligrosa.

Con el miedo bloqueándole el cuerpo, no le quedó más remedio que apagar su cerebro y concentrarse en cada paso.

Santi iba delante y Tommy detrás de ella. Martina no podía evitar echar miradas a los precipicios de rocas que se extendían hasta el mar. Al cabo de un rato que se le antojó eterno, llegaron a una zona mas amplia de madera.

—¡Corred! —dijo Tommy, aprovechando el espacio para adelantar al grupo que tenían delante.

Se colocaron en segundo lugar y aceleraron el paso, ya que Los Piratas llevaban mucha ventaja. Estaban ya en el último tramo de escaleras cuando Martina escuchó un grito a sus espaldas: Tommy jadeaba en el suelo, mientras se agarraba un tobillo. Trató de levantarse, pero tembló sobre su pierna. Falto de aire, les miró con esa intensidad que solo sus ojos negros eran capaces de manifestar:

—Puedo terminar de bajar las escaleras, aunque sea con el culo, pero no voy a poder llevar la tabla.

Estaban perdidos. Tommy y el paddle surf eran la mejor oportunidad que tenían de ganar a Los Piratas, los cuáles tenían a Roberto, su líder, ya subido a la tabla.

—Hemos perdido... —murmuró Santi.

—No —dijo Tommy—. Lo haréis vosotros. Los dos juntos. A los dos os he enseñado cómo hacerlo.

—No puedo... —comenzó a decir Santi.

—Sí, puedes. Si le ganas, Roberto nunca más se atreverá a decirte nada. Hazlo por ti, Santi. Y tú —dijo mirando a Martina—, no me pongas ninguna excusa. Él va a necesitar apoyo y, si remáis juntos, iréis más rápido. Puedes ir de rodillas si sientes que no puedes mantener el equilibrio. Pero os necesitáis. ¡Vamos! ¡Corred! Yo bajaré poco a poco.

Fue tal la decisión en su voz, que Martina y Santi se olvidaron de cualquier réplica.

Remaron juntos. Sin pensar.

Poco a poco, acortaron la distancia con Roberto el Pirata. Él les miró por encima del hombro:

—¡Santi! —dijo con burla—. ¿Crees que alguien como tú va a poder con alguien como yo?

Santi se frenó en seco.

—Tiene razón.

—Santi, no. Vamos.

—No.

—Sí. Rema, por Dios.

Pero Santi no reaccionaba. Roberto estaba a muy poca distancia de la Copa pero aún podían alcanzarle.

—Santi, escúchame. Somos Los Gondoleros. Se lo debemos a Tommy, tú y yo. Tenemos que hacerlo.

La mención de su hermano pareció ser suficiente para hacerle volver a la acción. Santi remó con furia. Y ella se unió a él, sacando fuerzas de donde no las tenía.

Roberto remó con desesperación.

Fue cuestión de segundos, pero Martina pudo saltar de la tabla a la estructura antes que Roberto.

Con orgullo, cogió la copa y la alzó en alto. Santi se unió a la plataforma, miró a Roberto y dijo:

—¡Por Los Gondoleros! —después le empujó y cayó al agua de la sorpresa.

Martina acabó tan exhausta que le faltaron las fuerzas para registrar con claridad todo lo que pasó a continuación: la presentación de los ganadores, la alegría de sus compañeros, el orgullo en el rostro de Tommy entremezclado con el dolor de su pierna.

Fueron unas horas absurdamente vertiginosas y, a la vez, inmensas. En ese tiempo, Martina se dio cuenta de que el verano había llegado a su fin. Tenía que volver a Madrid.

Dos días después, Tommy y Santi aparecieron delante de la que había sido la casa de Martina durante ese verano, justo cuando su madre y ella estaban metiendo las maletas en el coche. Venían los dos en la bici de Santi, pues Tommy llevaba una pequeña venda en su pie. Había sido poca cosa, pero no podía pedalear.

—Gracias por creer en mí, Martina —dijo Santi a modo de despedida, antes de retirarse para dejarles intimidad. Su madre hizo lo mismo.

—¿Me recordarás? —dijo solamente Martina.

—¿Estás loca? Recordar a alguien significa dejar de verlo. Madrid y Castellón no están tan lejos. Y, además, el año que viene no te queda otro remedio que volver. Ya sabes, eso de la unión, la sal, el mar y el TikTok.

Martina sonrió. El optimismo de Tommy era contagioso.

—Nos vemos el año que viene —asintió ella y se dieron el último beso.

Sin embargo, pasarían muchos años sin verse y, poco a poco, perdieron el contacto. La madre de Martina se casó de nuevo y pasaron a veranear en una villa en Marbella. Martina se graduó en el instituto y estudió Periodismo. Tommy se mudó a Asturias, donde consiguió ser director de una escuela de surf. Santi se convirtió en un prestigioso científico. Martina consiguió un puesto en una revista en Castellón y, un día, mientras paseaba por la arena de la playa, alguien la llamó desde la orilla.

—¿Martina? —ella se giró y se reencontró con esos ojos negros—. ¿Me recuerdas?

Martina sonrió a Tommy, por primera vez en más de diez años.

	Martina sonrió a Tommy, por primera vez en más de diez años

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Nota de la autora:

¡Nuevo capítulo de Trirrelatos! Y el final de la historia de Los Gondoleros... ¿qué os ha parecido el final? Cuando lo escribí, me estaba gustando tanto esta historia, que quise dejar un final como este que me diese pie a sacar a estos personajes de este libro y llevarlos a otro... solo de ellos. Quizás algún día lo haga aunque, por el momento, quedan muchos trirrelatos por descubrir y tengo ya el próximo proyecto en marcha 😉

¡Saludos!

Crispy World

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