1 - Océanos de miedos: Sin arrepentimientos

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Me sentí una intrusa observándole. Estaba sentado entre dos hileras de lavanda y las abejas zumbaban con alegría a su alrededor, algo que a él no parecía importarle. De hecho, parecía bastante cómodo: su cuerpo se movía con ritmo, al son que marcaban su voz y la guitarra española, que tenía apoyada en sus muslos. Cantaba en un tono profundo y ronco, pero muy suave, como si tuviese miedo de ser escuchado.

—¡Ah! ¡Mierda! Fuera, fuera, fuera —exclamé, mientras me movía rápidamente, para evitar a una de las abejas.

Él se giró con una sonrisa divertida y yo me maldije por haber roto el hechizo que el chico parecía haber sellado con el atardecer.

—Si las dejas en paz, no pican. ¿Me estabas espiando? —preguntó, mirando a la Nikon que colgaba de mi cuello.

—Eh... No, no, no, no, no, no —contesté, riéndome—. Soy fotógrafa. Estoy aquí para cubrir el Festival para una revista —en realidad era para un blog de viajes que quería un reportaje fotográfico sobre el Festival de la Lavanda de Brihuega, pero lo de la revista sonaba mas profesional—. Y tú,... ¿tocas en alguno de los conciertos?

Torció la boca y negó con la cabeza. Un silencio algo incómodo se estableció entre nosotros y él se despidió con un gesto de la cabeza, antes de ponerse de pie y alejarse.

—¡Espera! —dije, poniéndome a su altura—. ¿Cómo te llamas?

—¿Por qué?

—¿Eres de aquí? —recibí un gesto afirmativo como respuesta—. Estoy buscando a alguien que me enseñe un poco esto. Mis jefes me han dicho que, además de los campos, hay celebraciones en el pueblo.

Me evaluó durante unos segundos. Yo hice lo mismo con él. Al final, un rastro de humor asomó a sus ojos ambarinos y dijo:

—Me llamo Dani.

—Yo me llamo Blanca.

Media hora después estábamos en el centro de Brihuega: el pueblo entero olía a lavanda y estaba vestido de colores morados. Dani me llevó de un lugar a otro, enseñándome la muralla y la mayoría de las tiendas, abiertas a pesar de ser ya de noche. La timidez de Dani era obvia en todo lo que hacía. Pero algo debí hacer para infundirle confianza y poco a poco pareció relajarse en mi presencia, hasta perder todo su recato en la tercera copa de vino de la cena. Mientras devorábamos el postre de cuajada con miel, terminamos de ponernos al día el uno del otro como solo lo hacen dos extraños. Superada la capa de las vergüenzas, Dani resultó ser divertido, inteligente y artista. No le dije nada, pero no entendía su inseguridad: con su físico y su personalidad tenía un innegable magnetismo del que yo misma estaba siendo presa. Yo me presenté como me veía a mí misma: aventurera, extrovertida y atrevida:

—Intento no arrepentirme hoy de lo que no hice ayer, ¿entiendes?

No me respondió, pero no tarde mucho en comprender que no lo entendía. De la misma manera que yo no entendí el terror que ensombreció sus ojos en aquella calurosa noche de julio, cuando salimos del restaurante. Era tarde y la calle estaba vacía, excepto por tres siluetas.

—Hombre, Dani, ¡te estábamos buscando! —dijo una de las siluetas, acercándose y dándole unas palmadas a Dani en los hombros. Yo estaba unos pasos por detrás y no me habían visto. Las sombras del portal del restaurante me mantenían oculta—. ¿Sabes que nos ha pasado por perder a nuestro guitarrista? —le dijo con ira, cogiéndole del cuello—. Nos han echado del concierto —habló con tal fuerza que su saliva roció la cara de Dani.

El chico empujó a Dani y este cayó al suelo.

—No me habéis perdido. Me habéis echado, que es distinto —respondió Dani, poniéndose en pie.

—¿Qué le hemos echado? —dijo la silueta, mirando a sus compañeros. Le dio un toque al mas corpulento, mientras le decía—: ¿Podrías recordarle a Dani la razón por la que le hemos echado?

—Claro —contestó el otro, con una desagradable sonrisa mientras se frotaba las manos.

Con el primer puñetazo, el que lideraba el grupo gritó:

—¡Te hemos echado porque eres un inútil! —ahogué un grito mientras pateaban el estómago de Dani. Pensé en salir a su rescate, pero creí que solo estropearía las cosas—. Porque eres un impredecible y un gilipollas —siseó el líder.

Dani no dijo nada, pero tampoco se defendió de los matones. Estos, al ver que no conseguían provocarle, se acabaron cansando y se largaron.

Cuando sentí que estaban lo suficientemente lejos, salí de mi escondite.

Dani estaba sentado en el suelo. Le sangraba un poco la nariz y tenía un ojo hinchado, pero no parecía estar muy mal, excepto por la vergüenza: su cara estaba roja como un tomate.

Suspiré.

—Vamos, ven conmigo, te ayudaré a limpiarte las heridas y me vas a contar qué ha pasado.

Él torció la boca como había hecho aquella tarde, cuando le pregunté si tocaba en el concierto. En mi mente, las piezas comenzaron a encajar, pero había algo que no entendía. Por lo que yo había escuchado en los campos, Dani no era un inútil. Entonces, ¿por qué le habían echado del grupo?

 Entonces, ¿por qué le habían echado del grupo?

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Nota de la autora:

Si te ha gustado el capítulo, no te olvides de... ¡darle una estrellita! 

Saludos,

Crispy World

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