2 - Asociales: Helado de caramelo

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Nadia estaba nerviosa cuando entró a su habitación. Quizás, la palabra nerviosa se quedaba corta para su estado. Lo cierto era que acababa de terminar sus exámenes de Selectividad y tenía una bomba de sensaciones en el pecho. Sentía euforia: estaba segura de haber conseguido los resultados excelentes a los que aspiraba, y que desatarían la envidia de su madre, que no aceptaba que una persona, a sus ojos tan rara como Nadia, pudiese tener éxito. Estaba agotada tras los intensos días de estudio. Estaba triste pues llevaba un mes de castigo y aún le quedaban dos semanas más, lo que implicaba que no podría celebrar su fin de exámenes. Y, sobre todo, estaba nostálgica, por la etapa que dejaba atrás. Este último sentimiento la sorprendía mucho, pues llevaba toda su vida queriendo dejar atrás el instituto. Pero en los últimos meses, Milo había puesto patas arriba su normalidad y había conseguido que Nadia se sintiese a gusto en su vida.

Su móvil sonó y vio su nombre escrito en la pantalla.

—¿No te levantan aún el castigo? ¿Tan malo fue verte conmigo? :(

Llevaban un mes sin verse, desde que Nadia quedó recluida en su habitación para alejar su costumbre de fomentar las malas compañías. Nadia decidió que debía intentarlo, tal vez lo especial de aquel día convenciese a sus padres de dejarla salir. Decidida, bajó al salón:

—Mamá, he pensado que ya que hoy he acabado los exámenes...

—No.

Nadia resopló.

—¿No querías que hiciese cosas normales? Pues déjame salir con mis amigos.

Su madre levantó la vista del libro que estaba leyendo y la miró por encima de sus gafas.

—Sí, y cuando te decides a hacer algo normal... vas y te juntas con una panda de perroflautas que, que...

—Mamá, no sé que ven tus ojos, pero no son perroflautas. Y si lo fuesen, tampoco veo porque eso es un problema.

—¡Por lo menos son hippies! Con sus tablas de surf y sus... ¡sus pelos! ¿Es que no saben lo que es un peluquero? ¿Es que no puedes ser una hija normal?

—Y tú... ¿no puedes ser menos estirada? No te sienta bien a la piel. Además, lo que tu consideras ser normal, a mí me da grima, mamá.

Nadia subió con enfado y dio un portazo al encerrarse en su habitación. No respondió al mensaje de Milo y decidió pasar la tarde viendo Winx en Netflix y descubriendo libros en Wattpad. No bajó a cenar y se quedó dormida mientras escuchaba la voz de Satellite de Harry Styles llenando el espacio de su habitación.

Se despertó cuando golpearon su ventana. Vio a Milo al otro lado.

—¿Esto no es demasiado de película? —dijo ella sonriendo al abrirle.

—No sé, soy un romántico. Recuerda que Romeo y Julieta vivían en Verona. Además, he comprado gelato al caramello—señaló una bolsa que llevaba colgada. En su interior había una caja de helados—. Subir aquí es un poco complicato, pero el árbol ese me ha echado una mano. En fin, ¿vienes o qué? Que se deshace el gelato. Y no pienso tomármelos en esta ventana...

Nadia le puso un dedo en los labios.

—Calla, Milo.

Él la miró sorprendido. Ella se acercó y le dio un suave beso en los labios.

—Vamos, Milo. Antes de que nos descubran.

Milo tardó unos segundos en reaccionar, que gastó parpadeando con frecuencia, como si no pudiese creer lo que acababa de pasar. Cuando estuvieron en la calle, se tomaron los helados, se montaron en la bici de Milo y se fueron a la playa. Había una fiesta de fin de exámenes y muchos de sus compañeros del instituto estaban ahí, incluidos los del curso inferior, la clase de Milo.

Nadia vivió en aquella noche todas las cosas que podía haber hecho durante las noches de castigo que llevaba encerrada en casa. Bailó con Milo, donde sus labios volvieron a encontrarse, tras lo cual les costó despegarse. Jugaron a yo nunca y al beer pong. Se hicieron fotos y ensayaron varias coreografías de TikTok. Cuando la luz del amanecer asomaba por el horizonte, Milo y ella se alejaron de la multitud, se compraron un café y se refugiaron en la soledad de un mirador que conocía Nadia.

Nadia le dio un sorbo a su café y dijo:

—Tenían que verme mis padres, acabo la fiesta tomando un café. Ya me sé qué dirían: ¿podrías ser menos rara?

—¿Rara? —se rio Milo, negando con la cabeza—. No, Nadia, tú eres distinguible. Entre todos los granos de arena de la normalità a la que aspiran tus padres, tú eres una roca. Visible, llamativa, sólida. È impossibile pasarte de largo. Eso es lo que les molesta, que seas mejor que ellos. Por eso intentan rebajarte siendo dispregiativi. Pero da igual... porque tú sobresales, quieras o no. ¿O acaso no vas a sobresalir en las notas de los exámenes? Pues así con todo.

Nadia sintió un nudo en la garganta. Lo que acababa de decirle era muy bonito y ella tenía algo que confesar.

—Milo, tengo que decirte algo... Sí que me ha ido muy bien en los exámenes, estoy segura. Lo que quiere decir que podré ir a cualquier universidad a estudiar Matemáticas...

Milo asintió repetidas veces. Lo estaba entendiendo y se estaba poniendo nervioso.

—Te vas —dijo, al final.

—Me voy —confirmó ella—. A Madrid, a la Autónoma.

Milo bajó la mirada y apoyo los brazos sobre sus rodillas.

—¿Cuándo?

—Pronto. Al volver de las vacaciones familiares. Mis padres no aprueban mi decisión, así que quiero ser independiente, quiero crecer, encontrarme a mí misma. Buscaré algún trabajo para poder alquilar alguna habitación...

—Mañana es cuando te vas de vacaciones —recordó él, con la mirada dolida—. Y mañana ya es hoy... ¿no ibas a decirme nada? —preguntó, enfadado, mientras se ponía en pie.

—Milo, yo... ¿estás enfadado?

—Sono innamorato di te.

Milo la miró con intensidad y, justo cuando el sol asomaba en el horizonte, se giró y se marchó.

Durante días, Nadia quiso llorar, pero no tuvo tiempo. Sus padres la arrastraron al ritmo frenesí de sus vacaciones por la Costa Azul. Quizás debido a la tristeza que Nadia acarreaba, sus padres accedieron a ayudarla en su nueva vida en Madrid, la cual empezó a la semana siguiente de volver. Se instaló en un piso compartido cerca de Nuevos Ministerios. A pesar de la ayuda de sus padres, Nadia se empeñó en ganar su propio dinero, por lo que comenzó a trabajar en el Starbucks de El Corte Inglés. Todos los días cogía el cercanías a la Autónoma, donde tuvo un flechazo fugaz con Alberto, un estudiante de física, que al final se convirtió en su mejor amigo. Con las semanas y los meses pasados, las ganas de llorar se fueron. No supo nada de Milo durante aquel tiempo, más allá de lo que él dejaba mostrar en redes sociales.

Cuando, al verano siguiente volvió a su casa, no lo encontró en ninguna de las playas de Santander. Los busco en las heladerías, pero tampoco estaba. Le llamó pero no le respondió. Buscó pistas de su paradero en Instagram, pero no las encontró... ¿Dónde estaba Milo?

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