1 - Girasoles: Son como yo, siempre buscando el sol

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Nico descubrió que a Olivia le gustaban los girasoles cuando volvían de pasar el día en las piscinas del balneario de Solán de Cabras:

–Son como yo, siempre buscando el sol –le dijo ella.

Se habían conocido en junio. Ella era una madrileña aficionada a los baños veraniegos que había acabado en Cuenca porque a su padre le habían destinado allí durante los meses de verano. Nico trabajaba en el alquiler de los barcos y piraguas en esa suerte de playa municipal que había montada en el río. No había hecho falta mucho azar para que sus destinos se cruzasen. Tampoco había hecho falta demasiado para que, a sus dieciocho años, se enamorasen. Él le había descubierto a Olivia esa ciudad que, a sus ojos cosmopolitas, era casi un pueblo: habían fotografiado las Casas Colgadas desde el Puente de San Pablo, habían paseado por la ribera del Júcar, habían cenado en los mejores restaurantes de El Castillo y habían admirado las vistas desde la Torre de Mangana.

Cuando Olivia manifestó su pasión por los girasoles, estos rodeaban las carreteras por las que conducían y el verano ya rozaba su meridiano.

–Si alguna vez no me encuentras, mira a dónde ellos miran –bromeó ella, riéndose, mientras le obligaba a aparcar en la cuneta y le arrastraba a uno de los campos de girasoles.

Como a Olivia le gustaban las canciones de Bob Dylan, en menos de un minuto, Knocking on heaven's door le robaba el silencio a ese atardecer en medio de ninguna parte. Bailaron pegados y escondidos al amparo de los girasoles. Cuando sus cuerpos ardieron de deseo, se entregaron a la pasión mientras en el cielo reinaba un mar de estrellas como nunca Olivia había visto en el contaminado cielo de Madrid.

Poco a poco los días comenzaron a ser más cortos, anunciando el final del verano y el final de su relación. Olivia intentó luchar por Nico. Se enfrentó a su padre suplicándole quedarse en Cuenca y alegando que ella no quería irse a estudiar derecho a Londres. Nico no quería perderla pero sabía que él no tenía nada que ofrecerle. Él vivía con sus padres en un piso alquilado en Cuenca y la única posesión que tenían era una casa familiar en un terreno en un remoto pueblo de la provincia. Olivia se merecía una vida mejor.

–Oli, lo siento, pero esto ya no tiene sentido.

Ella le miró sin comprender. Él se hizo el duro. La dejó como si hubiese sido un amor de verano más. Nadie que le estuviese viendo romper con ella hubiese dicho que el que estaba roto era él.

Nico dejó marchar a Olivia, que comenzó una vida que acabaría siendo tan flamante como él la veía a ella. Él trató de hallar consuelo en las fiestas de San Mateo, pero se le antojaron las más tristes que había vivido. Nada le consolaba.

Un día se levantó con una decisión clavada en sus jóvenes huesos. Se plantó en la casa familiar de su pueblo y, con los ahorros de su trabajo en la playa, se dedicó a acondicionarla durante meses. Fue humilde en la decoración. Los únicos lujos que se permitió fueron una gran silla de despacho, de esas giratorias, y unos altavoces.

En primavera, plantó cientos de semillas rodeando la casa.

La primera tarde en que sus girasoles miraron al sol, él se plantó en el porche de la casa con su silla giratoria y con sus altavoces, por los que solo sonaba Bob Dylan. Durante el resto de las tardes del verano y, a sabiendas de que no tenía sentido, Nico giró en su silla al ritmo que marcaban sus girasoles, oteando el horizonte como si esperase encontrar a alguien. Giraba hasta que en el cielo reinaban las estrellas.

 Giraba hasta que en el cielo reinaban las estrellas

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Nota de la autora:

Escribí este relato hace cinco años y medio. Fue una tarea de un curso que estaba haciendo en la Escuela de Escritores. La tarea consistía en escribir partiendo de un final, en hacer que todo lo que ocurriese en nuestra historia llevase a ese final. Yo ese finde estaba de viaje en Cuenca. Era agosto y recorría en coche las carreteras rodeadas del intenso amarillo de los girasoles, cuando me vino la escena de un chico en una silla de oficina, girando al ritmo de los girasoles. El resto salió solo. Llegué al hotel y escribí el relato completo en mi iPad, en menos de diez minutos.


Intuía que la historia tenía algo de especial, pero no fue hasta que la publiqué en Instagram, años después, cuando me di cuenta de ello. La respuesta fue abrumadora y, aún a día de hoy, aquel post sea probablemente uno de los más exitosos de mi cuenta. Después decidí ilustrar el relato, como parte de otra actividad, esta vez del grado de diseño que acabé recientemente. Publiqué de nuevo el relato ilustrado en Instagram y, de nuevo, la acogida a esta historia fue muy bonita. Y, entonces, surgió la idea... los «Trirrelatos» nacieron en aquel momento, cuando decidí darle una continuación a la historia de Nico y Olivia...


Hoy publico de nuevo esta historia, como parte de este libro «Trirrelatos» que, pronto, tendrá una versión en papel en Amazon 🌻


¡Saludos!

Crispy World

TrirrelatosWhere stories live. Discover now