2 - Molinos: Yo me ducho en tu ducha

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No se habló más después de aquel beso. Iván hizo como si no hubiese pasado y yo me monté tantas películas en mi cabeza que la boca me sabía a palomitas. Aunque en realidad me sabía a su chicle de menta. Nuestro profesor Antonio nos recibió en cuanto llegamos al hotel con un café que nos tomamos apoyados en el coche. Y digo hotel, por decir algo: parecía que era una posada en la que se podía haber alojado el mismísimo Don Quijote.

—Por el momento no va a haber castigo, pero ya hablaremos de vuelta a Madrid —nos amonestó el profesor, antes de alejarse.

—¿Qué pasa, Ivy? —se acercó uno de sus amigos con un cachondeo que ya me temí lo que venía—. ¿Te has quedado atrapado en un coche con esta friki o qué?

Iván me miró de soslayo y la boca se le quedó colgando de la cara.

—Tío, cierra la boca que se te va a meter una mosca—su amigo nos lanzó miradas a los dos—. ¿No será que tu grupie te ha tocado la patata? Ja, ja, ja. Ivy con la tía que lleva colgada de él toda la vida...

Mi vergüenza se mezcló con el miedo y, en vez de roja, me quedé en un pálido que ya me hubiese gustado conseguir para mi disfraz de Catrina en Halloween. ¿Todo el mundo sabía que me gustaba Iván?

—Qué va, tío —dijo Iván, con una mirada de acero—. Yo con esta friki ni loco.

Eso dolió, y mucho. Me alejé cabizbaja y fui a la habitación que compartía con mis dos amigas del grupo: Sofía e Inés. Nada más abrir la puerta, sus dos cabezas se giraron como resortes, con los ojos hiperabiertos.

—¡Tía, tía, tía, tíaaaaaaaa! —dijo Sofía.

—¡Que has venido con el Pokemon en coche! —añadió Inés, con su voz aguda alcanzando tonos insospechados.

—El amor de tu vida. Tu príncipe azul —cuando Sofía se ponía en tono melodramático no había quién la parase.

—No es mi nada —corté, pues aún estaba dolida—. De hecho, es bastante gilipollas.

—Gilipollas o no, está como un tren —dijo Inés, con su objetividad habitual.

—No seas tan simple, por favor —le dije. Sabía que estaba siendo borde, pero no tenía ganas de hablar—. ¿Esa puerta es el baño? Porque necesito darme una ducha —dije abriendo la puerta—. ¿Pero qué...? —dije, cerrándola de inmediato—. Hay alguien ahí dentro. ¿Lo sabéis? —asintieron, conteniéndose la risa—. ¿Y sabéis también que hay un tanga naranja en el suelo?

No pudieron seguir conteniéndose y tuve que esperar a que se les pasase la risa tonta para que me lo explicasen.

—Pues verás, tía —me dijo Inés—, es que no todas las duchas funcionan en esta cueva de hotel en la que estamos. Tenemos suerte de que la nuestra sí. Así que Antonio ha preparado unos horarios para que los alumnos que no tienen ducha, vayan a las habitaciones de otros a ducharse.

—Madre mía, creo que no tenía que haberme apuntado a esta excursión de mierda —me lamenté.

—Pero, ¿a ti qué te pasa? —me preguntó Inés—. Estás más rara de lo habitual.

Ignoré su pregunta y me dediqué a colocar mis cosas. Pillé el siguiente turno de ducha y, cuando salí, lo hice con una actitud renovada: el estúpido de Iván no me iba a fastidiar el fin de semana.

Durante ese viernes, nos pasaron todas las cosas típicas que pueden pasar en un viaje como aquel. Sofía fue la primera en claudicar porque se quedó dormida solemnemente, con la cabeza colgando de la litera de arriba, mientras esperaba a que se le secase el pelo. Inés y yo, en cambio, salimos a ver a otras amigas, aún cuando la hora límite para deambular por los pasillos hacía rato que había quedado atrás.

TrirrelatosWhere stories live. Discover now