2 - Noches Viejas: 2010

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A veces en la vida uno tiene que coger aire, retenerlo unos segundos y dejarlo ir, junto con los sentimientos que te desmoronan por dentro. La primera vez que yo aprendí a dejar ir lo que escapaba de mi control fue cuando tenía veinte años. Era la mitad del mes de diciembre de 2010 y yo me había ido a celebrar la Nochevieja universitaria a Salamanca, con mis amigos de la carrera. Recuerdo la ilusión con la que preparamos el viaje y la emoción que sentí en el trayecto por carretera: era la primera vez que viajaba con Carolina, de la que estaba enamorado como solo se puede estar cuando aún no se sabe lo que es el amor verdadero. En ese par horas que tardamos en llegar, cantamos canciones de Katy Perry, mis amigos ensayaron los trucos para ligar de Barney Stinson y las chicas debatieron sobre el último capítulo de Gossip Girl.

Cuando llegamos al hotel, deshicimos las maletas y me despedí de Carolina por unas horas:

—Pasadlo bien y... no me eches de menos—le dije con un beso en la mejilla.

—¡Qué rabia me da que no podáis venir, jo! —nos dijo Carolina, mirándonos a Nico y a mí, que estábamos sentados en el suelo de la habitación jugando al póker.

Sonaba sincera y le dijimos que no pasaba nada: a Nico y a mí apenas nos había alcanzado el dinero para poder alojarnos en el hotel, así que habíamos decidido no apuntarnos al resto de actividades que nuestros amigos tenían planeadas para aquel día.

—¡Vamos, Carol! Que esta noche a la fiesta no faltan —dijo Miguel, mi mejor amigo, en un intento de animar a Carolina.

Cuando se fueron, Nico y yo nos limitamos a dejar pasar el tiempo, ignorando a la voz en nuestro interior que nos recordaba lo diferentes que éramos al resto de nuestros amigos. Yo tenía mucha experiencia en hacer oídos sordos a mis impedimentos, pues llevaba toda la vida practicando: mientras el resto de los niños de mi colegio construían sueños en forma de piezas de lego y disfrutaban de la Game Boy a color, yo había tenido que crecer rápido, desprendiéndome de todo lo material. Cambié los juguetes por libros de la biblioteca y la tele de pago por la música de Los 40, que sonaba en la vieja radio de mis hermanos mayores. Fue gracias a mis hermanos que pude vivir camuflado en lo que hasta entonces había sido mi vida: hacían titánicos esfuerzos entre estudios, trabajos de esos en los que las horas extra no cuentan y apretadas agendas de clases particulares que daban poco margen para la vida, pero con cuyo dinero en efectivo me conseguían traer un yogur para la cena.

—¡Vamos, tío! —le dije a Nico, tras vencerle una vez más—. ¡Ya es la hora!

Nos arreglamos con ilusión. Yo me había traído mi mejor camisa y una cazadora de cuero que mi hermano Alberto me había regalado con su último sueldo. Era físico y acababa de conseguir un puesto de investigación en una empresa privada, lo que presentíamos que sería un cambio en la dirección del maldito destino de nuestra familia.

Cuando salimos a la calle, el aire estaba tan frío que picaba en los pulmones. En los minutos que tardamos en llegar a la Plaza Mayor de Salamanca, pensaba en cómo se lo habría pasado Carolina y en la ilusión que me hacía darle el beso de inicio de año, como hacían en las series de televisión.

—¡Esto está lleno! —me gritó Nico, mientras mirábamos a un lado y a otro, buscando al resto de nuestros amigos, entre el mogollón de estudiantes que atiborraba la Plaza.

—¡Vamos a dar una vuelta rodeando la plaza y seguro que los vemos!

Eso hicimos. En el camino, le mandé varios mensajes a Carolina, pero no había buena señal. Cuando ya nos dábamos por vencidos, Nico dijo:

—¡Mira! ¡Están allí! —señalaba una de las zonas cubiertas por los soportales, donde se veía a alguno de nuestros amigos.

Cuando llegamos, nos quedamos paralizados el tiempo suficiente para que Carolina pudiese sacar la lengua de la boca de Miguel que, desde luego, dejó de ser mi mejor amigo en aquel instante. Nico me miró sin saber qué decir, y Miguel y Carolina se acercaron a nosotros con la culpabilidad en sus rostros.

—Lo siento —dijo ella.

—¿Desde cuándo?

—Álex, nunca estás.

Y no pude decirle nada, porque tenía razón. Nunca estaba porque estaba siempre estudiando para poder sacar unas notas lo suficientemente buenas que me permitiesen seguir becado en la universidad. Como ella lo sabía y, aun así, me lo echó en cara, decidí que lo mejor que podía hacer era largarme de allí.

—¡Espera! —escuché al traidor de Miguel a mis espaldas.

Pero no esperé y, sin darme cuenta, acabé frente a la Catedral. Incluso en esa oscuridad, veía al astronauta camuflado en la fachada.

En unos minutos, Nico se sentó a mi lado:

—No te rayes, ella no lo merece.

Le miré con incredulidad.

—Mira quién habla —dije con toda la ironía y la amargura de la que era capaz—: el señor de los girasoles, incapaz de olvidar a su amor de verano adolescente.

Por toda respuesta, Nico me puso las doce gominolas en la mano, con las que se celebraba esa Nochevieja tan particular.

—Van a ser las campanadas. Tómate un oso por cada una y pide un deseo de año nuevo. Y luego, coge aire, retenlo unos segundos y déjalo ir. Cuando lo hagas, deja ir a Carolina también.

Seguí el consejo de Nico y, cuando retuve el aire, hice un repaso de todos los fracasos de mi vida. Al expulsarlo, dejé ir todas las penurias y desgracias y me insuflé de unas renovadas energías. Una extraña fuerza se apoderó de mi interior y me levanté para acariciar la cabeza del astronauta. No pude evitar recordar aquel día en que pisé un clavo en la Castellana. Aquel día en el que empezó nuestra mala suerte.

—Dicen que da buena suerte tocarlo —expliqué—. Nico, se acabó nuestra vida de mierda. Este año lo vamos a conseguir. Vamos a escribir nuestro propio destino —Nico me miró extrañado—. Y vamos a empezar por tu sueño del hotel de los girasoles.

Aunque Nico no parecía muy convencido, me hizo caso y acarició la cabeza del astronauta. 

Nota de la autora:

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Nota de la autora:

¡El final está cada vez más cerca! Solo un capítulo más y todo el libro habrá finalizado... Después espero daros alguna sorpresita al respecto, pero aún tardará un pelín en llegar.

Tengo curiosidad... ¿qué hacíais vosotros en la Nochevieja del 2010?

¡Saludos!

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