3 - Molinos: Vamos, sube, friki

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No hace falta decir que le dejé besarme cuando me arrinconó contra la pared. Además, como contraoferta, le propuse besarme tumbados en la cama, cosa que creo que rompió todos sus esquemas.

—¿Qué pasa?

—Te imaginaba más modosita.

Sin embargo, unos golpes en la puerta, al ritmo de la canción It's time de Imagine Dragons, interrumpieron nuestras negociaciones. Era Luis, otro compañero de clase que venía a ducharse. Harta de ser el centro de acogida de los chicos con olor a pies, decidí que era mi momento de irme a desayunar:

—Adiós, Pokémon.

Luis se empezó a tronchar de risa y escuché, desde el pasillo, que le preguntaba a Iván que por qué le llamaba yo así. Cuando bajé con cara de tonta al desayuno, tarareando Mon Amour, ya casi era la hora de salir para la visita a los Molinos.

Nuestro profesor Antonio nos llamó la atención a todos:

—¡Vamos! Uno a uno por la puerta, voy a hacer recuento de que estáis todos.

Pasé el recuento mientras me terminaba mi napolitana de chocolate y subí al autocar. Iván y Luis subieron los últimos. Durante el corto trayecto, y entre susurros, les conté lo que había pasado a Inés y Sofía.

—Es como un cuento de princesas —dijo Sofía con tono soñador.

—No, yo no soy ninguna princesa, Sofía —le dije, levantándome del asiento para bajar del autocar.

Reconozco que la visita al molino fue interesante, pero yo no tenía la cabeza muy centrada. Entre las explicaciones del guía, mi mirada se desviaba hacia Iván.

Y la suya se desviaba hacia mí.

Y yo aún no entendía qué estaba pasando.

Menos aún comprendí cuando, en el descanso de la visita, Iván se acercó y me susurró en el oído:

—Vamos, friki. Sígueme.

Y yo le seguí.

En apenas veinte minutos llegamos al pueblo. Hacía mucho frío e Iván me invitó a un capuchino. Rodeé con mis manos la taza. Aunque yo era más de frapuchinos, agradecí el calor que me brindó.

—No hemos tenido tiempo de besarnos en la cama —me dijo.

—Aaajá...

—Mira, ahora sé que eso es un ajá condescendiente. ¿Qué pasa?

—Que no sé a qué juegas. Yo soy yo y tú eres tú. ¿Qué quieres de mí?

—Un beso en esta cafetería.

Suspiré y me incliné sobre la mesa, mirándole fijamente.

—¿A qué esperas? —le dije.

Su beso supo a su Té Matcha y yo me volví a mi silla.

—¿Cómo ves un beso en el parque que hay en la plaza? —preguntó.

Cuando llegamos al parque, yo me sentía en una nube pero, a la vez, era una espiral de emociones. Sabía que Iván sería un gilipollas cuando volviésemos con el resto de la clase. Sin embargo, olvidé mis dudas cuando Iván me lanzó un puñado de hojas a la cara. Le miré con toda la dignidad que podía tener con una hoja colgando de mis gafas.

—Guerra de hojas —me dijo él, riendo.

Pasamos una tarde entre hojas, besos y un frío que calaba los huesos. Para cuando volvimos al molino, el atardecer era de un intenso naranja y recortaba las siluetas de los molinos en el horizonte. También recortó el perfil de Antonio, cuando pareció un gigante echándonos la bronca:

TrirrelatosWhere stories live. Discover now