1 - Dioses Baleares: Ibiza y Formentera

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Estaba en la paradisiaca playa Ses Illetes de Formentera cuando Clara entendió que el karma siempre pasaba factura:

—Tengo diez llamadas de Zeus —dijo con un suspiro.

—¿Tu novio se llama Zeus? —preguntó Jaime, ladeando la cabeza y dejando que sus cabellos rubios se balanceasen en el aire.

Clara había conocido a Jaime la tarde anterior, durante el penúltimo día de su viaje de fin de curso con el instituto, tras torcerse el tobillo en una cala remota de Ibiza. Angustiada por pensar en volver por los caminos con el tobillo dolorido, sus amigas y ella habían aceptado la oferta de Jaime: un joven capitán de un barco turístico que, viendo el apuro de Clara y sus amigas, las había acercado a Ciudad de Ibiza, después al hospital y luego de vuelta al hotel.

—Mi novio se llama Leo, pero le llamamos Zeus —se mordió el labio, un poco cohibida—. Está muy bueno -se encogió de hombros— y le empezaron a decir Dios Griego...

—Tú puedes ser mi Diosa Balear. Dile que te llame lo que quiera, vamos a estar sin cobertura. Es el karma, por dejarte tirada.

Clara se rió para sus adentros. Zeus había pasado olímpicamente de ella y su tobillo herido. No solo había estado de fiesta toda la noche, sino que había decidido abandonarla en el hotel mientras él se iba a hacer una ruta de senderismo por las calas de Ibiza. Cuando ya pensaba que iba a pasar su último día de viaje encerrada sola en el hotel, Jaime había aparecido con una moto y una tentadora oferta:

—Si te vienes, te prometo un día inolvidable y que puedes hacer con un tobillo pocho como el tuyo. ¿Cómo lo ves?

Lo había visto bien y Jaime la había llevado en moto hasta el puerto de la ciudad, donde subieron la moto a un barco y navegaron al puerto de Sa Savina en Formentera. La primera parada habían sido las aguas turquesas de Ses Illetes. Haciendo caso a la sugerencia de Jaime, Clara avisó a Zeus de su falta de cobertura, bloqueó el móvil y lo guardó en su bolsa de playa.

—Hecho. Y, ¿ahora qué?

—Ahora vas a flipar con esta isla, Diosa Balear. Sube a la moto.

Y Clara tuvo que reconocer que a Jaime no le faltaba razón. Desde Ses Illetes, la llevó a comer una pizza a Chezz Gerdi, un restaurante italiano con una Volkswagen roja con la que se hicieron un selfie. Clara, cuyo móvil perdía la conexión cada poco rato, pudo resistir la tentación de subirlo a sus stories. Desde allí, fueron hasta El Pilar de la Mola, una de las poblaciones de la isla, donde había un mercadillo hippy que hizo que a Clara se le saliesen los ojos de las órbitas. Jaime le compró un colgante con un pequeño faro plateado.

—Por confiar en mí, Diosa Balear.

Clara lo guardó con una sonrisa y se embarcaron a su siguiente parada: el Faro de la Mola, al cual llegaron por una carretera recta que parecía llevar al fin del mundo. Fue allí donde Clara descubrió que Jaime no era ibicenco:

—En realidad, yo soy de Menorca —dijo, encogiéndose de hombros—. Durante los meses de verano voy y vengo entre todas las islas. Trabajo llevando algunos barcos turísticos y cada vez me toca una ruta diferente.

—¿Te gusta tu trabajo?

—Me gusta navegar —se limitó a responder él—. Mi sueño es tener algún día un Llaut menorquín —la miró de reojo—. Es un barco típico de Menorca.

Fue cuando vieron el atardecer desde el otro faro de la isla, el de Bavaria, cuando Clara se dio cuenta de que llevaba horas sin pensar en Zeus. La conversación con Jaime era fluida y estimulante, divertida y desenfadada, y parecía que se conociesen de toda la vida. Sin pensar en lo que hacía, puso su mano sobre la de Jaime, mientras decía:

—Se ve Es Vedra. Lo vimos el otro día en una excursión.

Jaime le apretó la mano antes de responder.

—Desde aquí es especial. Vamos, que aún nos queda un último destino antes de volver a Ibiza.

Jaime la llevó a un bonito restaurante llamado A mi manera. Cenaron en un idílico jardín rodeados de cultivos. Cuando terminaron, Jaime volvió al puerto y se montaron en la barca. Dejaron de largo la Isla de Espalmador y desembarcaron en Ciudad de Ibiza, cuando ya era medianoche. Aquella era la noche de San Juan y algunos fuegos artificiales decoraban el cielo. Cuando llegaron al hotel, Clara volvió a coger la mano de Jaime y le dijo:

—Gracias por este día, ha sido perfecto. Ha sido el mejor día del viaje, a pesar de las circunstancias —dijo mirándose su pie con tobillera.

—Mañana te vas, ¿no?

Clara asintió, mirándole a los ojos. Se puso de puntillas para darle un suave beso en los labios.

—Mañana me voy... ¿quizás nos veamos alguna vez?

No le dio tiempo a responder, pues ambos vieron a un chico enojado que se acercaba dando zancadas.

—¿Es Zeus? —preguntó Jaime—. Está tan rojo de enfado que creo que brilla en la oscuridad —Clara se echó a reír—. Creo que es mi momento de irme. Hasta que el karma nos junte de nuevo, Clara...

Clara asintió y le vio marcharse en la negrura de la noche.

	Clara asintió y le vio marcharse en la negrura de la noche

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Nota de la autora:

¡Espero que os haya gustado el capítulo! Si ha sido así, no te olvides de votar :) Si también te apetece dejarme un comentario, yo te leo encantada.

¡Saludos y feliz martes a todos!

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