1 - Los Gondoleros: Unidos por la arena y el mar

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Después de tres meses veraneando en Benicàssim, Martina había aprendido a saber la hora por la posición del Sol. En parte era gracias a Tommy, al cual había conocido en junio, mientras ella leía debajo de su sombrilla:

—En todas las playas hay alguien que lee un libro de Agatha Christie —le había dicho él, a modo de presentación, mientras recogía su pelota de fútbol que se había colado en la toalla que Martina tenía extendida en el suelo—. Disculpa, mi amigo ha lanzado muy fuerte.

A ella, como buena lectora de novelas de intriga, le interesó el misterio que rodeaba a Tommy y sus amigos: pasaban las tardes entrenando en la playa. Hacían flexiones, corrían, saltaban y terminaban con un extraño deporte que consistía en subirse a una tabla de surf y remar por el mar en calma. Internamente, les comenzó a llamar Los Gondoleros de Benicàssim: la manera en la que se movían, tan erguidos y seguros, le recordaba a los paseos en las góndolas de Venecia. Fueron pocos los días necesarios para que Tommy acabase invitándola a una fiesta, para ampliar esa relación que se forjaba entre los dos a base de los pequeños intercambios cada vez que Tommy y sus amigos invadían el trozo de playa de Martina con la pelota de fútbol:

—Esta noche, en esta misma playa —le había dicho él, con sus dientes blancos reluciendo en su bronceado rostro. Su pelo rizado también era moreno—. Es la noche de San Juan.

A la luz de las hogueras de la fiesta, Martina descubrió que todos los amigos de Tommy lucían ya un moreno uniforme a esas alturas tan tempranas del verano. Ella, en cambio, portaba el blanco pálido de Madrid: hacía solo una semana del comienzo de esos largos tres meses que su madre había decidido que pasarían ese año en la playa. Sin embargo, más allá del moreno, el grupo de amigos de Tommy era tan heterogéneo que Martina encajó en él sin problemas: se componían de siete amigos del instituto y todos sus hermanos pequeños. Ella encontró un hueco entre toda esa disparidad de edades, géneros y gustos.

A lo largo del verano, Martina hizo suyas las costumbres de ese grupo de amigos: recorrían Benicàssim en bici cuando se iba el Sol, hacían fiestas en las villas hasta el amanecer y grababan todo tipo de retos para TikTok. También se convirtieron en costumbres muchas de las cosas que Tommy y ella hacían a solas: veían los atardeceres desde las playas de piedras mientras se tomaban un helado, se tumbaban en la arena a contar estrellas y hablaban durante horas de sus libros preferidos. Sin embargo, el pasatiempo favorito de Martina era sentarse en la tabla de Tommy y que él la llevase remando por el mar. Este deporte había resultado llamarse paddle surf y era lo único que no hacían para entrenar, sino por diversión. Esas largas horas en medio del mar, sin relojes ni pantallas, ni nada que marcase el transcurso del tiempo; eran las que le habían permitido conocer a Martina la hora por el Sol. Debían ser las siete de la tarde cuando Tommy le habló de la búsqueda del tesoro.

—Para eso entrenamos. Es una actividad que han sacado los ayuntamientos para las fiestas, que son en septiembre. Tendrá una parte de ir descifrando pistas y otra parte de pruebas físicas.

—Me imagino que hay premio, ¿no?

—Seis mil euros —su sonrisa iluminó su cara y se contagió a la de Martina—. Pero realmente lo que pasa es que estamos un poco picados... hay otro grupo del insti que se va a presentar también. No nos llevamos muy bien con ellos. Son un poco abusones. Sobre todo con nuestros hermanos pequeños.

Tommy tenía un hermano pequeño, llamado Santi, que era parte del grupo.

—Hemos pensado... que nos vendría bien tu ayuda.

—¿Mi ayuda?

—Eres buena con los misterios.

—¿Por qué leo novelas de misterio?

—Sí, eres muy inteligente. Pero también porque eres una de nosotros, aunque te vayas a mitad de septiembre. No podemos hacerlo sin ti. Estamos unidos por la arena y el mar.

—Y el TikTok —dijo ella de broma. Él sonrió—. No lo sé...

Martina no tuvo tiempo de buscar una excusa porque llegó una pequeña ola que la desestabilizó y casi la hace caer de la tabla. Tommy, a tiempo, la sujetó por la cintura.

—Además —dijo, sin quitar sus manos—, para la prueba cada equipo tiene que dividirse en grupos e ir cada uno a un pueblo. He pensado que podríamos ir en el mismo grupo, con Santi.

Martina accedió y sellaron el trato con el primer de muchos besos con sabor a sal.

Para cumplir con las expectativas que de ella se tenían, Martina empezó a alternar sus lecturas de misterio con lecturas de la historia de la zona: la búsqueda del tesoro estaba ambientada en torno a la figura de los templarios y un supuesto tesoro perdido en las costas de Castellón. Descubrió que la Torre de San Vicente de Benicàssim era una antigua torre de vigía frente a los corsarios, al igual que la Torre de la Sal en Oropesa. Supo de un castillo medieval en Xivert, pero también del lago subterráneo navegable más largo de Europa, en las Coves de Sant Josep, y de la Fuente de los Baños, una piscina termal entre las rocas.

Para cuando todos los festivales de Benicàssim acabaron, Martina ya tenía un sólido conocimiento de la zona. Lo suficiente para ir sin dudas a inscribirse con el resto de sus amigos, a apenas unos días de septiembre. Allí conoció a los que serían sus enemigos en la competición. Eran un grupo de chicos corpulentos y chicas llamativas. Santi se escondió detrás de Tommy al verlos.

—Dejadnos en paz —amenazó Tommy con una mirada desafiante.

—No te preocupes, hoy estoy de buen humor —respondió el que parecía el cabecilla y que se llamaba Roberto. No tardó en reparar en Martina—. ¿Chica nueva, Tommy? —su mirada era lasciva y Martina sintió una tremenda repulsión.

—Ignórale —le dijo Tommy a Martina, dándole la espalda a Roberto.

—¿Cómo os llamaréis? —insistió el otro desde atrás.

Tommy giró la cabeza lo justo para que Roberto viese su desconcierto en la cara.

—Para inscribirse hay que ponerse un nombre —aclaró Roberto—. Nosotros somos los Piratas —miró a sus compañeros con orgullo y, después, con diversión—. Ellos podrían llamarse las Gallinas —sus amigos estallaron en carcajadas.

Tommy, Martina y el resto de sus amigos pudieron dejar atrás a Roberto y sus matones, pues era su turno de inscripción. Cuando llegó el momento de escribir el nombre, Tommy miró con dudas al resto.

—Los Gondoleros —dijo Martina, a lo que el resto le miraron con una mezcla de sorpresa y diversión.

Martina les explicó el porqué de su idea y fue Santi el que con un salto y el puño en alto dictó sentencia:

—¡Seremos Los Gondoleros de Benicàssim!

	—¡Seremos Los Gondoleros de Benicàssim!

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Nota de la autora:

¡Hola! Esta historia nació en el verano de 2021, mientras estaba de vacaciones por las playas de Castellón. No sé cuánto tiempo lleva de moda el paddle surf, pero yo me fijé por primera vez en aquel viaje. Muchísimas personas probaban a subirse a la tabla y yo, que ignoraba el nombre de este deporte, dije que me recordaba a los gondoleros de Venecia. Al momento el paddle surf me atrapó, y esta historia empezó a tomar forma en mi cabeza. Es uno de los relatos que más se centra en la amistad, lo que lo hace ligeramente diferente al resto. Espero que os guste :)

PD: tengo pendiente aprender a hacer paddle surf


¡Saludos! Y buena semana!

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