3 - Dioses Baleares: Menorca

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Clara y Jaime se convirtieron en buenos amigos veinte años después de conocerse, cuando los dos vivían en Ciutadella, en Menorca. Ella había roto con su vida, después de un divorcio que la había roto a ella. Él seguía sin Llaut, pero dirigía un restaurante en el puerto, famoso por sus lubinas a la sal. Ella no sabía qué le había llevado a aquella isla, como tampoco que Jaime vivía allí. Se encontraron por casualidad en una visita a uno de esos talayots que se dispersaban por la isla, como vestigios del pasado de aquel paraíso. Aunque la química entre ellos fue tan evidente como cuando tenían dieciocho años, ambos estuvieron de acuerdo en ser solo amigos, mientras cenaban aquella misma noche en el patio de un restaurante llamado Moriarty:

—No he venido a buscarte. Solo he venido, creo que porque en estas islas soy siempre algo más feliz.

—Has venido porque eres la Diosa de las islas —susurró él, en broma.

—Y por el teletrabajo, que me ha dejado irme de Madrid.

—No te preocupes, puedo ser tu solo amigo.

—Espero que no seas mi único amigo —le respondió, brindando con su Pomada, un cóctel típico de la isla hecho con gin Xoriguer y limonada.

Desde aquella noche, Jaime le había enseñado los secretos a voces de aquella isla. Clara había descubierto que hay sitios que no eran abarcables con palabras y Menorca era uno de ellos. Respirando el mar en el aire, visitaron las piscinas naturales de Cala en Brut de Ciutadella y buscaron famosos en la paradisiaca playa de Cala Galdana. Saltaron desde el mirador de Cala en Turqueta y se escondieron en las arenas naranjas de Cala Pregonda. Vieron el atardecer desde la Cova d'En Xoroi, donde bailaron hasta reventarse los pies. En sus días de vacaciones, Clara se decidió a recorrer el perímetro de la isla por el Camí de Cavalls, visitando todas sus playas. La soledad de aquellos días la ayudó a dejar atrás su pasado y solo fue rota por las visitas de Jaime para bañarse en el azul infinito de Macarelleta y en la salvaje playa de Escorxada, donde decidió quitarse toda la ropa y guiñarle un ojo, mientras decía:

—Es nudista.

—Macarelleta también lo era y no te pusiste en plan exhibicionista.

—Macarelleta está petada de gente. Y esto siempre lo hago. Aquí es algo normal. ¿No te gusta lo que ves?

—Yo no he dicho eso —sonrió ella—. Así que aquí es lo normal...

Clara, que nunca había tenido mucho pudor, le siguió el juego. Aunque la tensión entre ellos era más palpable que nunca, Jaime se despidió pronto aquella tarde:

—Tengo que volver al restaurante, te dejo que sigas con tu aventura. Si no me equivoco... ¿este es tu último tramo?

—Así es...

—Estás invitada mañana a la mejor lubina a la sal de la isla. Te espero a las nueve.

Al día siguiente cenaron juntos en la intimidad del bonito patio del restaurante de Jaime, al lado de un grueso árbol que miraba al cielo. Después, tomaron un helado de queso de Mahón paseando por las calles de Ciutadella y Jaime propuso ir en su coche a ver las estrellas en la oscuridad del arenal de Son Saura.

—Esta es una de mis playas favoritas —dijo Jaime, con la mirada perdida en la orilla.

Fue entre las sombras iluminadas por la luz de la luna, cuando dieron el primer paso. Primero fue una mano que buscó a la del otro y, después, uno de esos abrazos para los que Clara tenía que ponerse de puntillas. Llevaban toda la noche en un punto en el que, cada vez que se aproximaban, sus pieles se erizaban tanto que parecían darse la vuelta. También quemaban y ardían y tenían una sensibilidad exagerada al roce del otro.

—Soltera por primera vez en nuestra historia... —dijo él en su oído—. ¿Eso habrá que celebrarlo no?

—Llevo soltera todo el verano.

—Pero no preparada. Ahora sí... ¿no?

—El karma nos debe un beso que no sea prohibido.

Cuando sus labios se encontraron, fue un beso tan suave y dulce como los dos que habían compartido en las dos décadas anteriores.

—Nuestro primer beso sin ataduras —dijo él, al separase.

—Pues no te ates —contestó ella, antes de lanzarse de nuevo a sus labios.

Cuando el amanecer les despertó entre las dunas de la playa, Clara se percató de un barco en las aguas de la cala.

—Es un Llaut. Y fíjate bien en su nombre —le dijo él.

—¿¡Dioses Baleares!? —Clara se giró y le miró con los ojos abiertos como platos—. ¿Es tuyo? —Jaime asintió con una sonrisa ufana—. ¿Desde cuándo? ¿Tenías todo esto planeado? —preguntó Clara, riéndose, señalando a la playa y dándole una palmada en el hombro.

—Cuando te encontré de nuevo aquí, comprendí que los sueños sí se cumplen y me atreví a dar este paso. ¿Qué? ¿Nos subimos y recorremos la isla? —preguntó, ofreciéndole la mano.

Clara la cogió y, juntos, recorrieron la vida.

	Clara la cogió y, juntos, recorrieron la vida

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Nota de la autora

¡Fin del relato de los Dioses Baleares! Esta ha sido una de mis historias favoritas, por los personajes y por los escenarios: me encantan estas islas, son como un paraíso. También me ha gustado la banda sonora... ¿Habéis escuchado la canción que he puesto en este capítulo? ¡Es súper bonita!

Quería contaros que este es el último trirrelato que me faltaba por escribir, aunque los seis siguientes no estén aún publicados en este recopilatorio. Sí que están en libros independientes dentro de mi perfil, pero creo que los voy a ir borrando según los incorpore a este recopilatorio. Si los habéis leído, espero que os apetezca volver a leerlos (tendrán algunas mejoras).

Todo esto quiere decir que... ¡tendré actualizaciones con más frecuencia!

¡Nos leemos!

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