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Por primera vez en mucho tiempo parecía que iban a respetar mis deseos

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Por primera vez en mucho tiempo parecía que iban a respetar mis deseos. Atlas trajo a mis perras, después de insistir mucho y discutir con mi tío por teléfono. Sin embargo, había merecido la pena.
Me encontraba sentada en el sillón de mi añorada casa con Sombra y Tormenta tumbadas sobre mi regazo, mientras las tres veíamos 10 razones para odiarte y solamente yo comía palomitas dulces. Aquello era la definición de paraíso.

Mi teléfono empezó a vibrar frenéticamente justo cuando Heath Ledger iba a comenzar a cantar, de modo que no pensaba contestar. Aún así me molesté en echar un vistazo a la pantalla para comprobar que era Rafael Di Angeli. Puse los ojos en blanco, creí haber dejado bien claro que lo nuestro iba a ser algo casual, y tener que hablar diariamente le da cierto componente romántico a la relación. Dejé que siguiese vibrando con tal de ignorar mis problemas un poco más, era horrible tener aquel ruido taladrando mi cabeza como un recordatorio de que estaba siendo negligente en muchos sentidos.

Sombra soltó uno de esos suspiros perrunos que tanta gracia me hacen. Sonreí acariciando su cabeza suavemente mientras me preguntaba que sería tan agobiante para ella. Por supuesto, Tormenta se puso celosa y apretó su cabeza contra mí hasta que también empecé a acariciarla a ella.

Continuaba disfrutando de mi comedia romántica favorita, cuando de repente un ladrillo atravesó el cristal de mi ventana. Las perras saltaron disparadas y comenzaron a ladrar tuve que agarrarlas por los collares rápidamente antes de que fuesen hacia la ventana. El suelo estaba lleno de cristales rotos y no quería que se hiriesen las patas. Permanecí agachada junto a ellas unos minutos, hasta estar convencida de que nada más iba a entrar por la ventana, este tiempo también sirvió para que nos calmásemos un poco.

Llevé a las perras a la cocina pese a que se resistieron notablemente y las dejé allí encerradas mientras barría los cristales del suelo con cuidado de no dejar ni el más mínimo pedacito.
No entendía completamente lo que acababa de pasar, la reacción de limpiarlo todo fue meramente automática.

Cuando fui a recoger el ladrillo me di cuenta de que llevaba pegado un trozo de papel, que resultó ser un mensaje: "Sabemos lo qué has hecho, afronta las consecuencias"

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Cuando fui a recoger el ladrillo me di cuenta de que llevaba pegado un trozo de papel, que resultó ser un mensaje: "Sabemos lo qué has hecho, afronta las consecuencias".

Me recorrieron escalofríos de arriba a abajo. El hecho de que alguien tuviese información sobre mí y me amenazase de una forma tan clara era aterrador, pero lo peor es que ni siquiera sabía a qué se refería el autor de la nota.

Miré a través de lo que quedaba de mi ventana y vi que habían dejado su firma. En la acera de enfrente, habían pintado con spray en el suelo. Solo eran unos trazos burdos como dos números tres algo amorfos uno frente a otro a modo de espejo, comprendí que se trataba de un par de alas; el símbolo de los Di Angeli.

Aquello me dejó aún más boquiabierta porque estaba segura de no haber hecho nada contra ellos, además eran aliados de los niños perdidos y tenían negocios fructíferos con mi tío.

Miré el teléfono y tenía muchísimas llamadas perdidas.

Miré el teléfono y tenía muchísimas llamadas perdidas

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El negocio familiarWhere stories live. Discover now