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—La calidad del producto lo es todo

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—La calidad del producto lo es todo.— explicó él mientras llevaba la fuente de ensalada hasta la mesa.
Esa había sido mi aportación a la preparación a la cena, había puesto la mesa para dos y ni siquiera tenía velas que no fuesen de cumpleaños pasados.—Espero que haya quedado comestible.

Me senté en la mesa y él sirvió la ensalada en ambos platos ayudándose de dos utensilios de madera que yo no había utilizado en mi vida.

—Un momento.— Rafael sacó una botella de vino de la caja de cartón que había sobre la mesita de café del salón.—Es una ocasión especial, y merece que brindemos.

—La verdad es que sí.— saqué un par de copas de la vitrina e hice cómo que no veía la capa de polvo que las cubría. Pensé que la ocasión de la que hablaba era el hecho de que fuese a cenar algo relativamente sano y bien cocinado, pero mirándolo en retrospectiva, puede que se refiriese a nuestro compromiso.

—Por nosotros.— ofreció su copa y no tardé en brindar.
En cuanto di el primer sorbo me di cuenta de que aquel vino tinto no era cualquier cosa, sin ser sommellier me di cuenta de que tenía un retrogusto a haber costado muchísimo dinero, lo confirmé con un vistazo lascivo a la etiqueta "Ribera 2001".

 En cuanto di el primer sorbo me di cuenta de que aquel vino tinto no era cualquier cosa, sin ser sommellier me di cuenta de que tenía un retrogusto a haber costado muchísimo dinero, lo confirmé con un vistazo lascivo a la etiqueta "Ribera 2001"

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Me quedé pasmada, y a continuación aún más cuando probé la ensalada César. Me resultaba impensable que aquel amasijo de productos en oferta y al borde de la caducidad pudiesen saber tan bien.
Rafael la probó también, una vez se quedó satisfecho tras mi reacción positiva.

Él colocó su dedo índice en mitad de la mejilla y realizó un par de giros de muñeca.

—¿Qué significa esto?— pregunté imitándolo.

—Que está bueno.—contestó él. Sonreí y lo repetí, ahora más convencida.

Me fijé en que continuaba vigilando a Sombra con el rabillo del ojo, naturalmente era algo mutuo.

—Ellas también tienen hambre.— aclaré y me levanté de la mesa. Normalmente no cedería a sus ojitos adorables como chantaje para conseguir comida, pero lo cierto es que era culpa mía, había olvidado llenar sus cuencos de pienso para perros grandes a base de pollo y salmón (aparentemente, estaban mejor alimentadas que yo). Normalmente es lo primero que hago tras volver del último paseo del día pero Rafael había conseguido distraerme.—Sombra, siéntate.— ella obedeció y vió atentamente cómo dejaba su cuenco en el suelo en un extremo de la cocina.—Ya.— en cuanto di la orden ella se abalanzó sobre la comida.—Tormenta...— me di la vuelta y ella ya estaba esperando ansiosa sentada en el otro lado de la cocina.—Ya.— dije tras dejar su cuenco frente a ella, y Tormenta hundió la cara dentro.

—Veo que estás leyendo Romeo y Julieta.— Rafael apuntó con la cabeza al ejemplar que había dejado tirado de mala manera en el sillón.

—Lo leí hace tiempo.— en el instituto, teniendo yo la edad de Julieta, después de ver la película en la que Leonardo Dicaprio era el coprotagonista.— Alguien me lo citó hace poco y le he echado otro vistazo.

—Mi familia tiene una casa en Verona, podríamos ir allí de luna de miel.— traté de no atragantarme con aquel vino tan caro que estaba bebiendo.—Está entre Milán y Venecia, podríamos visitarlos también.

—Suena bien...— no me dejó continuar la frase con el "pero" que ya tenía en la punta de la lengua.

—Te llevaré al Palacio de Julieta, y yo me asomaré al balcón.— tomé los últimos pinchazos de ensalada que quedaban en mi plato apresuradamente.— Y después podremos jurarnos amor eterno en sus tumbas.

Su anillo plateado en mi cuello me ardía como si fuese un vampiro, estaba volviendo a sentirme presionada después de que casi lo olvido al estar tan cómoda.

—Qué tarde se está haciendo, mañana tengo trabajo.— me levanté de golpe y comencé a quitar los restos de la cena, Rafael se apresuró para ayudarme (lo cual fue sorprendente, no solo por su familia claramente machista, también por estar acostumbrado a tener empleados detrás de él todo el tiempo). No tardamos nada en dejarlo todo en su sitio, aunque en silencio. Creo que se dió cuenta de cómo me estaba haciendo sentir y por eso dejó de hablar de compromiso.

—¿Dormiremos en la misma cama?— me siguió hasta mi habitación. Yo asentí, era ridículo fingir que íbamos a respetar la santidad del matrimonio cuando ya habíamos pasado la noche juntos en un hotel.

 Yo asentí, era ridículo fingir que íbamos a respetar la santidad del matrimonio cuando ya habíamos pasado la noche juntos en un hotel

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El negocio familiarWhere stories live. Discover now