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Abrí los ojos mirando las rejillas que sujetaban el colchón que tenía encima. Me los froté, cansada, y me cubrí la cara con la fina sábana blanca.

–Venga Ella, que ya te tienes que levantar, es tarde –dijo una voz desde la puerta–.

Supe que era Izan, uno de nuestros profesores, por el tono de voz. Suspiré cansada y miré el reloj debajo de las sábanas. Las 8:30 h.

–Ahhg

Gruñí poniéndome la almohada sobre la cara para que no se me oyera mucho. Tenía que ducharme y vestirme antes de ir a desayunar.

Levanté la pierna derecha y con la puntera del pie pegué una patadita a la cama de arriba de la que salió un gruñido.

–¡Déjame en paz! –sonó una voz ronca desde arriba–

–Val, hay que levantarse ya –le dije, pegando otra patada a su cama–.

–Ahh, vete a la mierda.

Sonreí y me quité la manta completamente. Qué pereza me daba salir de mi cama calentita, otro día más en el que no tenía ningún sentido levantarse.

Saqué una pierna de la cama reuniendo valor, y me senté de golpe en el borde del colchón. Me mareé al instante, e iba a volver a tumbarme, pero el reloj que había colgado en la pared me recordó que tenía que irme.

Apoyé los dos pies en el frío suelo de piedra, y con cuidado de no darme en la cabeza con el borde de metal de la cama de arriba, me puse de pie. Las piernas me pesaban un montón, y bostecé sin poder evitarlo. Estiré la espalda, que me crujió como siempre, y los brazos, que se me habían quedado dormidos.

Me giré mirando a mi compañera, o más bien, al amasijo de mantas que había sobre su cama. Acerqué la mano despacio y le quité la manta de golpe, riendo al ver la cara de susto que se le había quedado.

–Te odio –dijo con los ojos aún cerrados y la mano en la cara intentando taparse el sol que daba directo sobre su cama–.

Valerie, o Val, como la llamábamos nosotros, era mi mejor amiga, y la única que tenía, desde hacía mucho tiempo. La quería mucho, eso desde luego, pero era una persona muy difícil. Podía darte un abrazo y quererte un montón en un momento, y diez minutos después estar ignorándote y tratándote mal. Bueno, ya iréis viendo cómo es.

Me puse mis zapatillas de algodón con dibujos de conejitos, para no congelarme los pies, y cogí el uniforme que tenía ya preparado sobre la mesa. Sí, teníamos que llevar uniforme. Y sí, a veces era horrible. Aunque la verdad, es que yo soy de esas personas que prefieren llevar uniforme, para así no tener que elegir mi ropa todos los días y tener que pensar todas las mañanas lo que ponerme.

Además, soy una persona con no mucha autoestima y poco segura de mí misma, así que que llevemos todos la misma ropa evita que los demás se rían de mi estilo de ropa o de que lo que llevo puesto no es de marca, etc.

Lo malo es que el uniforme era feo, y no quedaba bien, o era difícil que te quedara bien, porque ya se sabe que hay algunas personas a las que le queda bien todo, hasta la ropa de tu abuela, como era el caso de mi hermana mayor. Bueno, no nos desviemos del tema, el uniforme. Este está compuesto por una falda de cuadros gris con tonos verdes, un polo blanco y un jersey azul marino. Los días que tocaba deporte teníamos que llevar un chándal normal, mucho más cómodo que la falda.

Entré en el baño de paredes grises con el uniforme en la mano, y me vestí rápidamente. No es que yo fuera una persona relativamente rápida ni puntual, que siempre llegaba a la hora a todos los sitios, más bien lo contrario. Pero aquí no tenía otra alternativa que darme prisa, porque era o eso o no desayunar, y yo no me quedo sin mi desayuno ni de broma.

Todos mientenUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum