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Val estaba en el baño, por fin. Era mi única oportunidad para salir de la habitación. Pero solo tenía quince minutos. Era suficiente. Al oír cómo el agua de la ducha ya corría, abrí la puerta de la habitación, y salí corriendo al exterior, comprobando antes de que no hubiera nadie en el pasillo. Corrí por él, mirando atrás de vez en cuando para ver si alguien me veía o me seguía. Pero al estar mirando hacia atrás, olvidé mirar hacia delante, y cuando me giré otra vez, no pude seguir corriendo, porque choqué contra algo blando y grande. Y ese algo era una persona. En concreto, Matthew, uno de los profesores.

–¿Qué haces aquí, Ella?

No me había imaginado que se supiera mi nombre. Me aclaré la garganta, confundida. –Está prohibido salir de las habitaciones, supongo que lo sabes.

–Sí, sí –afirmé yo–. Es que me encontraba mal e iba a ir a la enfermería a por unas pastillas o algo que me pudiera quitar el dolor.

No era del todo mentira.

–¿Y por qué vas corriendo? Supongo que también sabes que no se puede correr por los pasillos.

Madre mía, sí que estaba incumpliendo hoy las normas.

–Es que me encuentro muy mal, me duele la cabeza. Voy todo lo rápido que puedo.

Tosí falsamente para demostrar lo mal que estaba.

–Vale, vale. Pero vuelve rápido –me ordenó–.

–Sí, sí. Gracias, Matthew.

Mientras me alejaba, colocaba delante de mí la bolsita que había tenido escondida en la espalda, para que si se giraba no pudiera verla. Suspiré. Me había librado. Pero me había quitado tiempo. Miré el reloj que estaba puesto en la cuenta atrás. Me quedaban diez minutos. Aceleré el paso, hasta que llegué a la enfermería, donde estaba Sarah dada la vuelta, colocando unas cajas en una estantería.

–Eh, hola –saludé–.

Al girarse, Sarah me devolvió el saludo sonriente. Por suerte sabía que era maja. Yo solía ir bastante a la enfermería, y siempre me atendía Sarah, una chica joven rubia que empatizaba bastante con todos. Me diría lo que quería saber. Saqué el papelito de la bolsa, leyendo lo que había escrito unos minutos antes, sabiendo que si no lo escribía se me olvidaría.

–Querría Naproxen, por favor. Me lo ha pedido mi amiga, que no se encuentra muy bien.

Era increíble que te dejaran pedir lo que quisieras, como si fuera un supermercado. Supuestamente tenías que ir con una nota que te diera el médico, pero desde que Sarah estaba allí, le daba medicinas a quien quisiera. Era bastante irresponsable de su parte, podía hacer que la gente se drogara o lo que fuera, pero en este caso, me venía bastante bien.

Sarah asintió, y se giró a buscar entre los botes lo que le estaba pidiendo. Mientras lo encontraba aproveché para mirar la hoja que había encima de la mesa, donde apuntaba toda la gente que iba a encargar medicina, con fechas y todo. Busqué Naproxen en la lista, todo lo rápido que pude. Algunos de los nombres de la gente que la había encargado me sonaban, pero por fin di con ello. En la fecha más reciente, encargado hacía tres días, estaba el nombre de Niall. Así que era él. ¿Sería algo normal, y simplemente se encontraba mal y tomó la medicina o, la había encargado por alguna otra razón?

Justo cuando terminé de leer, Sarah se dio la vuelta, ofreciéndome la medicina. Un pequeño bote con pastillas blancas redondas dentro. Exactamente igual del que tenía ahora mismo guardado en la bolsa que llevaba en la mano. El bote que me había encontrado en la habitación de los chicos.

–Gracias. Esto es para la fiebre, ¿no? –pregunté, inventandolo completamente, intentando acertar–.

Si no, pediría otra medicina, pero ya tenía la información que necesitaba.

Todos mientenDove le storie prendono vita. Scoprilo ora