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Lucy. Pensé. Iba en serio. Y Lucy no era yo. De pronto, noté cómo todo se desvanecía en un segundo, y caí.

No me caí literalmente al suelo, caí de una manera peor. Más dolorosa. Me apoyé en la barandilla de la piscina para no terminar en el suelo. De repente, el aire a mi alrededor pesaba más que antes, podía notar cómo me aplastaba. Estaba más denso, me costaba respirar.

–¿Estás bien? –preguntó él–

Lo miré, pero no pude distinguir su cara, porque todo a mi alrededor estaba borroso.

–Sé que debería de habértelo dicho antes, pero nunca encontré una ocasión. Además, quería decírtelo a tí antes para que...

Jayden siguió hablando, pero yo ya no escuchaba nada de lo que estaba diciendo. Solo oía un murmullo lejano, y a las voces de mi cabeza gritando de todo.

Cerré los ojos, intentando que las lágrimas no se derramaran por mis mejillas.

Lucy. Lucy era mi hermana. Mi hermana pequeña, además.

¿Cómo...? No lograba entenderlo.

Volví a la realidad al notar cómo el murmullo desaparecía. Jayden había terminado de hablar. Abrí los ojos, y al verle la cara, noté otra puñalada.

–¿Qué piensas? No sé... estás muy callada...

Grité a todas las voces de mi cabeza que se callaran, no las necesitaba en este momento. Había tanto ruido en mi mente que no conseguía oírle. Por fin, escuché solo su voz.

–¿Entonces? –preguntó–

Carraspeé, intentando que mi voz sonara lo más limpio posible.

–A ver si lo he entendido bien, ¿te gusta Lucy? ¿mi hermana?

–Sí –afirmó él mirando alrededor, nervioso–.

Se me formó un nudo en la garganta.

–Vale.

Le sonreí, falsamente, y por fuera actué como si no pasara nada, pero por dentro, noté cómo me rompía.

–¿Me ayudas con ella? –preguntó–

Ah, no. Eso ya era demasiado.

–Es que, de verdad, la quiero tanto...

Las lágrimas subieron inevitablemente a mis ojos. No sabía el daño que podía hacer una sola frase.

Y pensar en algún momento que podía gustarle...

–Sí, te ayudo –salió de mi boca–.

Era mi amigo. Si yo le quería tanto... tenía que desear que estuviera feliz. Sabía que si él lo estaba, yo también lo estaría, de algún modo.

–Un momento –le dije–.

Tenía que huir si no quería montar un escándalo ahí mismo.

–¿Se lo puedo contar a Avery? –puse como excusa– Seguro que ella tiene algún buen consejo.

–Sí, sí. Como quieras.

Me alejé lo más rápido que pude, intentando que no pareciera que huía de él (aunque es lo que estaba haciendo), mientras las lágrimas corrían por fin por mis mejillas, difícilmente parables.

Me dirigí a los vestuarios, el único sitio donde podría estar un poco sola.

Entré, alejándome de todos los gritos, las risas, que sonaban de fondo, como una banda sonora sin especial importancia.

Me senté en el banquillo que había en la pared, apoyando la cabeza entre mis manos. Todos mis sentimientos se me echaron encima sin nada que los pudiera frenar.

¿Cómo no se había dado cuenta Jayden de que no le veía solo como a un amigo? Ya me había demostrado lo idiota que era, pero, ¿por qué me seguía gustando?

Tenía ganas de gritar. Y lo iba a hacer, cuando sonaron unos pasos que se acercaban hacia donde yo estaba. Me sequé las lágrimas rápidamente con la mano y abrí mi mochila, dándome la vuelta como si estuviera buscando algo.

–Ella, por fin te encuentro.

Era mi hermana, Avery. Me giré, sonriendo lo mejor que pude.

–Buah, han pasado más cosas... –continuó, sentándose a mi lado–

–QUE RESULTA QUE A JAYDEN LE GUSTA LUCY –dijo abriendo los ojos, sorprendida y emocionada–.

Qué rápido habían corrido los rumores, ¿cómo se habría enterado?

–HALA –respondí, como si fuera una nueva noticia–.

–Sí. Y creo que ya hasta se lo ha dicho a Lucy.

Callé con esa afirmación.¿No decía que quería preguntarme a mí antes? ¿Ni siquiera me había esperado? Solo insultos venían a mi mente. ¿Yo llevaba más de cinco meses esperando y él iba y se lo decía a Lucy? Y, ¿CÓMO LE PODÍA GUSTAR LUCY? ¡Si ni siquiera hablaba con ella! Desde luego, no tanto como yo hablaba con él. Hasta estaba en un curso menos, ¡ni siquiera la veía durante clase!

–Oye, ¿estás bien? –preguntó Avery sacándome de mis pensamientos–

Antes de que yo pudiera responder, me dio un abrazo. ¿Por qué me daba un abrazo? ¿Acaso estaba llorando? Me toqué la cara para comprobarlo, pero estaba seca.

Sin embargo, se sentía bien estar entre sus brazos. Por fin arropada.

Me di cuenta de que siempre tendría a alguien a mi lado, porque al final, aunque fueras la persona más tonta, fea, idiota, la persona que comete más errores de los que te puedas imaginar (ejem, yo), nunca ibas a estar sin alguien a tu lado.

Todos mientenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora