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Pero volví a la realidad. Mi corazón, que hasta ese momento se había quedado parado, volvió a latir.

Me di la vuelta y agarré la mochila.

–Estamos, ¿no? –dije como si no acabara de pasar nada–

Pestañeó dos veces seguidas y cogió su mochila.

–Sí, vamos.

Mi corazón no desaceleraba, y si seguía así, podía darme un ataque.

–Es esa tienda de ahí –comenté, señalando una que había en el extremo del círculo de estas–.

–Sí, eso creo. Está muy separada de las demás –dijo mirando atrás, de donde veníamos y después otra vez a la tienda a la que íbamos, comprobando la distancia–.

–Sí, si quieres por la noche estamos con ellos, y luego ya, cuando nos vayamos a dormir, volvemos a la nuestra.

–Bueno, lo que quieras, aunque es que una vez que me tumbo en alguna tienda ya me da mucha pereza levantarme. –llegamos a la nuestra y tiramos las mochilas al interior. –Creo que prefiero quedarme aquí, porque probablemente si vamos a la otra me quede allí dormido –rió–.

–Vale, pues nos quedamos aquí, porque probablemente yo también me duerma. –decidí–.

Entramos los dos en la tienda y nos sentamos en el suelo.

–¿En qué lado quieres dormir? –le pregunté–.

–Me da igual, este mismo –respondió él– El derecho.

Coloqué mi esterilla en el izquierdo, y luego saqué el saco de dormir, que estiré encima. Me di la vuelta, mirando cómo iba Alex.

–¿Todavía estás con la esterilla? –pregunté, riendo–

–Sí, es que no la consigo estirar.

–A ver, que te ayudo.

Gateé hacia él y desenrollé un lado del aislante, mientras él hacía lo mismo desde el otro lado–.

–Gracias.

–Nadaaa, a ver si puedes con el saco, ¿o también quieres que te ayude para eso? –pregunté sarcásticamente–.

–No, no, yo puedo.

Me tumbé encima de mis cosas, con la mochila a mi lado, sin ni siquiera meterme en el saco, pero entonces, recordé. El pijama. No me había cambiado. Solíamos ponernos el pijama todas las chicas juntas en una tienda y los chicos en otra, pero ahora que estábamos los dos solos... No iba a ir a la otra tienda solo para cambiarme.

–Voy a ponerme el pijama –dije–.

No tenía otra alternativa.

–Vale, no miro –rió mientras se daba la vuelta–.

Me puse nerviosa, el corazón me latía demasiado rápido. Me quité los pantalones dentro del saco, rápidamente.

–¿Ya? –preguntó él–

–NO. –dije nerviosa–.

Él rió, sin darse la vuelta. Conseguí ponerme los pantalones del pijama, tras unos segundos de lucha, y me quité la camiseta.

–No mires, ¿eh? –le recordé–

–Sí, sí. Pero venga por favor, que ya me aburro de mirar esta pared.

–Ya voooy.

Conseguí por fin ponerme la camiseta del pijama y suspiré

–Ya está.

Todos mientenWhere stories live. Discover now