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Eran dos, como la última vez, pero no eran los mismos. Esta vez eran dos hombres, escuchando atentamente mi declaración, al otro lado de la mesa.

Llevaba demasiado tiempo hablando, y llevaba un buen rato notando la boca seca.

Habían utilizado como sala de interrogatorios la sala donde hacíamos los exámenes, y ver a los dos policías serios, sentados en las pequeñas sillas de estudio, que casi ni les cabía el culo, era bastante poco serio.

Dejé de hablar para pegar otro sorbo de agua al vaso que había dejado un perfecto redondel sobre la madera de la mesa donde había estado posado.

–Sí, Evan lo escondió en el armario –repetí creo que por octava vez–.

No les había contado toda la historia tal cual, porque no quería incriminar ni a Niall ni a Paula. Aunque ellos también tenían algo de culpa por querer el mal ajeno, no iba a meter eso en la historia. Así que la había cambiado a mi gusto, creando mi propia versión, a partir de lo que otros me habían contado.

Les dije que era yo la que había visto por la ventana a Evan volver al internado el día de la muerte de Jayden. También les conté que entré en el cobertizo porque un profesor me había pedido que cogiera unos alicates de jardinería, y ahí me encontré a Jayden en el armario. No iba a contar lo de Paula, no quería más líos. Esperaba de verdad que no preguntaran a todos los profesores si alguno me había pedido unos alicates, porque entonces tendría que inventarme alguna otra cosa.

También les dije que Evan lo había hecho sin querer, y que discutían por alguna cuestión que yo no sabía. Pero maticé especialmente el dato de que Evan lo había hecho sin querer. Porque había sido así.

Ellos me hicieron preguntas, a las que inventé perfectas respuestas. Tenía miedo de que no me acordara ni yo misma de la historia que estaba creando, pero al final me lo acabé creyendo hasta yo misma.

Terminé de nuevo de contar la historia, y esta vez no me hicieron más preguntas. Parecía que había llegado el final.

–Vale, aquí termina tu declaración –dijo el Policía 1, pasando la grabación–.

Suspiré, aliviada. Llevaba en esa sala demasiado tiempo.

–Ya puedes salir, dentro de poco llamaremos a Evan, e intentaremos que confiese –dijo el Policía 2, señalándome la puerta con un movimiento de cabeza–.

Evan tendría que confesar. Y esperaba de verdad que me hubiera equivocado en todo y que Evan no fuera el asesino, pero lo dudaba. Todas las pruebas apuntaban hacia él.

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