30

18 6 0
                                    

Ya habían pasado cinco días desde «la despedida». Cinco días de calma, en los que todo había vuelto a la normalidad. O casi.

Habían vuelto las clases, pero no era todo igual. Ahora éramos cuatro, cuando solíamos ser seis.

Nos acordábamos de ellos todo el rato.

En las parejas de clase, cuando Niall se solía poner con Jayden, y Alex con Evan.

Todas las comidas, cuando las dos sillas vacías habían sido ocupadas ahora por otros dos chicos del curso: Mike y William, o Will.

Por las noches, en la habitación de chicos, donde las camas también habían sido ocupadas por ellos.

Pero con todas las actividades que hacíamos, casi no teníamos tiempo para pensar en todo lo que había pasado. Además, ya habían pasado cinco días.

Había vuelto a hablar con Alex, mucho más de lo que hablaba antes. En clase, me sentaba a su lado, y Valerie con Niall, que finalmente rompió con Paula al ver todo lo que había pasado. Estaba feliz, podía decirse. Más recuperada de lo que pensaba que iba a estar. Alex me había ayudado en eso.

–Toma, los deberes de mates –dijo, entregándome su cuaderno azul, con todos los ejercicios resueltos–.

Estábamos en la biblioteca, junto a más de la mitad del internado, haciendo deberes y estudiando bajo las lamparitas que iluminaban nuestros apuntes.

–¿Y esto? –susurré con una sonrisa–

Alex estaba delante de mí, pero las mesas eran tan estrechas que si alargaba el brazo, podía tocar su hombro.

–Te lo has ganado –me dijo–.

Reí, quizás demasiado fuerte, porque algún alumno que estudiaba silenciosamente se giró hacia mí, mandándome callar con las cejas fruncidas.

Pasé de él.

–¿Por? –pregunté, con la sonrisa aún en mis labios–

Él se encogió de hombros.

–No sé, por hacerme reír. Y por ayudarme tanto.

–No, no –negué apartando el cuaderno y poniéndolo de nuevo a su lado–. Que tengo que aprender a hacer los ejercicios, que si no suspendo.

–Vale, vale. Tú verás –dijo él entre risas–.

Intenté centrarme de nuevo en las ecuaciones, pero no lo conseguí, sabiendo que Alex me estaba mirando. ¿Cómo iba a concentrarme así?

Miré a mi alrededor, distraída, intentando que la gente inteligente que había a mi lado, solucionando los problemas como si no fueran nada, me contagiaran algo de su inteligencia. No funcionaba. Pasé la mirada por los libros de las estanterías, entonces tuve un déjà vu.

El chico de la sudadera negra con capucha, que había sacado dinero de un libro. Era Alex, estaba segura, pero todavía seguía con la duda de por qué escondía esos billetes.

–Xander, una cosa –le dije llamando su atención, para que me mirara–.

–Dime –respondió sonriente–.

–Sé que fuiste tú el que sacó dinero de un libro hace tiempo, aquí mismo, en la biblioteca. Y me viste, escondida debajo de la mesa, y me reconociste. ¿Por qué...?

–Shh –pidió silencio él, tapándome la boca con un dedo–.

Me entró un escalofrío.

–No te preocupes, no es nada grave –confesó sincero, separándose de mí–. Llevo ahorrando mucho tiempo y ese era el mejor escondite que se me había ocurrido.

–Pero, ¿para qué tenías ese dinero? –pregunté, extrañada–

Eso era lo que no me cuadraba.

–Es... para mi madre –dijo triste–. Tiene una enfermedad grave, y quería ahorrar para comprar su medicina. Se niega a pagarla ella, porque quiere utilizar ese dinero para mis estudios... pero tengo que conseguir que la tome. Es una tontería, pero significa mucho para mí.

Y yo que había pensado que con ese dinero había hecho algo malo... y solamente era para curar a alguien que quería. ¿Cómo podía haber pensado algo tan malo de mi amigo?

–Lo siento –le dije–.

–No te preocupes, tú no has hecho nada –dijo sonriendo tristemente–.

–Ya, bueno. Ah, y ¿por qué saliste corriendo al verme? –no pude evitar preguntarlo–

–Ah, eso –rió–. Estaba nervioso, porque no quería que nadie me pillara, y al verte ahí simplemente me asusté. No tuve tiempo para razonar que eras tú, y que si te lo hubiera explicado tampoco pasaría nada. Cuando me fui me arrepentí de no haberte dicho nada.

–Vale, vale, no pasa nada –le dije. –Simplemente me extrañó, pero no sabía que era algo así. Lo siento.

–No pasa nada. Pero cambiemos de tema, los ejercicios.

–Nooo, que no me concentro –me quejé–.

–¡Shhh! – chistó el mismo chico de antes, con cara enfadada. Reí, y Alex conmigo.

–Venga, que te ayudo –dijo dándole la vuelta a mi cuaderno y revisando mis ecuaciones–.

Lo miré hacerlo, con su cara de concentración. ¿Me estaba enamorando de él?

Todos mientenWhere stories live. Discover now