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–Valerie –la llamé–.

Tenía que preguntárselo, tenía que hacerlo. Porque no tenía más pistas, y cada vez estaba empezando a pensar más en lo que Paula me había dicho. A Jayden le había pasado algo. Algo malo de verdad.

Puede que preguntarle a Val hiciera que nuestra amistad se perdiera, pero no tenía más opciones.

–¿Sí? –preguntó desde su cama–

Llevábamos tumbadas en nuestras camas al menos una hora, sin saber qué otra cosa hacer. Val no me había preguntado nada cuando volví de la biblioteca, aun sabiendo que no se podía salir de las habitaciones. Ahora estaba mirando el móvil, en completo silencio.

–Ehm... –continué–

Me costaba mucho decirlo, no quería perder una amistad como la suya, al final, era mi mejor amiga.

–...Mira, quería decirte una cosa...

Unos gritos hicieron que no pudiera continuar la frase. No eran gritos de terror, eran gritos de personas discutiendo, a lo lejos, pero se oía un murmullo lejano.

–¿Oyes eso?

Le pregunté cambiando de tema. Me había librado de preguntarle sobre la pistola ahora, pero en algún momento tendría que hacerlo.

–Sí, serán profesores discutiendo o algo –respondió sin mucho interés–.

Sonaba cerca, casi en la habitación de al lado. Se les oía bien, pero no podía distinguir lo que estaban diciendo. Intenté escuchar todo lo que pude, fijarme en las voces. Eran dos, una chica y un chico. ¿Serían maestros? Solo había dos chicas, así que si de verdad eran profesores tenía que ser una de las dos.

–Voy a salir un momento –le avisé–.

No iba a quedarme ahí sin averiguar nada.

–Valep

Me bajé de la cama y salí corriendo hacia la puerta, si esperaba más a lo mejor dejaban de discutir y no sabría quiénes eran. Salí al pasillo, guiándome por los gritos, hasta que llegué al lugar de donde provenían. Era una pequeña sala de estar, al lado de la habitación de los chicos, que tenía unos sillones y un televisor. La puerta estaba cerrada, pero estaba claro que las personas discutiendo estaban dentro.

El pasillo estaba vacío, nadie me vería, así que pegué la oreja a la puerta y escuché.

–¿¡No decías que no ibas a hacerlo!? ¿¡Por qué no me has hecho caso!? –gritó la chica–

–Te prometo que no quería hacerlo, no sé qué puede haber pasado... –respondió él chico, en tono de disculpa–

–Claro. Y ahora esperas que te crea. He tenido muchísima paciencia contigo, pero ya no puedo más. ¡¿No te das cuenta de lo mucho que te quería!? Pero eres un mentiroso.

–Yo no quería...

–No –le interrumpió ella–. Ahora no vayas disculpándote, no te voy a perdonar. Lo que has hecho es muy fuerte. Nunca pensé que fueras capaz de algo así...

–No lo he hecho adrede, te lo prometo –respondió él chico con voz temblorosa–.

–Cállate ¿Y ahora, qué piensas hacer? No, dime ¿¡Qué coño vas a hacer!? –gritó la chica–

Me separé de la puerta, asustada por los gritos. La conversación continuó:

–No lo sé, estoy tan perdido...

–A lo mejor deberías de pedir ayuda a tu amiguita.

–¿Q–, qué amiguita? ¿A qué te refieres?

Todos mientenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora