IMPERIUM ┗ Namor

Tulum

El avión arribó directamente a México. La chica no espero en su vida conocer aquel país, pero ahí estaba, en busca de respuestas a un orígen desconocido, en busca de su probable “busqueda infructuosa” de su progenitor.

El español era un idioma que dominaba perfectamente gracias a su tita, pero el Maya jamás se lo enseñó y por lo que sabía ellas habían pertenecido a una comunidad indígena.

Después de más de un día de viaje, con alguna que otra parada, llegó a la capital de Yucatán, Tulum.

—Finalmente— Susurró para si misma, una vez que salió de la estación de autobuses, y pudo finalmente estirarse del incómodo viaje, había llegado a su destino.

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Por alguna razón salió a la costa ese día, simplemente para mirar los alrededores del cenote de la campana, cerca de la rivera Maya.

—Nada ha cambiado— Dijo para si mismo, hacía algunos años no pisaba aquella costa en particular.

El clima en aquella época del año era especialmente cálida, podía escuchar a los lejos el ruido de las personas, por lo regular nadie se acercaba a aquel cenote debido a las leyendas sobre él, nadie jamás se había acercado tanto a aquel lugar como ella, los recuerdos a lado de Kaknab llegaron a su mente, recordó cada detalle de aquella mujer, desde su sonrisa llena de vida y contagiosa, hasta aquellos ojos chocolate que tenían un brillo especial lleno de esperanza e inocencia. Odiaba recordar cada aspecto de ella, desde su voz, hasta la sensación suave y tersa de su piel contra sus manos.

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Después de dos días en los que se instaló en un hotel de Tulum decidió comenzar su búsqueda, había decidido tomar un año de descanso antes de entrar a la universidad, no debido a su búsqueda, ese año se lo había tomado meses atrás por la enfermedad de su tía y su reciente muerte. No planeaba quedarse más de unos tres meses en México antes de regresar a casa para mudarse e instalarse antes de comenzar la universidad el próximo año.

—Llegamos— Anunció un hombre, cuando había llegado a su destino, la morena bajo de la vieja camioneta Ford despintada que en algún momento había sido roja.

Bajo de la camioneta de un salto antes de dirigirse al asiento del piloto y darle al conductor doscientos pesos en moneda mexicana.

—Gracias— Agradeció al hombre.

—De nada, vaya con cuidado señorita. Más adelante está el pueblo y medio kilómetro más adelante está el cenote de la campana, pero nadie va ahí según los relatos de algunos lugareños ven cosas raras, así que no se acerque demasiado a esa orilla— Advirtió el hombre ya mayor.

—Si, gracias por el consejo— Fue todo lo que dijo antes de acomodarse la mochila de viaje que traía consigo.

El hombre se despidió y arrancó por aquel camino pedregoso de terracería y ella se dispuso a dirigirse al pueblo.

Camino durante varios minutos antes de que las primeras casas se vislumbraran ante sus ojos, los lugareños la miraban con extrañeza, desconfianza y hasta hostilidad, probablemente no estaban acostumbrados a recibir visitantes indeseados en sus tierras.

Su mirada se dirigió a la de una mujer que la veía de manera insistente, de una manera extraña, y cuando se percató de que la joven Zanya la miraba rápidamente desvío la mirada y se dispuso a marcharse.