La hija de K'uk'ulkan

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Namora espero pacientemente. Después de dejar aquella joven desconocida en la cueva submarina, donde algunas semanas atrás habían tenido a la princesa Shuri de Wakanda como su invitada, K'uk'ulkan no había dicho demasiado, solo que la tratarán bien y le sirvieran en lo que necesitara pero a ella jamás le dio explicación alguna de quién era esa chica exactamente.

Entró a la habitación, aquella que era como un templo de reflexión para el moreno. K'uk'ulkan estaba pintando una de las paredes de su mural, predominando el rojo en su pintura de aquella serpiente emplumada.

—¿Viniste por respuestas pequeña?— Preguntó sin dejar su labor de la pintura pero sintiendo claramente su presencia desde que cruzó el umbral.

—Si— Fue la escueta respuesta de la mujer —Hace unas semanas fue la princesa de Wakanda, ahora es está chica ¿a caso los humanos de la superficie se convertirán con frecuencia en nuestros huéspedes?— Preguntó de manera déspota.

Namor dejo de lado la caracola que servía como el contenedor para la pintura, en una pequeña mesa a su lado junto al pincel y se volvió hacía su guerrera más valiente y feroz.

—No— Respondió con aquella seriedad que lo caracterizaba —La primera vez fue por la posible alianza mutua entre Talokan y Wakanda.

—¿Y ahora?

—Ahora es diferente, ella pertenece aquí, conmigo, a mi lado— Respondió el moreno simplemente.

La expresión de Namora fue de claro desconcierto por sus palabras.

—Ella es mi hija— Finalmente dijo, dejando por fin de lado todo el misterio.

Si al principio la mujer estaba consternada ahora lo estaba el doble.

—¿Qué?— Atinó a preguntar.

Namor simplemente se encogió de hombros.

—Te diría que fue un desliz de juventud, un error de adolecente enamorado y hormonal pero dejé esa etapa hace varios, varios siglos— Explicó con tranquilidad —Fue hace diecinueve años...— Comenzó a contar —Conocí a una mujer humana de la superficie, fue mi primer contacto después de los colonizadores. Ella era diferente, siempre lo fue, tal vez por eso no la maté porque vi algo en ella, algo especial, era una mujer particularmente positiva y llena de esperanza pese al mundo cruel donde creció y...— Hizo una pausa recordando con nostalgia y añoranza a Kaknab, jamás le había contado de ella a nadie, ni siquiera a Namora —...me enamoré de ella, su nombre era Kaknab— Aceptó aquello que había negado por tantos años pero que con la repentina aparición de su hija había logrado esclarecer —Y sucedido lo que jamás pensé que pasaría, ella fue y sigue siendo mi primer amor— Se había desviado brevemente para recordarla como lo más precioso de sus memorias.

Namora escuchó en total silenció.

—Poco a poco me cautivó y finalmente un día sucedió, todo iba perfecto, ella había comenzado a cambiar mi perspectiva del mundo, mis ideologías e inevitablemente le hice daño y ella desapareció repentinamente un día.

La mujer de piel azul estuvo a punto de decir algo hiriente pero se contuvo.

—Fue mi culpa en primer lugar que ella se alejara, en aquel entonces dije algo que no debí decir, que no quería un hijo porque sería un problema, una especie de carga, sin saber que ya llevaba a mi hija en su vientre— La mirada de K'uk'ulkan se volvió vacía tras esas palabras —Probablemente se alejo porque no quería ser una carga, un problema para mí...

—Aún así ella no debió...— Interrumpió Namora pero fue silenciada cuando el rey de Talokan levanto su mano en señal de silencio.

—Cada mente es un mundo diferente, pequeña. Ella hizo lo que hizo porque probablemente creyó que era lo mejor en su momento— Defendió el moreno con calma —Ella llevaba a mi hija y le dió a luz, murió por ella justo después de que Zanya naciera— Relató aquello que su primogénita le había contado algunas horas atrás —Ella vino a buscarme porque ahora soy lo único que tiene, porque quería respuestas y yo también, ahora las tenemos y ella está aquí porque es mi hija y por ende pertenece a nuestra especie, con nosotros, a nuestro imperio.

Hubo un breve silencio entre ambos.

—¿Cómo piensas que reaccionará la gente de Talokan con esto?— Se atrevió a preguntar.

Un pequeño suspiro abandonó los labios del hombre.

—¿Cómo has reaccionado tú?— Respondió con otra interrogante.

Namora meditó en silencio su respuesta antes de responder:

—Usted mismo lo ha dicho cada mente es un mundo diferente, lo que yo piense sobre esto es diferente a lo que los demás habitantes de Talokan puedan llegar a pensar— Dijo sin revelar con exactitud cuál era su reacción y pensamientos ante lo dicho por su rey.

Namor asintío.

—Tendrá que decirles, los rumores corren rápido y no tardarán demasiado en saber que hay una nueva humana en Talokan. Querrán respuestas— Se atrevió a decir.

—Lo sé, soy consciente de eso. Mi gente querrá respuestas y se las daré, tienen derecho de saberlo— Estuvo de acuerdo con el punto de la mujer.

—Prepará una audiencia para dentro de tres horas— Ordenó el hombre y está vez se giró para volver a retomar su trabajo en la pintura dando por finalizada la conversación.

—Como ordené.

Tras eso la mujer abandonó el lugar dejando una vez más en su soledad al gobernante de Talokan.

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Si, K'uk'ulkan había cometido un error, todos los cometían, los errores les recordaban que una parte de ellos seguía siendo humana eso Namora lo sabía, K'uk'ulkan no podía ser la excepción a la regla y si, había cometido un desliz al enamorarse de una humana y de ese desliz se había desembocado un error que había crecido y que tenía nombre y rostro.

Aún con todo aquello Namora le seguía apoyando y creyendo en él tan ciega y fielmente cómo siempre, no lo podía culpar, al final las cosas se le habían ido de las manos pero eso no quitaba que fuera un gran gobernante que se preocupaba por el bienestar y la seguridad de su pueblo y por el cual Namora estaba segura que este daría su propia vida de ser necesario.

—¿Y esa cara?— Repentinamente Attuma se había posicionado a su lado mientras nadaba para llevar a cabo lo encomendado por K'uk'ulkan. Había estado tan distraída que ni siquiera se había dado cuenta de la presencia de su compañero de batalla.

—Es con la que nací— Escupió para después adelantarse al hombre quien se detuvo levemente sorprendido por las palabras de la mujer —Y mejor ayúdame tengo órdenes de K'uk'ulkan.

—¿Y ahora que hice?— Se preguntó el hombre con confusión para después disponerse a nadar detrás de su compañera.

No era nada contra el hombre, por supuesto que no pero el enterarse de la noticia de que K'uk'ulkan tenía una hija había hecho claros estragos en ella.

No era nada contra el hombre, por supuesto que no pero el enterarse de la noticia de que K'uk'ulkan tenía una hija había hecho claros estragos en ella

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