¿Estás preparado para enfrentarte a la muerte? ¿A seguir siendo quien realmente eres? ¿Estás dispuesto a perderlo todo?
La oscuridad se apodera de nosotros y la lucha en contra de nuestros peores instintos ha comenzado. Lealtad. Amistad. Muerte. Enl...
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Al noreste de las tierras de Erdély existe un bosque temido por los muggles. Lo llaman Hoia-Baciu, y muchas son las leyendas paranormales que cuentan sobre los extraños sucesos que lo envuelven: ovnis, gente desaparecida durante años que regresan como si para ellos solo hubieran transcurrido unas horas, avistamientos de extrañas criaturas… Lo que la población muggle no sabe es que todo ello es debido a que los dirigentes de Erdély eran (y son), mucho más permisivos con el Estatuto Internacional del Secreto que en otros países. Sencillamente porque en la tierra de las tinieblas por excelencia, a nadie parecía preocuparle demasiado controlar a depende qué seres, y más cuando muchos eran los que se lucraban a costa de los turistas soviéticos atraídos por ese tipo de historias.
Y era en ese bosque de altos pinos cuyos troncos tenían extrañas curvas terroríficas, que la mujer de castaña melena ondulada se escondía. Agachada detrás de la espesura de la maleza, sus ojos oscuros escudriñaban a los hombres acampados en el claro árido donde ni una simple planta crecía. Pues en otros tiempos no tan lejanos ese lugar había sido testigo de las más viles torturas de magia negra y, decían las malas lenguas, que solo el mal era bien recibido, evitando que la vida pudiera inmiscuirse en él.
Por eso aquellos hombres habían elegido seguramente ese sitio para plantar sus tiendas de campaña, pensó ella. Hechas con multitud de enormes telas tejidas a mano y de colores apagados, pasaban bastante desapercibidas, y más añadiendo el par de encantamientos que habían conjurado para que les resguardaran de miradas indiscretas. Pero no la de Joana, quien hacía ya días que iba detrás de ellos y se había preocupado por burlar sus medidas de protección.
La saya con la que vestía la cigány rozaba la hierba con un sonido apagado. La cubría desde la cintura hasta los pies, bordada con manojos de galones. La multitud de cinturones con pequeñas bisuterías doradas, junto a los collares y brazaletes, provocaba un repiqueteo armonioso al moverse. Aunque no parecía que los hombres la hubieran escuchado.
Joana sabía que en total eran cinco, pero dos de ellos, los que mandaban, habían desaparecido quince minutos antes. Solo quedaba uno durmiendo la mona dentro de una de las dos tiendas y un par haciendo de centinelas en la otra. Ambos magos a los que podía espiar, tenían cara de pocos amigos aunque también parecían, a ojos de Joana, estar ya hartos de aquella tarea que les fue encomendada.