¿Estás preparado para enfrentarte a la muerte? ¿A seguir siendo quien realmente eres? ¿Estás dispuesto a perderlo todo?
La oscuridad se apodera de nosotros y la lucha en contra de nuestros peores instintos ha comenzado. Lealtad. Amistad. Muerte. Enl...
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La lluvia golpeaba con fuerza. Los truenos ensordecían y los relámpagos cegaban. Parecía que el cielo iba a caer en cualquier momento y, con él, todo lo que encontrase a su paso. Los árboles eran sacudidos por las violentas ráfagas de viento, igual que el largo abrigo negro del mago corpulento que retaba el temporal. Su figura se delineaba más oscura que las nubes, con una mano en el bolsillo, y la otra sujetaba un puro que dejaba reposar en los labios delgados. Era como si el agua no le molestara, ni siquiera los crujidos de la madera de la cochera bajo la que se encontraba.
Las arrugas de su rostro le infundían un aire estricto, exigente y severo. Tenía unas entradas pronunciadas, evidencia ya de su edad, aunque su cabello seguía negro como la noche, a diferencia de la barba espesa y larga, cuyas canas ya estaban empezando a apoderarse de la zona. Su semblante serio contaba muchas historias silenciosas y trágicas que parecían esconderse entre los pliegues de la piel.
Gawain Robards, Jefe de Aurores, esperaba, mientras se fumaba un puro, a que los miembros de la brigada aparecieran en el vasto campo desolado que lo rodeaba. Estos comenzaron a llegar, algunos por parejas, otros solos, pero todos acompañados de algún detenido.
Tanto en la vestimenta como en la cara de los aurores podían vislumbrarse los testigos del arduo trabajo que les había costado llegar hasta allí, y Enllunada no era la excepción: la media melena rubia revoloteaba con virulencia, al igual que su capa azul marino en la que se podía columbrar rastros de quemaduras. Lo que había sido un corte profundo en su grueso labio estaba sanando a gran velocidad, aunque en las mejillas todavía se veían moratones y unas ojeras pronunciadas bajo los ojos azules de la licántropa, que le daban un aire más peligroso de lo habitual.
Ella había aparecido junto a Harry, quien tenía todavía más mal aspecto con una nueva cicatriz que le obligaba a tener uno de los ojos cerrados y sin rastro de sus habituales gafas redondas. Tanto el chico como Lupin avanzaban a trompicones por el terreno accidentado debido a la banshee que transportaban. De cada una de sus varitas, una gruesa y fuerte cuerda salía para enroscarse en el cuello de su captiva, quien no paraba de tratar de escapar corriendo hacia adelante y hacia atrás con el escaso metro que les separaba de ellos.
La criatura tenía la cara verdosa, de mujer cadavérica, con los cabellos negros finos y largos. El alma en pena trataba de gritar su típico augurio de muerte, aunque nada salía de su garganta pudiente, solo el sonido entrecortado de la saliva.