¿Reencarnación o teletransporte?

44 6 3
                                    

Pienso que jugar videojuegos es lo mejor del mundo desde que nací. ¿Qué mejor es meterse dentro de una pantalla durante todo el día y salir de tu zona de confort para encontrar tesoros, luchar contra enemigos, salvar y enamorar a las princesas después de asesinar al villano...? Pienso que es lo mejor del mundo, los videojuegos, claro. Al menos, eso pensaba, o sigo pensando. Tal vez sí sea lo mejor, tal vez, puedo pasarme horas y días jugando, tal vez lo haría si tan solo no hubieran desaparecido. Sí, algo así me pasó un día. No es la primera vez que me pasa algo así, soy demasiado descuidado, no recuerdo si había deberes, no sé las horas a las que me quedo dormido con el móvil en la mano y, obviamente, para nombres mejor no hablar. Eso sí, me sé cada uno de todos los nombres e historias de mis tan queridos videojuegos a los que ni pienso renunciar jamás de los jamases. ¡Si tan solo no hubiesen desaparecido de la faz de la tierra...! Yo lo daría todo por tenerlos de vuelta en mi mano y jugar durante todo el día y noche. Pero han desaparecido y ahora todo me resulta frustrante.
Perdón, tenía que desestresarme antes de empezar. Seguro que tú también estarías sufriendo si tus videojue... Digo, tu cosa favorita del mundo desapareciese. Yo, cuando me enteré, casi me desmayo. Vale, lo admito, soy un dramático de cuidado. Ahora se vendrá lo que te estés preguntando, supongo. ¿Qué ha pasado para que los videojuegos hayan dejado de existir, si son tan famosos? Pues, aquí tienes mi respuesta. ¡No tengo ni idea! La ciencia se me da mal. Y, por suerte, he dicho que es mi respuesta, porque aquí viene la científica; un día, todo aparato electrónico dejó de funcionar. Al parecer, el mundo llegó, entre comillas, a su fin. Todo él cambió de la noche a la mañana, al menos en mi país en el cual era justo de noche y yo me acababa de terminar la partida de mi vida con mi personaje favorito en mi videojuego favorito. Esa fue la última vez que le vi, a él, a Ash, a mi personaje favorito... Justo después, me quedé dormido. Serían alrededor de las cuatro, creo. Cuando me desperté por la mañana, todo había cambiado. No encontré mi móvil de buenas a primeras, lo que hizo que me enfadase. Salí de mi cuarto con los dientes apretados.
—¡Mamá...! ¡¿Y mi móvil?!
Nadie respondió, lo que hizo que me enfadase más. Fui hasta el salón, apretando los pies contra el suelo y haciéndolo sonar. Tampoco había nadie. Entonces, me encaminé hasta la ventana y, fue justo en ese momento en el que entendí todo. Había gente por la calle que miraba al cielo, al suelo y demás. Aviones, coches y motos, todo había dejado de funcionar. Mejor dicho, era como si nunca hubiese existido nada de aquello. Era como si volviese al pasado. Era como... Extraño. Me dio un escalofrío antes de caer al suelo pestañeando rápido. ¿Qué acababa de pasar? Y, lo más importante, ¿dónde estaba mi móvil en ese momento? Justo cuando lo pensé, alguien me cogió por detrás para levantarme. Sin girarme, habló.
—¿Te encuentras bien, hijo? —dijo una voz familiar al momento.
—¡Mamá...!
Moví los pies rápidamente para levantarme yo solo. Mi madre era más bajita que yo, rubia y gordita. Nada que ver conmigo, vamos. No se puede comparar si quiera puesto que yo era más guapo, sin duda, alto, delgado y moreno. Miré rápidamente hacia afuera y señalé. Mi calle suele estar llena de coches y carreteras y, puedo asegurar al mil por cien, que allí no había nada de eso, sino algo peor. ¡Calles normales con gente normal! Mi madre pareció preocupada por mi expresión al dirigirme fuera.
—¿Qué pasa afuera? —dijo mientras me tocaba los hombros para relajarme. La aparté.
—¡Mamá, los coches...! Todo ha desaparecido, ¡todo! ¡¿Cómo es posible?!
—Tranquilo, tranquilo, hijo... Siéntate y lo hablamos, ¿te parece?
Negué, no estaba calmado para sentarme ahora. Entonces, fue ella la que se sentó en el sillón. Tardó lo suyo, puesto que ya es algo mayor y, como yo estaba muy estresado, empecé a dar vueltas por el cuarto esperando más que impaciente. Cuando por fin se terminó de sentar, abrió sus ojos verdes un poco para dirigirse a mí.
—Vale, ahora, tranquilo. Empieza desde el principio, cariño —me dijo mientras ponía su mano izquierda delante de ella con la palma abierta.
—¡Mamá! ¡Todo ha desaparecido afuera! ¡¿No lo ves?! —repliqué casi sin aire de la desesperación.
—Hijo, creo que estás exagerando. Cuéntalo más calmado.
Cogí aire impacientemente. Pegué un salto desesperado con los ojos brillantes y a la vez estresado.
—¡Los coches han desaparecido, las carreteras han desaparecido, todo ha desaparecido...! —golpeé el suelo con la suela del pie.
Mi madre se levantó rápidamente para detener mi acción. Me abrazó, lo que hizo que yo tuviese que relajarme poco a poco de una forma u otra. Ella entonces sonrió un poco.
—Creo que estás alucinando, hijo mío...
—¿Alucinando? ¿Qué dices, mamá? —la miré, incrédulo.
—No sé qué significa esa palabra... ¿Cómo es? ¿Coche?
De repente, subí la cabeza. Me quedé completamente parado en mi posición mientras mi madre se reía de aquella palabra. Abrí mi boca de la sorpresa y la miré de nuevo.
—Mamá, ¿qué estás diciendo...?
—Y las carreteras no son para nosotros, eso ya lo sabes bien. No hay por aquí y nunca habrá si las cosas no cambian un poco.
—¡Mamá...! —la interrumpí rápidamente. Estaba desesperado.
—No sé qué te ha dado esta mañana, pero me estás matando de la risa. ¿Has dormido mal, Ashi? —dijo mientras me abrazaba y, a la vez, yo me mordía los labios.
De repente, volví a pensarlo dos veces. Levanté de nuevo la cabeza, rechazando su abrazado al momento. Abrí los ojos con miedo en la cara. Ya puedo decir que era puro miedo lo que sentía. Mi madre me sonrió con pena.
—Mamá... ¿Cómo me has llamado...? —procesé toda la información hasta ese punto justo. Ella giró su cabeza con la misma sonrisa, pero cerrando los ojos.
—Pues, Ashi. Así es como te llamo siempre, hijo.
—No... No me llamo Ashi, mamá... —esto último lo dije mirando abajo con los ojos brillantes. Subí la mirada de nuevo a mi madre, que asentía.
—Ash Heartbuck. Ese es tu nombre, hijo.
¿Ash...? ¿Mi nombre Ash...? Negué hacia mis adentro. Me toqué la cara rápidamente. Y, así de rápido, se me heló la sangre. No era mi cara, no era mi cara de siempre. Tenía la nariz más puntiaguda, los ojos más grandes y el pelo igual. Tan rápido como pude, eché a correr al cuarto de baño, abandonando a mi madre allí que me miraba con una sonrisa, la cual ya era terrorífica. Cerré la puerta y me miré al espejo. Nada más hacerlo, me quedé congelado, ya que, lo que vi, no era normal. Era yo. Era yo en el espejo. Pero había algo mal y no sabía qué era. Me volví a tocar la cara, notando cada rasgo de esta. Entonces, los ojos me brillaron mucho más que antes. No era yo, estaba claro. ¿Pero quién más iba a ser? Con la puerta cerrada, me apoyé para esconder la cabeza entre las piernas.
—¿Por qué pasa esto...? ¡¿Por qué pasa esto...?!
Grité hacia mis adentros, ya que no quería llamar la atención de mi madre. Subí la mirada para notar mis manos empapadas de lágrimas. Estaba muy estresado y a la vez tenía miedo. Bajé de nuevo la cabeza para llorar en silencio, cuando otra voz, esta vez no conocida, habló.
—No llores, Ash —dijo justo detrás de mí.
Noté un escalofrío por todo mi cuerpo. Miré detrás, estaba la puerta. Miré arriba, el techo. Miré en frente, el lavabo. Entonces, ¿quién había hablado? Pero supuse que, como nada estaba bien en él día de hoy, me lo habría imaginado. Bajé la cabeza para llorar de nuevo, justo antes de volver a escucharla.
—Ash. ¿Quieres dejar de una vez de llorar? —repitió, notando rápidamente un acento en su voz. Era muy chillona.
Ahora, me levanté cabreado, con miedo y agobiado. Respiré muy rápido mientras miraba tras de mí. Nada. Me giré radicalmente hasta la ducha. Nada de nuevo. Luego, me subí al lavabo. Nada. No había nadie conmigo y eso me estaba agobiando. ¿Sería mi consciencia? ¿Me estaría volviendo loco? Cogí aire mientras temblaba del miedo. Entonces, escuché un suspiro.
—Ash... Levántate del lavabo y mira bien.
Con los ojos muy, muy abiertos, asentí. Me bajé del lavabo con cuidado y mirando a ambos lados. Puse un pie abajo con miedo, dispuesto a girarme. Temía de lo que me fuese a encontrar allí, parado frente a mí. Cogí aire, cerrando los ojos, y me giré. Fue rápido, ambas cosas, movimiento y sentimiento. Frente a mí, había una rata. Así, como así, una rata, pero era más grande y bonita que una asquerosa rata. Era gris con manchas blancas. De repente, sonrió, moviendo sus brazos como enfadada.
—Eres de lo que no hay, guerrero. ¿No te acuerdas de mí o qué, imbécil? —dijo la misma rata. La boca se me abrió sin querer.
—¿Una... Una rata... Está hablando...? ¿Una rata está hablando...? —no pude evitar tartamudear.
—¡Pensé que sabías que no me gusta que me llames rata, maldito! ¡¿Por qué no recuerdas tan solo eso?!
Sin esperar más, abrí los ojos, congelado. Me estaba hablando... Me estaba hablando una rata. Noté un mareo rápidamente y me caí hacia atrás. Sí, me desmayé. Entre la desaparición de mi móvil y la rata parlanchina, mi consciencia había llegado a su límite. Pude escuchar como la rata suspiraba y se acercaba a mí, antes justo de perder por completo la consciencia.

Bienvenido al videojuego, Ash Donde viven las historias. Descúbrelo ahora