Ritmo, notas, arte, música. Sonidos que hacen que delires, que te hacen sentir un completo viaje a otro universo cuando escuchas las canciones que hacen ese clic en ti.
No importa el momento, la ocasión o la situación en la que te encuentres. Cuando...
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Amarro mi cabello en una coleta y miro mi reflejo en el espejo del baño de la universidad. Para ser mi tercer día no me va nada mal.
No tengo ojeras ni un montón de trabajos para entregar, he dormido bien y no he tenido incidentes con ningún profesor.
Eso es verdaderamente un milagro.
Lavo mis manos y me coloco los lentes pareciendo al instante una verdadera cerebrito. Me gusta mi aspecto así, me hace lucir inteligente.
Termino tomando todas mis cosas y salgo del baño directamente a la cafetería para entrar nuevamente a mis clases.
Al final me termino sentando sola porque Venecia no pudo venir hoy y al parecer en las vacaciones de verano mis amigos consiguieron nuevos amigos y me dejaron a un lado. Sé que esa debería ser razón para sentirme mal, pero no es así, siempre he dicho que si una amistad no es amistad es mejor que se vaya sola.
El olor a champú muy característico de Milan invade mis fosas nasales y antes de que pueda reaccionar siento un peso en la silla a mi lado.
Maldigo para mis adentros, después de tres semanas en las que estuve insistiendo gracias al consejo de Venecia y obtener un visto seguro en los resultados vuelve a aparecer como si nada.
Me giro hacia él con una ceja enarcada sin ocultar mi desconcierto y la sonrisa tan perfecta que tiene plasmada en su rostro se borra poco a poco.
—¿Ho...la?—me saluda un poco confundido por mi actitud.
—Sí, hola—vuelvo a girar mi rostro para concentrarme en la pasta con queso que tengo al frente.
Es que hasta se me ha quitado el hambre.
—¿Todo está bien?—la duda en su voz me hace enojar un poco más, pero lo ignoro.
—No Milan, nada está bien. ¿En serio me preguntas eso?
—A ver, a ver—desorientado sacude la cabeza como si intentara ordenar sus ideas—. ¿Qué es lo que pasa?
—¿Sabes algo chamo?—la mueca plasmada en su cara me hace saber que no conoce la palabra y el pronunciarla después de tantos años me resulta muy... extraño.
—¿Chamo?
—Sí, chamo, tío, hombre, como le quieras llamar. No estoy de humor ahorita, ¿vale? Te espero a la salida para hablar un poco mejor.
Intenta calmarte, Adaia, no está bien tratar así a tu amigo.
Antes de salir de la cafetería me doy cuenta de que no conozco ni siquiera la carrera que estudia, me convenzo a mí misma de esperar a que las aguas se calmen para preguntarle y salgo del lugar todavía estando muy molesta.
