Cien streamers compiten en parejas por un premio de doscientos mil dólares.
Él es conocido por ser bueno en cualquier juego; ella es conocida por ser siempre la primera en morir.
Tienen todas las de perder, hasta que unas fotos fuera de contexto se...
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Me olvido del cansancio por un rato mientras analizo en profundidad su casa.
Aaron me abre la puerta del apartamento mil quinientos quince mientras yo estoy a punto de desmayarme.
La sala de Aaron es justo como me lo imaginaba: aburrida.
Las paredes son de un gris claro y las columnas contrastan con un pulcro color blanco.
En el centro hay una mesa de madera negra con un par de controles del mismo color reposando sobre ella. Hay una ventana al costado, pero está cerrada, a la habitación solo la ilumina una luz blanca y lo que parece ser una manguera de luz neón que contornea el sitio.
Como pieza central está una televisión gigantesca, más o menos igual que la que tengo en casa, a su lado un par de bocinas. Debajo de la pantalla hay un mueble negro de tres puertas, alargado.
El único rincón, con un poco de alma, es un montón de libros con lomos de todos los colores apilados a la perfección como un tetris; están en un mueble de madera que da la ilusión de estar incrustado en la pared.
Todo parece estar en su lugar, casi como si los objetos nunca se movieran.
Yo encuentro lo que realmente me interesa: un sillón. En contra pared con la tele hay un sillón para tres personas de color negro y con una textura visual como de cuero.
Estoy bastante segura de verlo reprimir una sonrisa cuándo me ve extender los brazos como para abrazar su precioso sillón.
—¿Quieres tomar algo?
—Coca, si tienes. Gracias. ¿Está bien si muero durante un ratito en tu sillón?
—Claro, solo asegúrate de revivir más tarde.
No sé si es que estoy muy cansada o es que este sillón es un pedazo de cielo. Podrían ser ambas. La cosa es que para cuando Aaron aparece con un vaso del burbujeante refresco en una mano, y un vaso de agua en la otra, yo estoy en una experiencia casi sexual con su sillón.
—Veo que no hacía falta decirte que te pusieras cómoda —comenta él. Percibo un tono juguetón en su voz, aunque no lo veo sonreír. Yo le sonrío como respuesta.
