Capítulo #80

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Todos estaban en el hospital, esperando noticias sobre Eduardo, cuando en eso llegó un hombre gritando el nombre de Galia.

—¡¡GALIA!! —gritó aquel sujeto.

Un enfermero se acercó al señor.

—Señor, este es un hospital, por lo tanto le pido que no grite. Dígame en qué lo puedo ayudar.

—Soy Federico Duarte. Mi hijo está en este hospital.

—¿Quién es su hijo?

—Eduardo Duarte.

Galia y Raúl se acercaron. Federico al verlos, se fue directo a agarrar a golpes a Raúl. El enfermo llamó a seguridad, pero como tardaron en llegar, Diego, Fernando y Alexander se metieron y apartaron a Federico de Raúl.

—¡¿Qué te pasa, Federico?! —dijo Galia, enojada.

—¡Pasa que ni tú ni este bueno para nada —lo señaló— saben cuidar a mis hijos!

—¿Ahora sí son tus hijos? Y cuando te necesitaban, ¿en dónde estabas?

—¡No me saques esas cosas ahora! Armando y Melanie están desaparecidos, y Eduardo se quemó, ¡todo por tu culpa! ¡¡PORQUE NO ERES UNA BUENA MADRE!!

—¡¡A MI ESPOSA NO LE GRITAS!! —gritó Raúl—. ¿Cómo te a través a decir que Galia no es buena madre, cuando tú ni si quiera los visitas desde hace meses? Que sin vergüenza hay que ser para venir y reclamarle a la madre de mis hijos, quien los ama como a nadie en el mundo.

—¿Tus hijos? —se rio—. Eduardo, Armando y Melanie, ¡son mis hijos!

—Tendrán tu sangre, pero un padre es más que engendrar espermatozoides, Federico —dijo Galia—. ¡Tú no sabes ser padre!

—¡Basta, señores! —dijo un guardia de seguridad—. Esto es un hospital, así que o guardan silencio, o tendré qué sacarlos para que resuelvan sus problemas familiares afuera.

—Entraré para saber de mi hijo y me calmaré. Solo te diré una última cosa, Galia: si algo les llega a suceder a uno de mis tres hijos, ¡la única responsable serás tú! Y te juro que haré todo para quitarte a Melanie —se fue de ahí, dejando a Galia llorando.
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Armando estaba encerrado en una habitación, sentado y llorando en una cama.

—Yo no debería estar aquí... yo no quiero estar aquí... yo debería estar tomando mi avión a París —decía llorando, mientras sacaba su collar del bolsillo de su pants—. Gatito... —dijo acariciando la inicial “J” que tenía—. Te amo —lo besó—. Tengo qué estar contigo... tengo qué salir de aquí —se levantó de la cama y guardó su collar. Fue a la puerta, pero estaba cerrada con llave. Miró detrás suyo, pero no había ventanas, solo una pequeña, pero estaba un poco alta—. ¿Qué hago? —miró un mueble que estaba por ahí y se le ocurrió una idea: quitó todas las cosas que tenía encima y con todas sus fuerzas lo empujó hasta quedar pegado a la pared en donde estaba la ventana, le fue difícil, pero lo logró. Se subió a él, abrió la ventana e intentó subirse, pero justo en eso entró Daniel.

—¡¿QUÉ HACES?! —gritó y cerró la puerta. Bajó a Armando de ahí y lo aventó a la cama.

—¡Quiero irme, Daniel!

—¡Ya te dije que eso no! —se subió al mueble y cerró la ventana. Bajó de un salto y lo empujó hasta su lugar.

—No me gusta estar aquí —dijo llorando.

—Pero aquí estás seguro —se acercó a él—. No hay nadie que pueda escucharte, Armando.

—¿Estoy seguro yo o lo estás tú?

Contigo quiero enfrentar al mundo entero (Libro #2)©✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora