Capítulo #120

11 1 0
                                    

24 de Diciembre

Diego Ferrer

Cuando era pequeño, en noche buena y navidad, mis tíos Lorena y Carlos siempre se encargaron de hacerme feliz, pero, aunque yo los amaba y amaba pasar tiempo con ellos, mi felicidad no era del todo completa, ya que me faltaban mis padres. A mis 20 años amaría que al menos mi madre estuviera conmigo, pero ya he aprendido a vivir con ello, ya que cada diciembre se va del país a realizar cirugías; así ha sido toda mi vida.

Los últimos 3 años había pasado las navidades en casa de Galia y Raúl, por Alexis. A pesar de que en esa última semana, él y yo no habíamos estado del todo bien en nuestra relación, igual la pasaría con ellos porque son mi familia; al menos así los considero yo.

No es como que Alexis y y yo nos habláramos, sí nos hablábamos y nos habíamos visto, pero últimamente nos la pasábamos discutiendo porque ese tipo Jonathan lo había estado llevando a su casa y hasta salían juntos. Eso me molestaba y se lo había dicho, pero debido a su tan mal carácter, él siempre se hacía el ofendido, y yo mejor prefería dejar las cosas así e irme, antes de llegar a una discusión más fuerte.

Durante la última semana no podía sacarme a ese pequeño de la cabeza, a ese niño de nombre “Santi’ que conocí en el orfanato y con el que jugué un rato. No dejaba de pensarlo porque me cayó bien, me causó mucha ternura y porque le prometí volver a ese lugar a visitarlo y tenía qué cumplirle; 1: Porque se lo prometí, y 2: Porque no quiero dejar de verlo.

Llegué a una plaza, dejé el auto en el estacionamiento y entré a una juguetería. Miré varios juguetes, sin decidirme cuál o cuáles llevarme. No conocía bien a Santi como para saber lo que le gustaba y lo que no, pero pensé en lo que a mí me gustaba a esa edad. Tomé una pista de carreras, unos muñecos pequeños de acción y un dinosaurio que hacía sonidos. Iba a agarrar más, pero no sabía si en los orfanatos les permitían tener tantos juguetes, así que solo agarré esos.

En la misma jugueteria tenían también servicio para envolver regalos, así que le pedí a la encargada que me envolvieran los juguetes con papel de navidad.

—¿Son para su hijo, señor? —me preguntó la muchacha que me atendió, una chica morena y delgada, como de unos 16 años.

¿Señor? ¿Qué acaso me veo tan viejo?

—No, son para un pequeño que acabo de conocer en un orfanato —respondí amablemente.

—Qué bonito acto, señor —sonrió mientras envolvía—, sobre todo en estas fechas.

—Sí, el niño me causa ternura y su historia me conmovió, por eso quiero hacerlo feliz.

—¿Lo piensa adoptar?

Me quedé callado cuando preguntó eso.

—Lo siento, no quiero ser metiche, no es mi intensión, pero normalmente cuando uno visita a un niño o niña de orfanato, es porque quiere adoptar, ¿usted es de esos o solo es por caridad y generosidad?

—No estoy buscando adoptarlo, solo quiero hacerlo feliz.

—Tenga cuidado, señor, luego el niño puede terminar encariñándose con usted y eso sí sería feo, podría hacerlo sufrir más de lo que quiere hacerlo feliz.

—¡Inés! —gritó una señora detrás de ella—. Ponte a hacer tu trabajo y deja al joven en paz. No te metas en donde nadie te llama.

—Sí, lo siento —dijo apenada—. Lo siento, señor —me dijo.

—No te preocupes —le sonreí.

La muchacha no me hizo más preguntas, solo envolvió los juguetes.

Contigo quiero enfrentar al mundo entero (Libro #2)©✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora