Treinta y tres.

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El olor a hospital era muy raro. Limpio y escalofriante en diferentes maneras. Y el olor se sentía incluso antes de despertar. El dolor por otro lado, se sentía justo al abrir los ojos.

O al menos así lo sintió John.

No se sentía adolorido como tal, se sentía entumecido. Claro, tenía medicamento puesto, por eso no sentía el dolor.

Estaba en una camilla separado de otras camillas por una simple cortina. Estaba en urgencias. La reconocía porque a los 11 años lo llevaron por un dolor estomacal. Los recuerdos llegaron a él en cascada. Jacob, gritos, golpes y miedo.

Sacudió la cabeza.

Aún estaba un poco ido, porque le pareció escuchar las voces de su padre.

Entonces pasaron unos segundos y supo que no estaba alucinando. Su padre y su madre estaban allí. Escuchó los zapatos de su madre resonar antes de verla abrir la cortina.

—¡Santo Dios! —Los ojos de su madre se llenaron de lágrimas, pero ya estaban rojos cómo si hubiese estado llorando desde antes.

Se acercó y se sentó a su lado en la camilla, pero no lo tocó. Sus manos temblorosas le rompieron a John el corazón y odió a Jacob.

—Mi niño... ¿Cómo? ¿Por qué?

Se sintió herido y avergonzado. No quería que vieran todo esto, no quería volverse un problema para sus padres, ni ser la causa de uno. Pero parecía que ya ella tarde. La mirada turbulenta en su padre se lo decía.

—¿Quién les avisó?

—Joanne llamó. Escuchó gritos y cosas quebrándose, creyó que era un robo y llamó a la policía. —Su padre no parecía muy feliz con el asunto, y su tono de voz cambió al continuar—: Llamamos a Jacob, sólo gritó... cosas extrañas, y luego la policía trató de llevárselo porque pensaron que era el ladrón pero Joanne y los otros los defendieron.

Cosas extrañas.

El imbecil se los había dicho. Conociéndolo y viendo la forma en que había enloquecido no le sorprendería que hubiese exagerado las cosas o cambiado la narrativa a su favor. Se podía ir muy a la mierda. Por otro lado, sus vecinos no habían salido cuando estuvo gritando por su vida pero si habían salido cuando podían ver una escena escandalosa en primera plana sin peligro. Se podían ir a la mierda también.

—Cariño, estábamos tan preocupados te llamamos miles de veces hasta que Kevin respondió y nos contó todo.

—¿Les contó... todo?

Su madre se echó a llorar a mares.

—Dijo que... que lo llamaste desesperado, que Jacob había enloquecido... creímos que Jacob quizá estaba confundido, que había visto algo fuera de lugar- pero sonaba demasiado enojado en el teléfono.—Su madre le agarró la mano y aunque John sabía qué diría a continuación no dolió menos—. John, sé honesto con nosotros ¿Eres...?—Su silencio era más incómodo que la pregunta en si pero John no quería decírselo sin que ella se lo preguntara directamente.—Uno de esos... ¿hombres gays?

Lo dijo en un susurro entrecortado, como si no quisiera decirlo. El tono entre desprecio e inseguridad le advirtió que no importaba lo que dijera, su vida no volvería a ser la misma. Y estaba harto de mentir. No valdría la pena hacerlo, no si eso significaba sacrificar sus oportunidades de amar, de ser él mismo, de disfrutar su vida. De vivir. También sabía que si decía la verdad todo se iría a la mierda, no sabía exactamente las consecuencias pero era más que seguro que su relación con sus padres iba a morir. Y por mucho que le doliera, sabía que, por su propio bien, era hora de colocarse cómo prioridad. Y si eso significaba sacrificar a su familia, con todo el dolor de su alma lo haría.

the broken & the sinnerWhere stories live. Discover now