20 | La noche que nos conocimos

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20 | La noche que nos conocimos


Scarlett

—¿Christopher? —llamo, aunque sé que la habitación responderá con un silencio vacío.

Despierto con un nudo de ansiedad en el estómago, como si una parte de mí ya supiera que él no estará aquí. Mi corazón se hunde un poco más al darme cuenta de que estoy sola en la cama. ¿Otra vez?

No hay respuesta. Solo el eco de mis propias palabras resonando en la habitación. Me siento y un escalofrío recorre mi espalda. No sé si lo que viví la noche anterior fue real o solo un sueño fugaz, pero la sensación de estar en los brazos de Christopher todavía me envuelve, reconfortante y desgarradora al mismo tiempo.

Mis ojos recorren la habitación en busca de alguna señal de él, cualquier indicio de su presencia. Entonces, como si el universo quisiera responder a mis preguntas sin hacer ruido, mi mirada se posa en un trozo de papel sobre la almohada. Un pedazo de papel doblado a la mitad con las esquinas redondeadas.

Es un corazón de papel.

Ayer reprendí a Christopher por irse sin decir adiós, y hoy él me deja esto. No es una nota, es algo mil veces mejor. Es su manera de decirme que está pensando en mí, que se preocupa por mí, incluso cuando no estamos juntos.

Así es nuestra relación. No necesitamos palabras para entendernos. Nuestras acciones hablan más que cualquier conversación que podamos tener. Christopher hace que sea imposible sacarlo de mi mente.

Pero esta vez, en lugar de detenerse frente a la universidad como de costumbre, Christopher entra al estacionamiento y se baja del coche conmigo. Antes de que pueda siquiera preguntarle qué está pasando, me detiene y me dice con voz firme:

—Lo harás bien. Cuando esto termine, vámonos de aquí, a dónde tú quieres. Olvídate de todo. Estás a un paso de ser libre.

Su declaración me deja atónita. Mis preocupaciones sobre la presentación se desvanecen por un momento mientras proceso sus palabras. Asiento lentamente, incapaz de contener la sonrisa que se forma en mis labios.

—Gracias.

Es lo único que puedo decir, pero sé que él entiende todo lo que quiero expresar. Con un último apretón de manos, nos separamos y entro a la clase.

Cuando llega mi turno para exponer, los nervios me invaden hasta el punto de sentir que mi corazón va a salir disparado de mi pecho. Sin embargo, al pararme al frente de la clase y mirar por la ventana, me encuentro con esos ojos verdes.

De repente, todo se desvanece a mi alrededor. Es como si estuviéramos solos, él y yo. Comienzo a hablar como si le estuviera contando a él todo lo que sé sobre el tema de la presentación. Incluso se me escapa una sonrisa al verlo. Sí, sigo nerviosa, pero de una manera diferente. Mi corazón late con fuerza mientras explico cada detalle, y ni siquiera me doy cuenta cuando termino. Solo me concentro en la mirada de Christopher, y es suficiente para saber que lo he hecho bien.

Después de la clase, cuando salgo, él me da un chocolate. Le digo que casi no me gusta comer chocolate porque engordo muy rápido. Christopher me mira con los ojos entrecerrados y me examina lentamente con la vista, de pies a cabeza. Siento que el calor sube a mis mejillas.

—¿No te das cuenta o sí? —me dice.

Alrededor de nosotros, la gente nos mira mientras él me devora con la mirada. Me tenso, deseando que él se acerque y deje de hacer lo que sea que esté haciendo. Anhelo sentir su boca otra vez contra la mía.

Corazones de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora