45 | Te quiero

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45 | Te quiero


Christopher

—Ya te dije mil veces que es una mala idea, pero si insistes en hacerlo no te detendré, Christopher —dice mi hermana con un tono de preocupación evidente en su voz, mientras me mira con los ojos entrecerrados.

—Caroline, le prometí que iría a verla más tarde —respondo, desviando la mirada hacia la oscuridad de la noche.

—¿Más tarde? ¡Son las tres de la mañana! —exclama Caroline, frunciendo el ceño con incredulidad.

—Somos compañeros de cuarto 

La expresión de Caroline cambia a una de sorpresa.

—¿En la casa de ella? —pregunta, desconcertada.

Asiento, sin ganas de prolongar la conversación. Caroline me mira con una mezcla de incredulidad y preocupación.

—¿El padre de Scarlett lo sabe? ¿O eres como esos intrusos que viven en el sótano o en medio de las paredes? —pregunta, con un dejo de sarcasmo.

Frunzo el ceño, molesto por la comparación, pero no respondo. Caroline parece darse cuenta de mi estado de ánimo y se disculpa conmigo.

—Lo siento por haberte metido en este problema. Pero estoy segura de que Scarlett entenderá cuando le expliques. Si quieres, puedo hablar con ella por ti —ofrece, tratando de calmar mis preocupaciones.

—¿Lo ves? Esto es lo que pasa cuando intento ser un buen hermano —digo entre risas, sacudiendo la cabeza con incredulidad.

Nos encontramos en medio de la carretera, el silencio de la noche nos rodea mientras la oscuridad se cierne sobre nosotros. El único sonido es el suave susurro del viento nocturno y el eco lejano de algún animal nocturno. 

Maldigo para mis adentros cuando recuerdo que no tenemos repuesto; lo usé hace apenas dos meses para cambiar otro neumático pinchado.  La situación es completamente absurda, y no puedo evitar soltar una carcajada nerviosa.

—¿Qué es tan gracioso? —pregunta Caroline, mi hermana, con una sonrisa divertida.

Me limpio las lágrimas de risa que amenazan con escaparse de mis ojos y me encojo de hombros.

—Solo... la situación en la que nos encontramos. Jamás imaginé que volveríamos a estar juntos en la madrugada de Navidad como cuando éramos niños y hacíamos travesuras —respondo, aún riendo por la ironía del destino.

Caroline se une a mi risa, y pronto ambos estamos riendo juntos en medio de la oscuridad de la noche. La risa es liberadora, disipando un poco la tensión y el estrés del momento.

—¿Recuerdas la vez que pusimos gelatina en el champú de Connor? —pregunta Caroline, con una risita traviesa.

Asiento con una sonrisa de complicidad, recordando la travesura que hicimos cuando éramos niños.

—¡Claro que sí! —exclamo, entre risas—. Fue brillante. Pobre Connor estuvo buscando por días el origen de su cabello pegajoso.

—Sí, deberíamos disculparnos con él algún día.

Asiento en acuerdo con ella, recordando lo divertido que fue aquel momento, pero también sintiendo una leve punzada de remordimiento por haber gastado esa broma a nuestro hermano mayor.

—Tienes razón. Tal vez deberíamos hacerlo —concedo, antes de cambiar de tema—. ¿Y bien, vas a contarme qué pasó con tu prometido?

Caroline cambia su expresión y se acomoda en el asiento, mirándome con tristeza.

Corazones de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora