38 | No te vayas nunca

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38 | No te vayas nunca


Christopher

El aire se vuelve denso, casi insoportable, mientras una sombra oscura se apodera de mi mente. Mi pecho se aprieta con fuerza, como si una mano invisible estuviera estrangulándome desde adentro, y mis pulmones se niegan a llenarse de aire.

Siento que me estoy quemando vivo por dentro, como si mi cuerpo fuera una hoguera ardiendo sin control. Cada músculo se tensa, cada nervio se enciende con dolor, y todo lo que puedo hacer es temblar incontrolablemente mientras me debato en medio de la agonía.

Con manos temblorosas, me sirvo un trago de whisky, buscando desesperadamente algún tipo de alivio en el calor quemante que desciende por mi garganta. Pero ni siquiera el alcohol puede calmar los tormentos que me atormentan, y me encuentro luchando contra un enemigo invisible que parece imposible de vencer.

He dormido apenas cinco horas en los últimos tres días, y las pastillas para dormir solo han logrado empeorar las cosas. Ahora me encuentro muriéndome de sueño, luchando por mantener los ojos abiertos.

Una pequeña voz en mi cabeza me dice que sería una estupidez tomar una bebida energizante, pero suena tentador.

Me obligo a dejar de lado la idea.  Mi corazón ya late con demasiada fuerza, como si estuviera tratando de escapar de mi pecho.

Woodside pone una mano reconfortante en mi hombro, mirándome con preocupación en sus ojos.

—Hijo —comienza con voz suave —, no tienes que salir si no estás seguro. Pero creo que te sentirás mejor si lo haces.

La ironía de sus palabras me golpea con fuerza.

—No vengas ahora a jugar a ser mi padre —murmuro entre dientes, apartando su mano de mi hombro —. No tienes ni puta idea de lo que pasa en mi cabeza, así que no actúes como si lo entendieras.

Woodside retrocede como si lo hubiera golpeado físicamente, pero sus ojos puestos sobre mí una mezcla de comprensión y compasión. A pesar de mi rabia, una parte de mí anhela su apoyo, pero es como si estuviera atrapado en un torbellino de emociones que me impiden aceptarlo. Solo quiero que la tormenta en mi interior cese, aunque sea por un momento.

—Chris, si decides salir, este es el momento —insiste —. Después de que Harris termine de hablar, es tu turno. Tienes el apoyo de todos nosotros, pero la decisión es tuya.

El peso de sus palabras me golpea como un puñetazo en el estómago. La idea de enfrentarme a la multitud, de tener que fingir que todo está bien cuando mi mundo se está desmoronando, es abrumadora.

La idea de dejar atrás esa carga es tentadora, pero el miedo sigue ahí, como un nudo en mi garganta. No sé si tengo la fuerza para hacerlo.

El tiempo se agota y observo a través de la ventanilla cómo los familiares de las víctimas ya han llegado, sosteniendo pañuelos mientras algunos lloran y otros miran con nostalgia.

Tengo que salir. Les debo este gesto, es lo único que puedo hacer por ellos ahora. Tomo otro trago de Whiskey directamente de la botella y me preparo para enfrentar lo que está por venir.

Subo las gradas hasta el escenario, consiente de las miradas sobre mí. Las luces deslumbrantes me ciegan por un momento, pero cuando mis ojos se ajustan, veo los rostros de los hijos, las esposas, las madres de mis compañeros caídos, de mis amigos. Cada mirada es un recordatorio de mi fracaso, de mi impotencia para proteger a quienes juré defender. Me cuesta respirar mientras mi mente regresa al campo de batalla, recordando cada una de sus muertes, cada error que cometí.

Corazones de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora