No puedes callarme, cariño

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Había pasado el fin de semana, nada interesante que contar, estuve trabajando en el local de verduras en el mercado, me enteré que David es uno de los empleados de mi papá. Para ser sinceros a pesar de que mi padre tenga ese negocio no quiere decir que seamos de dinero o simplemente de media clase. El dinero se va en el alquiler y vaya que aquí en esta parte de la ciudad están muy caras las rentas y eso que no es un barrio bueno, los vicios que tiene mi padre y los gastos de la casa no nos rinde el dinero, apenas me estoy dando cuenta de la mala administración que maneja. Este fin de semana he visto que a bebido más de lo normal, pienso  anexarlo con algunos ahorros que tiene él bajo la manga y si, los ahorros están guardados en ese pedazo de cajón que tiene en su maldito cuarto junto con esas revistas sucias.

Estoy exhausta, en estos momentos me encuentro en el gimnasio de la escuela, mi playera está manchado de sudor, mis piernas me tiemblan y la botella del agua esta a unos siete pasos enfrente mio. Mis piernas avanzan a la dirección donde está la botella, sin embargo, aquella mujer me acorrala contra la pared. Esta vez no me dejo engatusar.
Agarro fuerzas en mis brazos y ahora soy yo la que acorrala a Jade contra la pared.

Acaricio una de sus piernas desnudas, su respiración se empieza agitar.

La razón no me deja pensar cuando estoy muy cercas de Jade.
Todos los consejos de Deborah se convierte en lo absurdo total cuando estoy cercas de Jade.

Mi mano se desliza debajo de su falda, ella me toma del rostro con su cálida mano.

–¿Te crees mejor seduciéndome?–Su respiración agitada se mezclaban con sus palabras arrogantes.

–Me caes muy mal.–Dije con odio.

–¿Ah, si? Y porque no me lo demuestras de esta forma.

Jade no pudo resistir, me toma de los hombros y con su fuerza me estampa en la pared.

–¿Te crees una chica mala, cómo yo?

–La diferencia de ti, es que yo sé cómo jugar bien mis cartas, sin lastimar a terceros como lo haces tú.

–Cállate niña engreída.

–No puedes callarme, cariño.

–¿Ah, no?

Jade me empieza a besar como una desquiciada muerta de hambre, cómo si no hubiera una mañana, con toda malicia y pasión, un beso apasionado de esos que te quedas sin aliento pero satisfactorio. Este beso la tuve que pagar muy caro…

Contigo, hasta el último momento.Onde histórias criam vida. Descubra agora