Tercera, la vencida

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Sus párpados le pesaban demasiado como para poder levantarlos. Apenas tenía mera idea de donde se encontraba, que había pasado o cómo carajos se llamaba, pero era bastante consciente de la presencia de alguien más en la habitación y de que no tenía las fuerzas ni las ganas suficientes como para despertar.

Se sobresaltó en cuanto escucho un golpe contra metal. El ruido resonó una y otra vez, aumentando su dolor de cabeza, pero ayudándola lo suficiente como para levantarse.

-¡Señor Potter, ya le he dicho que deje eso!

Cuando Amelie abrió sus ojos, distinguió a James de espaldas a ellas, dando patadas al armario donde Pomfrey guardaba sus medicamentos y materiales para curaciones. El rostro enfadado del muchacho, emanando furia por todos sus poros se disipo en cuanto dio media vuelta sobre sus talones y se encontró con los grandes ojos verdes de Amelie, prestándole una atención inquietante.

Mientras ella recordaba todo lo que había ocurrido antes de su desmayo, James había casi corrido hacia la silla junto a su camilla. Su expresión estaba teñida de preocupación y sus ojos cafés parecían apenados y culpables.

-¿Te desperté? Perdona -musito, inclinando su rostro peligrosamente hacia el suyo-. Bah, ¿a quién engaño? Me alegro de que hayas despertado al fin, nos tenías preocupados.

-O -intervino de repente Madame Pomfrey, avanzando hacia ellos por el reluciente piso blanco de la enfermería-, mejor dicho, lo has tenido demasiado preocupado sólo a él. Porque yo estaba de segura de que despertarías.

James resoplo por lo bajo y murmuró un par de palabras que Amelie no alcanzó a escuchar. En ese momento, se percató de las profundas, grandes y oscuras ojeras que rodeaban sus ojos cafés. Todo James parecía decaído y cansado, hasta su cabello indomable parecía haber perdido la misma forma rebelde de siempre. Por sus movimientos repetitivos y nerviosos: el cómo movía su pierna a un ritmo inexistente y como retorcía sus dedos sin razón alguna, Amelie dedujo que él había estado sobreviviendo a base de café.

Por más que quería hablar, decir lo que sea, las palabras no salían de su boca. Recién despertaba y había muchas cosas que su cerebro seguía maquinando por asimilar, cosas que...

Cosas que se le olvidaron de repente cuando James comenzó a acariciar su cabello con parsimonia, con la mirada perdida en sus ojos. Amelie bajó sus párpados un segundo, disfrutando de sus caricias y, para cuando volvió a abrirlos, él estaba sonriendo con dulzura.

-James, ¿Qué te parece si te vas un segundo, ahora que ya sabes que está bien, y le avisas a la profesora McGonagall? Dijeron que querían saber a lo mínimo que ocurriera -opino la enfermera, mientras sacaba del armario con el que James se había descargado un par de ingredientes.

-¿Por qué no vas tú, Poppy? -inquirió James, ensimismado. Su mano escurridiza descendió por la linde del rostro de Amelie hasta su mejilla, persistiendo en el suave toque.

-Debería descansar, señor Potter.

-Yo estoy bien.

La suavidad de sus palabras y su aliento a chicle de sandía camuflando la cafeína, chocó a Amelie en el rostro, mientras el pulgar de James seguía creando la sensación de hormigueo en su mejilla. Ella no podía hacer más que mirarlo, no podía hacer más que sentir lo bien que estaba junto a él. Cerró los ojos cuando los dedos de James dibujaron el puente de su nariz, una y otra vez.

¿En qué momento él se había acercado tanto?

-Ay, James, mira que tendrás que seguir viniendo a que trate ese tema con tu cuello. Te dije que esa silla no sería cómoda para pasar toda la mañana, toda la tarde y toda la noche.

Amelie Moore y la maldición de los PotterWhere stories live. Discover now