Epílogo

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1 año y tres meses después...

James gruñó por quincuagésima vez y, de un arrebato, apagó el televisor, al tiempo que lanzaba el mando hacia la puerta. De una patada, golpeó las sábanas para deshacerse de ellas y, furioso como había estado los últimos días, caminó rengueando hacia la puerta.

Nada más abrirla, se encontró con la ceja alzada de Paris.

-No aprendes nunca, ¿eh?

-Púdrete -refunfuñó, tratando de pasar sobre ella.

Y, lo hubiera logrado o no, Paris colocó su pie derecho sobre sus piernas a último momento, provocando que trastabillara y cayera de boca al piso. Desde el suelo, James gimió con dolor y fulminó a Paris con la mirada.

-¡Loca de mierda! ¡Me retas porque me levanté de la cama y ahora me haces tropezar! ¡¿Eres idiota?!

-Hey, calma los humos.

Mascullando un par de maldiciones, James se enderezó y, sentado en el piso, comenzó a masajear su pierna derecha. Le dolía como la mierda.

Le gustaba más cuando estaba en el hospital. Maldito el día en que lo enviaron a casa de sus padres, porque estaba todo el maldito día vigilado por Paris, Albus y Lily, que lo mantenían encerrado en su vieja habitación como si fuera una cárcel. Lo peor de todo era que en el hospital pedía algo y se lo traían enseguida, mientras que en su casa, sus hermanos lo mandaban a cagar hipogrifos cuando tan sólo quería un vaso de agua. Las mañanas eran un infierno, pero a la tarde, al menos, estaba su madre.

-¿Qué ocurrió ahora? -inquirió Albus, saliendo de su habitación con los lentes en la punta de su nariz y un libro en mano.

-Nada que te importe.

Albus se encogió de hombros y se apoyó en el marco para seguir leyendo. Ahora era malditamente más fuerte y alto que él, algo que a James le pegaba en el orgullo.

-Levántate del piso y vuelve a la cama -ordenó Lily monótonamente, llegando a la cima de la escalera sin despegar la vista de su celular.

-¿Puedes dejar ese aparatito?

-¿Puedes dejar tu estupidez?

-Touché -exclamaron Paris y Albus al unísono.

Dando un gritito exagerado y frustrado, James tomó con fuerza sus cabellos azabaches y tiró de ellos. Golpeó el suelo con el puño cerrado, calculando mal su fuerza y provocando que un fuerte dolor se extendiera por toda su mano. Se mordió el labio para contener sus ganas de gritar y, sin proponérselo, también se lo partió, sintiendo el sabor metálico de la sangre escurrirse entre sus dientes.

-Todo me sale mal -lloriqueó.

-Todo sería mucho más fácil si lograrás quedarte tranquilo dentro de la habitación, obedeciendo a los médicos -le recordó Paris-. Si no te mueves, se curara mucho más rápido, James.

-Aun así no podré volver a jugar de acá a un año.

Se tiró de panza al piso, ocultando su cara entre sus brazos. Últimamente, no hacía más que comportarse cómo un niño pequeño, cuando debería ser un adulto hecho y derecho. Sin embargo, eso era mucho pedirle cuando su entrenadora del Puddlemere le había prohibido jugar hasta dentro de un año culpa de la estúpida lesión que había tenido.

¡James Sirius Potter sin Quidditch! ¡Sonaba como el infierno!

-Albus, un consejo: nunca pero nunca intentes proponer matrimonio frente a todo un estadio -indicó, señalándolo seriamente-. Bah, no sé qué te digo si todos sabemos que eres un asco para el Quidditch.

Amelie Moore y la maldición de los PotterWhere stories live. Discover now