11| Huevos revueltos, chinchillas mojadas y perdimos a un niño.

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11| Huevos revueltos, chinchillas mojadas y perdimos a un niño

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11| Huevos revueltos, chinchillas mojadas y perdimos a un niño.


La primera mañana resulta ser algo atareada y de mucha información, Liz se apresura a darnos órdenes y asignar nuestras labores, mi acompañante ni siquiera presta atención a sus palabras por lo tanto soy yo la que saca nota de cada cosa.

—Los niños tienen clase a las nueve. Benjamín y yo salimos antes, pero queda uno de los coches en el garaje para que puedan llevarlos. Chiara sale dos horas antes, pero Luigi y Lydia deben estar en casa a eso de las tres.

«Después de las siete y media nada de televisión ni teléfono, no se olviden de hacer que los niños hagan sus tareas y que Chiara no falte a sus clases de chelo ni tampoco que se quede sola en casa. Está castigada.

«A las seis y media Lydia tiene lecciones de matemáticas avanzadas con el vecino de al lado, asegúrense de que Luigi se duerma antes de las nueve. Encárguense de los desayunos y los almuerzos. Este domingo es su primer día libre y los sábados después del mediodía también lo tienen libre. Espero que no les estemos pidiendo demasiado ¿podrán con todo?»

Lo dudo demasiado.

Pero le digo que sí.

No se detiene a analizar si mi respuesta es sincera, está apurada porque llega tarde al trabajo, se despide rápidamente de los dos repitiendo una vez más todas las tareas. Cuando la puerta de entrada se cierra, Damian y yo cruzamos miradas y sus ojos todavía adormilados escanean la cocina. Primer paso: preparar la comida y levantar a los chicos.

—Yo no pienso hacer el desayuno —Se niega alejándose de la mesada.

—Algo tienes que hacer.

—¿Qué tan difícil puede ser sacar a tres niños de la cama?

Sin darme tiempo a reprochar nada, desaparece por las escaleras.

Pongo las hornallas a calentar mientras saco tocino y huevo de la heladera. Escucho algunos gritos y un par de golpes desde arriba al mismo tiempo que dejo los platos sobre la mesa.

Comienzo a cuestionarme si despertar niños podría considerarse actividad de riesgo cuando ya no escucho la voz del oji-gris arriba, sin embargo, antes de decidir subir con una sartén y un cucharon como armas de protección, dos niños rubios de mal humor y Damian bajan por las escaleras.

—Buen día —Saludo dejándoles a ambos un vaso de jugo y el platillo con huevo frito y tocino.

—Mhm —murmura el más pequeño todavía dormido, con los ojos cerrados se dispone a dar bocado a una tostada con mantequilla.

Sirvo el plato de la mayor de los hermanos que todavía no ha bajado a desayunar y me siento.

— ¿Y a mí no me sirves? —inquiere Damian viéndome ofendido.

Cuando nos convirtamos en estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora