32| Florencia

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32| Florencia

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32| Florencia


Hemos estado escuchando la radio desde que subimos al coche hace casi una hora. Damian sintonizó la 440 AM, de Florencia, donde suena canción tras canción, artista tras artista, poco comprendo las canciones pero me entretiene lo poco que distingo en las letras, la constante música solo se ve interrumpida por los ocasionales comentarios de nosotros sobre el paisaje, el clima o lo que haremos al llegar.

Sin embargo, mientras más millas se marcan el cuentakilómetros, menos tranquila me siento, y más grande se vuelven los nervios, tanto así, que no pude evitar pedirle detenerse en una gasolinera para comprar algo que me quitara las ganas de vomitar.

—¿Te sientes mejor? —me pregunta, a lo que yo niego con la cabeza.

—Creo que tengo nauseas.

—¿Seguro no quieres volver? —repite.

—Son solo nervios. —tranquilizo, me acomodo en mi asiento— ¿Cuánto falta para llegar?

—No más de una hora.

Asiento y dejo caer mi espalda sobre el asiento.

Puedo con esto.

—¿Te has traído la dirección de la mujer? —pregunta con cautela luego de volver a carretera.

Si supiera que no he parado de chequearla desde que emprendimos el trayecto.

—La llevo en esta cartera —Apunto a la que he dejado reposando entre mis piernas. Él la observa rápidamente y vuelve sus ojos a la carretera.

—Avísame si quieres que parar de nuevo —me advierte en voz baja. Me limito a asentir y nuevamente prendo la radio para escuchar música, no viajamos en silencio, nos acompaña la música. Damian va con la vista clavada en la carretera y de vez en cuando lo atrapo dando golpecitos a su volante con el ritmo de la canción que yo he elegido.

Dobla cuando el GPS se lo indica y se adentra a una calla de adoquines, allí y a solo un par de metros más, un hotel pintado de ladrillos amarillos y con una fachada antigua nos espera para darnos alojo.

El castaño estaciona sin mucho problema en un hueco que encuentra no muy lejos de la residencia y mientras él termina de aparcar el coche yo me doy la vuelta para observar las maletas que hemos dejado en el asiento trasero.

Nos trajimos bastantes bolsas—Más mías que suyas— y recién ahora me doy cuenta que será un poco difícil cargarlas hasta la habitación si resulta que nos toca un cuarto en una segunda o tercera planta y no hay elevador.

Bajo del coche y abro la puerta de los asientos de atrás para comenzar a bajar todo, Damian me ayuda desde el otro lado y afortunadamente, va tomando las valijas más pesadas para dejarme a mí las más fáciles de cargar, aunque yo no se lo haya pedido.

Cuando nos convirtamos en estrellasWhere stories live. Discover now