47. Cuando nos convertimos en estrellas.

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47. Cuando nos convertimos en estrellas. 


La única certeza que todas las personas tenemos en común es el hecho de saber que un día nacemos y posteriormente algún día moriremos. La fecha y la manera es irrelevante porque todos vivimos la muerte de diferente forma, pero aún así es seguro que algún día en nuestras vidas el corazón nos deja de palpitar y el alma se nos va del cuerpo.

Ver a Damian ser trasladado en una camilla hasta la sala de quirófano es una imagen que no se me borrará jamás de la cabeza. Es una sensación que me quita el alma del cuerpo a pesar de seguir viva. Los murmullos que me acompañan en la sala de espera no se comparan en nada al barullo que se forma en mi conciencia, escucho la preocupación calada en la voz de los Berlusconi, al igual que el llanto de Chiara y Luigi como también la impotencia de Sonia desde el teléfono que promete tomarse un vuelo y llegar lo más pronto posible para encargarse de que Paul no salga nunca más en su vida de detrás de las rejas.

Hace unos minutos estaba segura de que este año celebraría las mejor navidad de mi vida, y ahora el único deseo que pido para esta fiesta es que el chico de ojos grises que ha ingresado tendido en una camilla, salga del quirófano vivo y caminando por su cuenta.

Me levanto de donde estoy y me acerco a los chicos, los adultos están a un par de metros sumergidos en su propia burbuja de impacto y preocupación, la primera en correr a abrazarme es Lydia, sus brazos me rodean con tanta fuerza que pienso que en cualquier momento soy capaz de romperme, me abraza y llora con coraje, me gustaría decirle que todo saldrá bien y que en un par de horas ya podremos entrar a alguna habitación para ir a ver a Damian, pero en realidad no tengo esa certeza.

—¡Se va a morir!— grita sin soltarme. Chiara también se levanta para acercarse a su hermana. El entumecimiento en mi pecho desaparece, ahora el agudo dolor de verlos llorar está de vuelta.

—No digas eso, ya vas a ver que todo va a salir bien—contesto, arrastrando las palabras en mi boca.

—Los D'Fiore deben de estar muy angustiados—La mayor de los hermanos se lamenta, pasa su brazo por los hombros de su hermana e intenta confortarla. A lo lejos oigo como Liz y comentan con preocupación sobre la poca información que nos han brindado los médicos. Eso no me interesa, yo solo quiero ver a Damian.

—Tengo mucho miedo, Quinn—la peliverde levanta la mirada para observarla, tiene la cara tan hinchada y roja que parece un tomate.

—Hay que tener fe de que va a mejorarse.

La espera y el prolongado silencio son abrumantes.

—¿Y qué pasa si no lo hace?—Luigi que hasta este momento todavía se había mantenido en un estado de negación se introduce a la conversación con espasmo.

Poco a poco giro un poco mi rostro para mirarlo, sus mejillas están cubierta de algunas lagrimas y vi mi vista nublarse con la sola idea de que eso pasase, intento mantenerme lo más fuerte posible, pero sé que en algún momento terminaré por derrumbare, solo espero que para ese momento ellos no estén presentes.

La incertidumbre daña tanto que me gustaría sacarme el corazón para acabar con esta maldita pena, no tengo palabras exactas para poder describir lo que estoy sintiendo en este momento, prácticamente porque ninguna palabra describe con justa precisión lo que estoy padeciendo . Ni siquiera la palabra mas desgarradora o desoladora puede caber en un significado elocuente a este sentimiento.

Pasamos al rededor de media hora más en espera, en todo ese tiempo observo a médicos y enfermeras correr de un lado para otro para asistir a diferentes pacientes, mis ojos no se desvían de la puerta del quirófano, a cada minuto que pasa rezo para que al siguiente algún doctor salga de ahí con noticias nuevas. Pero durante los siguiente diez minutos nadie sale, y es recién cuando el reloj de pared marca las 01: 28 de la mañana cuando veo a un hombro canoso y cansado salir por esa puerta.

Es Rose la que se levanta para ir a hablar con él. Me levanto de un solo tirón para ir tras ella, pero ni siquiera doy tres pasos cuando la conversación con el doctor ya ha terminado, Rose de la la vuelta topándose conmigo, levanta la vista y me mira.

La veo respirar hondo y soltar el aire. Me doy cuenta al instante.

—No, no me lo digas —Me niego con los labios temblándome. Siento como se me nubla la vista.

El peso en mi cuerpo se hace más grande, todo me empieza dar vueltas y siento como se me cae una lagrima.

—Cariño... — arrastra las palabras con melancolía —Perdió mucha sangre...

Se siente como un balde de agua fría, como un cristal filoso incrustándose en mi pecho. Mi respiración se entrecorta, me llevo las manos al pecho y camino cómo puedo hasta recargarme en la primera pared que encuentro. El dolor me invade y escucho los lamentos y el llanto de desesperación de las personas que me rodean.

Rose se me acerca pero no quiero que me toque, no quiero que nadie se me acerque, o siquiera que se atrevieran a decir que me calmara, porque en una situación así nadie puede pedir calma.

—No puede ser... — repito en balbuceos — Eso no es cierto...

—Lo siento tanto, Quinn.

Se me anuda el estómago, los oídos comienzan a zumbarme al mismo tiempo las puntas de mis dedos se entierran en los lados de mi cabeza, siento como mi corazón se detiene al mismo tiempo de que percato del que suyo ha dejado de latir.


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Cuando nos convirtamos en estrellasWhere stories live. Discover now