22| El río.

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22| El río

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22| El río. 


Una vez tuve una maestra que decía que si algún día tenía la oportunidad de cumplir mi sueño lo hiciera, incluso si ese sueño parecía algo tonto o innecesario, que no importaba cuanto se perdiera en el intento; si hay un sueño, hay que perseguirlo. Cueste lo que cueste.

Y eso hice.

Omití el daño y eludí las pérdidas. No me di cuenta que ese daño podía ser ajeno.

—¿Qué has dicho? —repite con sequedad Chiara, detrás de ella Luigi y Lydia permanecen confundidos y perplejos.

Lentamente me volteo para darles la cara, mi rostro debe estar pálido y mis manos tiemblan tanto que apenas puedo controlarlas.

—Chicos...—intenta comenzar el oji-gris.

Da un paso en frente para acercarse, pero enseguida la mayor de los hermanos toma la mano de los otros dos y los echa hacia atrás.

—No te acerques—espeta, me lanza una mirada rápida —Ninguno de los dos se atreva.

—Es todo un malentendido, déjennos explicarles mejor —pido.

—¿Creen que vamos a creer una palabra más de lo que digan?—escupe Lydia, sin soltar la mano de su hermano.

—Dijeron que nos querían—susurra Luigi con los ojos enrojecidos.

Se me hace un nudo en el pecho cuando sus ojos cristalinos se cruzan con los míos y veo la decepción surcar en ellos.

—Dijeron que podíamos confiar en ustedes —insiste.

Delante de mis ojos veo como poco a poco todo el plan se derrumba y se cae en pedazos hasta volverse escombro, todo lo planeado se arruina y lo que soñé comienza a desaparecer con una lentitud presuntuosa. No obstante, no es eso lo que más duele, no es el hecho de saber que lo hemos arruinado todos, sino ver la desilusión y el chasco en los ojos de tres críos que han salido lastimados por culpa nuestra.

Por culpa mía.

—Lo siento. —es lo único que me sale.

—¡Tú no sientes nada! ¡Mentirosa! —Lydia da un paso adelante esquivando la mano de su hermana que intenta echarla hacia atrás y me grita.

Está dolida y nosotros somos los culpables. Yo soy la más culpable de los dos y por esas razones termino siendo la que apoya la mano sobre los hombros de Damian y lo aparta para que Lydia se desquite conmigo.

—Eres una mentirosa—escupe entre dientes.

—Lo siento.

—Te odio. ¡Y a ti también te odio! —apunta al oji-gris —Porque confié en ti y les creímos cuando dijiste que habías venido para cuidarnos. Felicidades, nos han dado una bonita lección; los adultos mienten todavía más que los niños. Y duele el doble.

Cuando nos convirtamos en estrellasWhere stories live. Discover now