CAPÍTULO 4

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Era apenas una suave brisa helada la que movía gentilmente las delgadas cortinas, consiguiendo al mismo tiempo que las largas puertas dobles con grandes cristales y marcos de madera, se azotaran con fuerza contra una vieja silla de madera que hacia el vago intento por evitar que se cerraran.

Los destellos lunares corrían sobre el piso de madera, iluminando escasamente.

Aquella delgada y pequeña criatura se removía intranquila entre sábanas de satín, mismas que delineaban su delicada silueta conforme sus bruscos movimientos. Pequeños pero inquietantes quejidos se desprendían de sus labios a la vez que sus delgadas cejas se fruncían, al igual que sus puños contra las sábanas en las que yacía.

En medio de un fuerte sollozo, abrió los ojos repentinamente y se alzó sobre el cómodo lecho, quedando sentado en medio de las deshechas sábanas mientras su respiración se agitaba y sus ojos lagrimeaban.

—Dami...— sollozó. Encogiéndose en medio de la cama, sostuvo sus piernas contra su pecho mientras permitía que las lágrimas corrieran a lo largo de sus suaves mejillas, acariciando gentilmente aquella que poseía ya un color verdoso por aquel golpe que el líder Choi le había dado.

Frívolos ante la desdicha y dolor ajenos, unos oscuros ojos negros observaban con estoicismo cómo la pequeña criatura se removía inquieta en medio de la cama, meciéndose como si tratase de encontrar un consuelo inexistente. De duras facciones, el hombre parecía ser el peor de los verdugos, y justo en ese momento, se encontraba sentado sobre una lujosa silla de acabados de plata y cómodos cojines de piel; sosteniendo entre sus dedos una larga copa de cristal, llevó ésta hacia sus labios, degustando el dulzón sabor del vino.

Lamiendo los restos de dichoso líquido, emitió un muy ligero chasquido, lo suficientemente fuerte como para que el delgado joven rubio alzase la mirada y buscase en las sombras, encontrándose entonces con sus inquietantes ojos negros.

—Bienvenido...— la cordialidad pronunciada de ese grave tono parecía manchada por el rencor, tanto que incluso el dulce joven pudo intuirlo.

El joven muchacho se estremeció en su lugar, retrayéndose aún más, como si de alguna manera pretendiese escapar al interior de sí mismo y evitar a toda costa la mirada fija de aquel ser que parecía segregar rencor.

Como si se trata de una copia de una película terrorífica, poco a poco y con suma lentitud, la habitación se vio tenuemente iluminada por velas situadas en candelabros de plata. Exhalando con lentitud, Ji Yong miró a su alrededor, encontrándose situado en un extraño lugar para él, uno en donde las comodidades reinaban y sin embargo, la asfixiante necesidad de huir se hacía presente.

Desde el primer momento en el que había abierto los ojos, cuando apenas era un bebé, se le fue dicho que no era más que la parte pasiva de un no-muerto. Él, a comparación de su hermana, no era más que un chiquillo débil, sumamente sensitivo. Y justo en ese momento, sentía la irá y el desprecio de ese hombre como si fuese propio, envenenando su sangre y erizando cada fibra sensible en su cuerpo.

—El gran heredero....— escuchó murmurar— El próximo hombre destinado a gobernar a uno de los clanes más grandes y territoriales.— una lenta sonrisa corrompida en locura adornó los perfectos labios— Es un verdadero placer acogerle en mi humilde morada.

—¿Dónde estoy?— tartamudeó, arrastrándose sobre la cama, hasta pegarse al cabecero— ¿Dónde está Young Bae?

—Estas en la casa Choi.— resolvió— Y si te refieres a tu amigo, él está en la habitación continua. Mi segundo al mando está muy agradecido...— sonrió, mostrando sus largos colmillos afilados— Por fin ha tenido un compañero de juegos del que puede disponer en cualquier momento.— rio— No sé, quizás hasta lo preste como mordedera a mis amigos los licántropos.

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