CAPÍTULO 5

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Un lento escalofrío ascendió por la columna vertebral del joven vampiro, quien bajó la cabeza mientras sentía cómo varios pares de ojos le miraban directamente. Lamiendo con genuina ansiedad su labio inferior, miró de soslayo a su mejor amigo, quien se encontraba sosteniéndose a sí mismo por las costillas mientras su mirada color marrón se teñía en nerviosismo.

—¿De qué hablas?— consiguió murmurar el mallugado pelinegro, quien lentamente se incorporó, soltando entonces un suave quejido adolorido— Yo no cazo por él.— cierta burla fue escupida de entre los dientes apretados.

—Eres tú quien lo alimenta. Tú has sido su sirviente todo este tiempo y nadie ha dicho una sola palabra.— rio. El espeso silencio inundó la estancia a tal grado que se sintieron incluso sofocados. Las miradas furtivas de un lado a otro, todos esperando pacientemente a que alguien dijera algo más, incluso a que fuese el mismo rubio quien intentase mentir lo dicho. De pronto, una suave risa nasal fue ganando tonalidad, hasta el grado de convertirse en una estruendosa carcajada que consiguió erizar la piel de los presentes.

—¿Cuán estúpido puedes ser?— el tono bajo con que fueron pronunciadas aquellas palabras, fue suficiente como para que el alto hombre de espalda amplía se girase a mirarlo, con el entrecejo fruncido— ¿Crees que él arriesgaría su pellejo por mí?

—Sí, eso creo.— gruñó.

—Pues entonces deberías de reconsiderar tus creencias...— sonrió— Porque puedo jurarte que me alimento por mí mismo, de humanos y de uno que otro vástago que es lo demasiado estúpido como para creer que no le haría daño.— adelantándose un par de pasos, pestañeó lentamente mientras una sonrisa barría en sus labios— Como tu maldita hija, por ejemplo.

No pasó el suficiente tiempo antes de que las afiladas garras negras del pelinegro tomasen con saña la blanda y pálida piel que poco a poco, lentamente, se tiñó de un espeso color carmín. La respiración del joven Kwon fue bajando de intensidad hasta el grado en que sus ojos lagrimeaban.

La orden de retirada fue gruñida entre los dientes apretados del líder Choi mientras sometía a su pequeña presa. En completa soledad, fue el mayor quien tiró violentamente al piso al más bajo, quien tosió y se retorció de dolor por sus heridas.

Alzando la cabeza, Ji Yong se encontró con aquella inexpresiva mirada oscura que le observaba detenidamente, analizándole.

—Por primera vez, no lo sabes todo...— consiguió murmurar el más joven mientras se incorporaba lentamente y acariciaba con las yemas de sus dedos los profundos cortes en su cuello, tiñéndolas de color rojo— No todo puede estar siempre en tus manos.— gruñó mientras sus claros ojos se apartaban al sentir las lágrimas empañándolos.

—Escúchame bien, pequeño idiota.— acuclillándose, consiguió que su rostro quedase a la par del más fino, a tal grado en que la suave y cálida respiración del menor se impactó contra los rosados labios de Choi— Si eres inteligente, vas a mantener esa hermosa boca tuya cerrada, a menos que la utilices para algo más.— sonrió perversamente.

Púdrete, hijo de puta.— gruñó¿Por qué mejor no te largas y vas a coger con ese perro faldero que tienes por amante?— le escupió a la cara.

—Bien podría quedarme y cogerte a ti.— sonrió— Y vemos si en verdad gritas como la puta que creo que eres.— rechinando los dientes, el joven se movió lentamente, y con astucia, abofeteándolo tan fuerte que el otro incluso tuvo que volver el rostro.

Volviendo el rostro, el joven líder miró directamente a aquellos claros ojos, los cuales temblaban en evidente nerviosismo, y sin embargo, no parecían tener la intención de desistir.

Para Ji Yong no existía otra cosa más que llamase su atención en ese momento que aquel par de esferas ámbar que se arremolinaban con astucia, mezclándose con una fuerte pasión que rayaba lo absurdo. Sin poder contenerse, se unieron en un apasionado y demandante beso que les obligó a hacer a un lado los problemas y la razón.

De alguna manera, el otro conseguía llenar el vacío que sentían en lo más profundo de sus inexistentes almas, así como también les mostraba colores que no habían sido capaces de ver nunca antes.

Sus labios se movían a la par de una demandante melodía apasionada que les obligaba a utilizar cuanta artimaña fuese necesaria para complacer sus bajos instintos.

Al separarse, el mayor se puso de pie y sin mirar atrás, salió de la habitación, mostrando una calma que no sentía. La ansiedad trepaba y tejía una red invisible que le afectaba a tal grado que incluso se sentía desorientado. Gruñendo rabioso, dio largos y firmes pasos que le llevaron hasta su habitación en la cual esperaba aquel joven de cabellera oscura con el que compartía tanto.

—No vuelvas a hablarme así, no a mí.— gruñó el más bajo, quien le miró con hostilidad.

—¿De qué hablas?

—Allá.— señaló con la cabeza— Me ordenaste como si fuese tu sirviente, para poder quedarte sólo con esa maldita cría bastarda.— gruñó.

—¿Qué clase de estupidez estás diciendo?— inquirió con el entrecejo fruncido— ¿Qué te sucede, demonios?

—Eso es algo que yo debería preguntarte, a ti.— resolvió mientras se acercaba a pasos lentos— ¿Qué es lo que te sucede a ti? Sé que esto es importante pero, no puedo dejar de pensar que algo contigo está mal...— murmuró mientras su ceño se fruncía— Desde que la cría Kwon está aquí, no haces otra cosa más que estar allí, observándole. ¿Qué es lo que sucede contigo? ¿Acaso estás interesado en él?

En algún momento, todo ser vive confundido, existiendo en un mundo absurdo que no hace otra cosa más que arrebatar la poca cordura que se puede poseer. El juicio llega a nublarse a causa de los propios y egoístas deseos, los cuales rasgan violentamente al ente anhelante, convirtiéndolo en una criatura que no entiende límites. Los deseos ciegan y desarman.

Para Seung Hyun no había sido sencillo enfrentarse a un mundo en el que todos esperaban algo de su parte. Desde la muerte de su padre, él había quedado como el principal responsable del clan, y en ese entonces apenas había sido un niño. Muy a pesar de la ayuda de su tío Hyun Suk e incluso del consejo, él había tenido que luchar consigo mismo, haciendo a un lado sus deseos y caprichos para concentrarse en los deseos y necesidades de los demás. Creció escuchando los problemas de los más cercanos a él, aprendió a sacrificarse a sí mismo, así como también aprendió a dejar de sentir.

Él no había elegido esa vida, sino que había sido la vida que alguien le había obligado a vivir.

Él no había nacido para ser líder, sino que había sido moldeado para ser uno. Un líder audaz y perfecto.

—No.— respondió firmemente— Y nada...— murmuró apartándose de la vista del más joven, quien frunció el ceño y entreabrió los labios, dispuesto a decir algo, sin embargo, cayó.— No sucede nada...

Un buen líder. Un líder completo. Un líder perfecto.

Un líder no se queja, no cumple sus propios caprichos.

Aquel joven ente se mecía de adelante hacia atrás mientras conservaba sus propias piernas contra su pecho y mantenía los ojos fuertemente cerrados. Murmullos ilegibles se desprendían de sus labios al mismo tiempo en que su respiración parecía tornarse más lenta segundo a segundo.

No podía mentir, por lo menos no a sí mismo, estaba asustado, aterrado.

¿Qué haría su padre en su lugar? Ni siquiera había que pensarlo, su padre jamás estaría en su lugar.

—Estoy perdido...— murmuró quedamente mientras escuchaba el crujir de los goznes de la puerta, y firmes pasos acercándose al lugar en donde se encontraba.

Perdido, y muerto.


THE DIARY OF A VAMPIRE Where stories live. Discover now