CAPÍTULO 8

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La necesidad con la cual Seung Hyun se dedicaba a besar al más joven sólo dictaba cuan ansioso estaba. Acariciaba sus labios con tal paciencia y dedicación que no parecía ser real.

Las caricias parecían tan íntimas y tan naturales que casi podría decirse que era un acto habitual entre ambos, siendo que no lo era.

La declaración posesiva del mayor sólo consiguió que el inexperto corazón del más bajo aletease fuertemente contra su pecho mientras sus labios temblaban gracias al nerviosismo y la ansiedad.

Entreabriendo los labios, Ji Yong estuvo a punto de corresponder aquella necesidad, sino es porque las puertas de madera se abrieron, mostrando a un viejo hombre de expresión cansina.

—¿Qué estás haciendo Seung Hyun?

Sal de aquí...— ordenó con voz serena mientras sus manos se mantenían en la misma posición.

—¿Qué pretendes?— exigió— ¿Enamorarlo? ¿Utilizarlo?— sacudiendo la cabeza, el líder apartó sus manos de la pálida piel del joven como si el simple hecho de tocarle le quemara.

—No...— murmuró quedamente.

—Él es hijo de ese bastardo, y lo sabes. Su sangre corre bajo la piel que has osado acariciar y besar...— el otro negó mientras su mirada encontraba la del rubio, quien mantenía una expresión nostálgica— Él es uno de ellos y espero que no lo olvides.— dictó antes de abandonar la habitación, dejando atrás un espeso e incómodo silencio.

—Seung Hyun...— le llamó por primera vez, sintiendo sus ojos escociendo y su respiración alentarse.

—Él tiene razón...— admitió mientras le daba la espalda y soltaba una risa amarga— Eres mi prisionero, y yo lo único que he hecho es intentar convertirte en mi amante, sin importar que eres uno de ellos y que en cualquier momento podrías destruirme un poco más.

—¿Cómo? ¿Cómo podría hacerlo? Te has encargado de menguar cualquier intento que yo pueda tener en tu contra.— murmuró mientras se removía en su sitio— Estoy aislado, teniéndote a ti, a tu clan y a esos chuchos apestosos vigilándome. ¿Qué podría hacer contra ti? El único que ha estado jugando eres tú.

La desconsolada expresión del más joven consiguió que fuese el líder Choi quién diese varios pasos hacia atrás, sintiéndose acorralado y culpable. Era cierto. Cada cosa que había hecho, lo había hecho pensando en él, siendo egoísta.

Ni siquiera se había hecho cargo esos últimos días del clan, todo lo que su mente podía cavilar, tenía relación al rubio. Lo único que rondaba sus pensamientos, eran esas tímidas caricias y esos inexpertos besos que lograban desarmarle.

—Juegas con mi mente...— declaró el pelinegro, mirando con rabia al joven, quien rio incrédulo— No eres quién dices ser. No eres débil, en ninguna forma. De alguna forma, has conseguido que me interese en ti. Te has metido en mi mente.

—¿Sabes qué es lo que me causa verdadera gracia? Que has sido tú quien se ha empeñado en estar aquí. No puedes acusarme de engatusarte, cuando has sido tú quien me ha besado y ha intentado convertirme en su amante. ¡Has sido tú quien se ha propuesto destruir todo lo que conozco! Yo ni siquiera te conocía, no al menos hasta esa noche en la que asesinaste a mis amigos.

—¿No sabías de nosotros?— se burló— ¿Entonces cómo explicas haberte regocijado mientras veías asesinar a mi hija?— chilló con rabia.

—¿Qué?

—Lo sabes muy bien. Estabas allí, yo lo vi. Observaste cómo asesinaban a mi hija.— el otro sacudió la cabeza— ¡Y no te atrevas a negarlo! ¡Lo vi, lo vi a través de los recuerdos de esa perra!

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