CAPÍTULO 12

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Lloró por haber perdido un amor que siempre dio por sentado. Creyó que entregándolo todo, recibiría lo mismo. Creyó tontamente que con su cuerpo y su disposición, había estado asegurándose un lugar en el corazón del otro. Juró haber tenido en sus manos la vida de un ser que nunca pareció darle nada, siendo que era el caso contrario, él se había colocado a sí mismo en las manos de alguien más.

Entregó todo su amor, olvidándose incluso que él debía quedarse algo de ello para sí mismo.

Y a pesar de ello, aún seguía creyendo. Aun sabiendo que no había un futuro juntos, siguió apostándole al amor, siguió jugando la misma carta, una y otra vez.

Mordiendo fuertemente sus amoratados labios, se obligó a sí mismo a contener las lágrimas que peleaban por abandonar sus ojos, mientras sostenía con mayor ahínco sus piernas dobladas contra su pecho y apoyaba su mentón sobre ellas.

Suaves gemidos lastimeros abandonaban sus labios mientras él se empeñaba en encerrarse en sí mismo. El agonizante dolor carcomía su débil corazón mientras lo que parecía un fuerte bicho anudaba en el centro de su garganta, imposibilitándole incluso el respirar. El inquietante silencio sólo era interrumpido de vez en cuando a causa de los gentiles sollozos que parecían hacer eco dentro de la habitación, revotando en las frías paredes y regresando a él como prueba de su soledad.

Había estado observando las puertas de madera por largas horas, como si de esa forma, éstas pudiesen abrirse para mostrarle a quien tanto anhelaba.

Lágrimas traslucidas surcaban sus apiñonadas y regordetas mejillas mientras se recostaba sobre el lecho y atraía hasta sus brazos uno de los cojines, el cual parecía estar impregnado de la esencia natural del mayor. Tensando la quijada, sollozó débilmente mientras sus manos se cernían fuertemente al almohadón.

No quería perderlo. No podía perderlo.

Levantándose de la cama, sorbió la nariz a la vez que secaba torpemente sus lágrimas y caminaba apresurado hacia el exterior de la alcoba. Andando con pies descalzos, encontró en el pasillo a uno de los cambia formas en su habitual ronda de vigilancia, quién le observó con sorpresa al ver su estado. Haciendo caso omiso de la expresión curiosa del hombre frente a él, SeungRi se apresuró por los largos pasillos, yendo cada vez más rápido mientras sentía los rápidos latidos de su corazón martillando contra sus sensibles oídos. Ascendiendo por las largas escalinatas de piedra cubiertas de suave alfombra color carmín, se vio frente a aquel largo pasillo desolado, el cual parecía ser absorbido por las sombras. Deteniendo abruptamente su andar, sintió cómo sus resecos labios comenzaban a temblar y su fría piel se erizaba a causa de una brisa inexistente, que más bien pareció recorrerle desde el interior: un gélido escalofrío corrió a lo largo de su espina dorsal.

Caminando lentamente, recorrió el estrecho corredor, sintiendo cómo si éste de alguna forma se extendiera más allá de vista, sin tener un final. Llevando una de sus manos hasta su cabeza, cerró los ojos mientras un agudo dolor atacaba la cuenca de su ojo izquierdo, obligándole a recargarse contra el muro a su costado. Mordiendo sus labios con insistencia, siguió su camino hasta quedar frente a aquella habitación, cayendo de rodillas fuertemente.

—¿Por qué te haces esto?— un suave murmullo a sus espaldas le hizo alzar la mirada, encontrándose con los compasivos ojos del hombre más sabio que conocía.

No es justo...—sollozó mientras su mirada caía, y con ella sus lágrimas, las cuales no se molestó en ocultar— Toda mi vida he estado junto a él, cuando nadie más lo estuvo. Le comprendí cuando nadie más lo hizo.

THE DIARY OF A VAMPIRE Where stories live. Discover now