CAPÍTULO 9

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Un suave suspiró abandonó los delgados labios de aquel pelinegro, quien yacía en medio de la amplía y bien amueblada habitación; sosteniendo entre sus largos y delgados dedos un grueso libro de pasta dura, alzó el rostro, apartando la atención de su lectura mientras su mirada se fijaba en el reloj que yacía sobre la pequeña mesa a su costado.

Recordaba haber pasado la mayor parte de su vida en aquella estancia, siempre rodeado de libros, dejando que la imaginación humana le envolviese e incluso apasionase. Había adquirido ese gusto gracias a su madre, quien solía leerle cada noche. Recordaba que solía subir a su regazo mientras ella se dedicaba a leer y acariciar su cabello.

Había sido todo perfecto.

Había existido un tiempo en el que la rabia no formaba parte de su vida. La venganza y el odio no habían significado absolutamente nada para él, y sin embargo, ya representaban todo.

Alzándose de su lugar, se dispuso a abandonar la biblioteca mientras un suave suspiro se desprendía de sus labios. Caminando a paso lento, se vio llegando a aquella área de la mansión en la que yacían el par de crías enemigas, quienes para esos momentos ya tenían la certeza de que no podrían escapar.

Mordiendo su labio ansiosamente, sintió los leves arañazos mientras su mano se aferraba fuertemente al pomo de la puerta, la cual delimitaba el espacio en el que aquel joven podría merodear. Abriendo la puerta, se vio recibido por las acentuadas sombras y por un aroma dulce que consiguió adormecer sus sentidos por breves instantes. El sonido del agua corriendo en el cuarto de baño consiguió llamar su atención, consiguiendo que comenzara a caminar hacia allí con vehemencia. Un gentil tarareo fue obteniendo fuerza poco a poco mientras él se acercaba y se atrevía a entrar al pequeño baño, permitiendo que la amarillenta luz le calase en los ojos.

Una delgada silueta se mantenía bajo el chorro de agua, permitiendo que las gotas de agua corrieran a lo largo de una pálida piel que era borrada de su vista por un cristal texturizado.

Mientras sus manos se encargaban de deshacerse de sus prendas, una sonrisa fue tomando espacio sus labios a la vez que una mirada depredadora teñía sus inquietantes ojos ámbar.

Importándole verdaderamente poco, entró en la pequeña regadera, situándose a las espaldas del delgado rubio, quien se había quedado quieto apenas el otro había entrado al baño.

Sus amplias palmas se ciñeron a la delgada cintura, mientras sus labios alcanzaban la piel mojada del grácil cuello, ocasionando así que un cadencioso suspiro escapase de los dulces y esponjosos labios contrarios. Girándose en su propio eje, la cría le miró por debajo de sus largas pestañas húmedas, las cuales abanicaron mientras los labios se entreabrían, permitiendo que el deseo y el anhelo se expresaran.

Con una de sus callosas palmas, el más alto acunó la tierna y rosada mejilla, inclinándose entonces para tomar en sus labios los del más joven, quien suspiró y tembló ante el acto, correspondiendo a los pocos instantes. La tibia lengua de Ji Yong se movía con timidez, siendo casi devorada por el más viejo, quien parecía poseer toda la experiencia necesaria.

Gentilmente, Ji Yong acarició con las yemas de sus dedos el amplió pecho, mientras sus labios abandonaban los contrarios y se encargaban de dejar descuidados besos a lo largo de las marcadas clavículas.

—¿Qué haces aquí?— inquirió suavemente la cría, mientras acomodaba su rostro en el hueco del cuello y hombro.

—Necesitaba compañía, eso es todo.— resolvió con simpleza.

—¿Para eso no está tu amante? Seguramente él estará esperándote.

Quería tu compañía...

Su inapropiada compañía, a pesar de que con ella traicionara a todo el mundo.

No había querido saber absolutamente nada de aquella cría enemiga, al menos no después de lo que se había atrevido a hacer. Aquel beso se había sentido distinto, correcto.

Suspirando profundamente, siguió caminando por los desolados jardines mientras sentía sobre su fría piel la fuerte brisa y su oído captaba el recio silbido que ésta ocasionaba. Alzando la mirada, sus oscuros ojos negros se encontraron con un par de esferas marrones que le observaban con detenimiento mientras el dueño de éstas se mantenía con una expresión impasible.

Casi parecía una cómica escena cliché, donde un amante enamorado esperaba al pie del balcón a aquel otro que poseía su corazón. Sin embargo, ni ellos eran amantes, ni tampoco estaban enamorados.

Solo eran un par de seres solitarios y desdichados que habían compartido un beso inadecuado.

Uno exquisito.

—No pensarás escapar, ¿O sí?—inquirió en un suave murmullo que llegó a los desarrollados oídos del más joven.

—¿Valdría la pena? ¿Estarías allí para detenerme?— cuestionó en el mismo tono. Una sonrisa alzó la comisura de la boca del ojeroso mientras se impulsaba y conseguía llegar al lado de la cría.

—Podría...— admitió— Últimamente no tengo que hacer la gran cosa.

—Nada más que joderme la vida...— rio amargamente— ¿Cierto?

—Cierto...— admitió— Debería marcharme...

—¿Por qué?

—Porque deseo traicionarme a mí mismo.

Un pronunciado ceño fruncido se marcó en la expresión del más joven instantes antes de que sintiese cómo el otro se atrevía a sostener entre sus manos su moreno rostro, inclinándose después para barrer con sus labios los contrarios, degustando el ligero sabor metálico que había quedado como residuo de su anterior cena.

Young Bae cerró los ojos mientras sus manos se ceñían alrededor de las caderas del más viejo, y se proponía a tomar las riendas de la situación, ejerciendo la suficiente fuerza como para acorralar contra el costado de la puerta al ojeroso mientras sus labios se encargaban de profesar aquella extraña sensación que poco a poco le carcomía.

Te odio por hacerme sentir esto...— gruñó profundamente el ojeroso.

Y yo me odio por hacerlo...— contraatacó mientras reanudaba aquella ardiente caricia que se prolongó el tiempo suficiente como para sentir sobre la piel, la próxima llegada del amanecer.

Ámame hoy y ódiame mañana.

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THE DIARY OF A VAMPIRE Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang