CAPÍTULO 16

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Era espeso el aire que transcurría en la habitación. Las suaves respiraciones se habían convertido en erráticos jaloneos de aire mientras las miradas se tornaban pesadas y la incertidumbre se hacía más aguda conforme los segundos pasaban.


El apuesto y joven ojeroso miró directo a aquel par de extraños ojos grisáceos que parecían bailar al ritmo de las llamas que se avivaban por los leños consumidos de la chimenea. De pronto, se había sentido extraño. Ajeno.


—¿Seung Hyun?— murmuró con cierto temor mientras daba un inseguro paso al frente, sintiendo enseguida cómo es que su compañero sostenía su antebrazo. Giró la mirada hacia el de castaño mohicano y vio lo que él mismo temía aceptar.

Young Bae, llévalo a su habitación.— la orden había salido de los delgados labios del viejo vástago, apenas como un murmullo cadencioso antes de que se escuchase un chillido de pena y sufrimiento retumbando en las gruesas paredes. SeungRi había gritado a viva voz, desgarrando su garganta mientras se daba cuenta del aroma que provenía de esa sucia cría.

Preñado. El bastardo estaba preñado.

—¡Maldito!— chilló con rabia el ojeroso mientras intentaba lanzarse al de largos cabellos plateados.


Seung Hyun había lanzado a su pequeña cría al sofá más cercano, por supuesto no queriendo que sufriese daño, sino tratando de que el castaño no lo alcanzase. Todo pareció suceder en cámara lenta mientras atrapaba en sus brazos al furioso menor, quien intentaba soltarse e ir por la cría preñada.

SeungRi pateaba y forcejeaba con una fuerza sobre humana entre el fuerte agarre de aquellos brazos que un día le habían tomado como a un amante. Sus claros ojos caramelo brillaban con lágrimas contenidas, mientras sus crecidas garras arañaban sin piedad a aquel al que tanto añoraba su corazón.

Ji Yong miraba aquello con lágrimas corriéndole por las mejillas. Aquel apuesto ojeroso intentaba matarle. Young Bae le miraba con decepción brillándole en los ojos mientras suavemente intentaba retirar al ojeroso de los brazos del jefe del clan.

Seung Hyun sostenía con fuerza bruta al pequeño chico, sintiendo en lo profundo de su torcido corazón el dolor que el otro estaba sintiendo. Los pequeños ojos del que había sido por tanto tiempo su amante y más fiel compañero, derramaban gruesas e insufribles lágrimas cristalinas, mientras que sus garras se encargaban de arañarle sin piedad alguna el rostro.

No hubo nada más en lo que se concentrase que en el pequeño chico entre sus brazos mientras caminaba lejos del lugar, sosteniéndolo con fuerza, evitando a toda costa que fuese a por la garganta de su compañero. Sentía en carne propia lo que el otro. Un fuerte zumbido martillándole los oídos, un asqueroso y asfixiante nudo en su garganta que le era imposible tragar, un pesado objeto presionando contra su pecho que le impedía moverse adecuadamente y un profundo dolor que se desparramaba segundo a segundo a lo largo de su cuerpo. Era tanto el sufrimiento y la agonía que lograron traer lágrimas a sus propios ojos.

Arrojó el cuerpo más pequeño dentro de la habitación, consiguiendo que cayese sobre la fina alfombra. Cerrando tras sus espaldas, Seung Hyun se recargó contra la puerta mientras miraba al pequeño chico intentando respirar con suma dificultad.


Te emparejaste con él.— le acusó mientras alzaba la mirada, sosteniéndose con ambas de sus manos. Las lágrimas corrían libres a lo largo de las regordetas mejillas mientras la respiración se volvía irregular segundo a segundo.

SeungRi.

—Dijiste que me amabas, que era al único que necesitabas.— lentamente se puso de pie, mirando en todo momento a aquel hombre de plateados cabellos. Aquel mismo hombre que ya no reconocía. Ese hombre era un extraño. Frunció el ceño mientras sentía el dolor transformándose en rabia.— Te lo entregué todo— sollozó con cólera— ¿Y qué hiciste tú? ¿Cómo me lo agradeciste?— le reprochó, mientras le apuntaba con el dedo— ¡Revolcándote con esa cría bastarda!

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