CAPÍTULO 11

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Caminando apresuradamente por los largos pasillos, se internó dentro de la alcoba principal, encontrando en el interior a aquel delgado vástago con el que preferirá no tener contacto, o por lo menos no en ese momento. Revolviendo sus cabellos azabaches, emitió un ligero suspiró mientras su mirada carente calma se paseaba distraída alrededor suyo. Deshaciéndose de su camisa, permitió que los músculos de su espalda ondularan con cada movimiento.

Una profunda ansiedad desencajaba cualquier atisbo de racionalidad. Mirando sobre su hombro, encontró a aquel delgado ojeroso observándole con detenimiento mientras llevaba una botella de cerveza a sus labios sin preocupación.

Apestas...— gruñó el ojeroso, echándose después sobre el amplio lecho— El aroma de ese mocoso, está sobre todo tu cuerpo.— concluyó dando otro sorbo a la botella.

—Cierra la maldita boca...— murmuró hastiado, escuchando una risa floja por parte del otro, quien chasqueó la lengua mientras tiraba la medio vacía botella al piso, permitiendo que el poco líquido pálido se derramase sobre la alfombra.

Jódete...— le gruñó mientras se ponía de pie y se encaminaba al cuarto de baño, sintiendo la rabia trepando a lo largo de su garganta, formando un grueso nudo que parecía imposible de tragar— ¡Oh mejor aún, ve y hazlo con ese hijo de perra!— chilló repentinamente, girándose para mirar al más alto con la mirada empañada por la rabia y los labios resecos.

—¿Qué

—¡Por favor, quita esa maldita expresión! ¿Acaso crees que soy tan estúpido? ¿De verdad crees que no me he dado cuenta?— se burló mientras caminaba de un lado a otro, reteniendo valientemente sus espesas lágrimas— La manera en que aprietas los puños y te contienes a ti mismo cada vez que el consejo propone sacrificarlos.— murmuró mirando la alfombra, mientras él mismo hacía puños sus manos— El brillo que tus ojos tienen cada vez que hablas sobre las fascinantes habilidades de ese estúpido chiquillo, mismas que nadie más ha visto, a excepción tuya...— bufó mientras le señalaba acusatoriamente— Claro, porque no permites que nadie más se acerque a él.

—No lo entiendes...— murmuró dándole la espalda, enredando ansiosamente sus dedos entre sus cabellos.

—No. No lo entiendo, y estoy seguro de que nadie más lo hace.— reclamó— Dímelo. ¿Qué es lo que debemos entender?— apresurándose hacía el mayor, le enfrentó con una expresión rabiosa. No había compasión en la oscura mirada del menor, quién se atrevió a empujarle fuertemente, despreocupándose por las consecuencias— ¡Anda! ¡Admítelo, maldita sea!— chilló con rabia mientras seguía empujándole, hasta el grado en que lo tuvo acorralado contra una de las paredes— Dilo...— jadeo en medio de un sollozo que consiguió desgarrar el corazón más viejo. No había más que dolor y decepción en aquella exigencia.

Quiero atender mis deseos.

Deseo ser egoísta.

Anhelo ser quien quiero y no quien debo ser.

Libre y egoísta.

No exijas una respuesta que no quieres escuchar...— sentenció mientras se apartaba con poca fuerza, sin notar la expresión herida que teñía esos grandes ojos color marrón.

Luego de abandonar aquella habitación, Seung Hyun tuvo la necesidad de dirigirse hacia las habitaciones inferiores, aquellas que había clausurado él mismo, alegando ante el consejo que absolutamente nadie merecía permanecer cautivo, ni siquiera cuando habían cometido traición, para esos casos, él había expuesto con puño de hierro que el camino más adecuado era la inmediata aniquilación.

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